Tal como vemos los informativos ocurre con nuestras incorporaciones y sensaciones. No están en orden aunque se hacen en sectores y especialidades: algo como la invasión de Rusia a Ucrania salta hasta la situación de Messi en Paris, y luego a la bofetada con la que Will Smith hizo temblar a Chris Rock. Subió dos butacas y sonó como un trueno el golpe de mano abierta de quien hasta entonces ostenta el mayor contrato del mercado.
Fue durante la algo ya artrítica ceremonia (94), pero aún seductora, con premios y estrellas, la del Oscar. Al pasar se llevó el propio por su actuación en Richard Rey, la historia de cómo un padre guía hacia dos ganadoras incomparables del tenis -Serena y Venus Williams- hasta la gloria, la fama y el dinero.
No es que sea una acción de lo mejor que pueda hacerse pero fue la reacción del gran monologuista que es Rock -siempre hay uno- al hacer un chiste sobre la caída del pelo de Jada Pinkett, alopecia de origen inmune, lo que indignó a Will Smith, alto, cincuenta y tres años, ojos inteligentes, orejas separadas.
Pareció que la escena era parte de un sketch -el gran arte del espectáculo es creación de los Estados Unidos y se miden los minutos, los suspiros, las risas- pero los gestos dijeron que no, que iba en serio.
Arrepentido por haberlo hecho, hizo su discurso habitual entre lágrimas y balbuceos. Nunca había pasado algo semejante. Protestas como las de Marlon Brando en defensa de los pueblos (indios) originales –se puede suprimir lo de “indios”, pero el cine es el cine y quedará así mucho tiempo-, ausencias de Woddy Allen, bueno, sí, actitudes, gestos. Los cinco dedos con violencia en la cara parece bastante distinto. Más o menos así: “¡Paf!”, para poner algún sonido imaginario entre el silencio de las palabras como los encantadores “¡Crash!” “¡Bum!” y compañía del cómic.
Pero ese “¡Paf!” tiene resultados imprevistos y propios de una cancelación que amenaza al actor con romper contratos, sponsors, una serie ya madura y con éxito seguro. Así como cada día sabemos algo del episodio, en la misma proporción crece y se hace espinoso el castigo. Muy fuerte. Demasiado, como si hubiera cometido un intento de homicidio.
Es posible que ayude con la limpieza de la era Weinstein, dueño de todo el cine americano incluidos los Oscar. El extorsionador –cambió cama por estatuilla, simple- dio con las denuncias en vendaval, la Justicia y el poder de Me Too: está en la cárcel tal vez para siempre. No podemos saberlo. Tal cantidad de pruebas, detalles incluso grotescos -violaciones, ojo- y como sus delitos liquidaron un tiempo que lucía dorado desde su productora Miramax y la estrategia de perversión de arranque con unos pequeños masajes. Fue un terremoto.
Smith en la picota
En el sillón desde el observador pospendémico algo menos galgo corredor pero no sin otros instintos al día, se divisa en el affaire Smith-Rock una sobredosis de corrección y no poco de vergüenza sobreactuada.
Filas cerradas contra el actor y su ya histórico bife. Ni una agresión de género -al contrario- ni un ataque de furia descontrolada. Fue, en fin, lo que dura más o menos… Una cachetada. Claro que en el interior de una gran ballena sagrada, una deidad pagana que rinde culto todos los años al entretenimiento al arte y a la industria no sin una buena cantidad de ateos a los que les importa todo un bledo.
Sin embargo, cualquier liturgia sigue unas reglas y unos pasos. Y el que se mueve no sale en la foto. Will Smith se movió y quieren que pague, que se aparte y cuelguen aquellos con las campanas al cuello a los leprosos para anunciarse en años lejanos que los demás se alejarán.
Paren un poco, por favor
Todos a una, en piña, actores y actrices condenaron lo ocurrido con un culpable por decisión unánime: Smith. Raro en un mundo que abunda en conductas problemáticas y valores menos rígidos que los que se aceptan en general. Excesos, peleas, autodestrucción, no son, nunca fueron, ajenas a Hollywood aunque, y es cierto, se hace entonces aparato humano y tecnológico que debe brillar y ser perfecto: la entrega de los Oscar. Se prepara para los instantes de suspenso previos a anunciar los nombres, para que haya gracia y sentido estético y el clásico repertorio de los vestidos más bonitos y extravagantes, sedimento tal vez del demonio patriarcal y las cenizas de la mujer objeto.
Todo tiene que estar bien porque se hizo para que estuviera bien. Smith rompió una regla. No rompió un plato -no parece cara de romper platos-, no hizo otra cosa que muchos otros hubieran hecho. ¿O había que necesitar usar un guante para desafiarse en duelo con pálidos padrinos al amanecer?
Hay algo en ese repudio, en esa cancelación, un pasito adelante a un mundo puritano y reglado milímetro a milímetro. Ya no es la causa feminista. Es todo.
La ligó Will Smith y está hecho unas bragas el pobre.
¿Conseguirá alguna vez el perdón? No fue para tanto, no es para tanto alboroto.
Si me lo pidieran a mí no tardaría nada en absolverlo. No solo eso: entraría también a la Cofradía del Santo Sopapo.
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