Desde la lógica más pura, y la más simple, cuesta entender la foto que muestra al ex presidente Mauricio Macri junto al ex presidente de Estados Unidos, Donald Trump. Si cuesta entenderlo desde la lógica, más difícil, sino imposible, es entenderlo desde la política.
Una foto con Trump, al estilo selfie con un ídolo deportivo, es un mensaje durísimo, y descorazonador, para propios y extraños. Trump está sospechado de haber utilizado los recursos tecnológicos que le facilitó con gusto Vladimir Putin, para ganar las elecciones que lo llevaron a la presidencia. Parece que Putin le facilitó también otras cosas que puede que no entren en el terreno de la política pero que, de ser ciertas, pintan el alma de un individuo.
Cuando Trump perdió las elecciones de 2020, denunció fraude y si no impulsó, toleró hasta que le fue insostenible, el asalto al Capitolio de parte de sus huestes envalentonadas, en un episodio inédito en la historia de ese país, que ha sabido sortear el asesinato de algunos de sus presidentes, pero quién sabe cómo saldrá de ese asalto a uno de los pilares del sistema político, el Congreso. Su ejemplo cundió incluso en nuestro país, que ya había dado cátedra de terrorismo en 2017 con un ataque que incluyó el uso de morteros contra el Parlamento.
Da la impresión, aún para los no expertos, que a Trump le nefrega la democracia. ¿Era necesario sacarse una foto con él? Ya era cuestionable incluso si la imagen, tomada en la residencia Mar-a-Lago que Trump habita en Palm Beach, Florida, hubiese servido para certificar sólo una relación comercial que se reiniciaba. Macri y su padre, encararon hace años un emprendimiento comercial en Nueva York que terminó en nada. Y cada quien hace negocios con quien se le antoja, aunque nunca está de más cuidar un poco a quién se elige, sobre todo si, a la vez, se tienen aspiraciones políticas.
Pero Macri dijo en su cuenta de Twitter: “Hoy compartí un almuerzo con Donald Trump, donde intercambiamos opiniones sobre el contexto global, el vínculo entre Argentina y Estados Unidos y todo lo que nuestros países pueden seguir construyendo juntos”. Fue un encuentro político, no comercial.
¿De verdad Macri piensa construir algo junto a Donald Trump? ¿Es ese el futuro político que imagina para sí y para la oposición, dado que él es una de sus figuras más representativas? ¿Era necesaria la foto con Trump, o se trató de una chicana dedicada al kirchnerismo y acaso incluso al frente interno de Juntos por el Cambio? Probablemente el kirchnerismo se hará un pic-nic con la imagen, y el frente interno haya quedado descolocado frente al disparate. La edad de las travesuras debe quedar atrás, de una buena vez.
La sociedad ya no está para estas cosas. Hay miedo y angustia en el aire. Nadie lo dice, pero lo hay. Lo sabemos quienes vivimos lo mismo hace cincuenta años. Un amplio sector de la sociedad, y en especial la clase media, tiene la sensación de que su forma de vida, su nivel económico, su condición social y hasta su cultura están en peligro. Temen, dada la afición de algunos funcionarios de citar preceptos del marxismo, que se cumpla la profecía de Marx que condenaba a la clase media a caer en el proletariado.
La clase media baja y la clase baja en ascenso, si algo queda, también viven con angustia e inseguridad esa amenaza tangible que le devora los salarios y les recorta los servicios sociales más elementales. Ni hablar de la seguridad.
El Gobierno, inmerso en una feroz pelea interna, alimenta el fuego de la incertidumbre con frases como “Esto se va a poner más feo” o al admitir que los funcionarios no hacen milagros, como si el futuro del país dependiese de la mano de Dios. En el colmo de la fragilidad, y más importante que hallar la solución a la crisis anunciada, es saber hoy si el Presidente y la Vicepresidente se hablan, cruzan saludos, intercambian mohines o todo es silencio y acritud.
Las calles han sido copadas por las organizaciones sociales, las que quedaron desplazadas de los favores del oficialismo, a las que también les nefrega el derecho de los otros y la paz social que dicen defender, sin que nadie se los haya pedido. Los sostiene el diputado Máximo Kirchner que, en un nuevo ejercicio de ligereza, proclamó: “Hay que dejar de quejarse por si cortan una calle (…) Hay que hacerse cargo de la gestión, de la comida, del trabajo, de la seguridad. Hay que cortarla con las pendejadas de la televisión y solucionar este complejo momento”, como si él mismo fuese un miembro del gobierno nigeriano en el exilio. La descripción es muy buena, pero que de las soluciones se ocupen otros.
El análisis político más común, augura con pasmosa laxitud que el kirchnerismo da por perdidas las elecciones de 2023, y que piensa dejar tierra arrasada para que todo estalle en las manos del próximo gobierno. Lo normal, pavoroso pero normal. Y así será, salvo que el estallido sorprenda a Alberto Fernández en una de sus tenidas filosóficas sobre el alza de los precios, la de marzo prevista para más del seis por ciento.
Y en medio de esta atmósfera de desintegración, de descomposición, de angustia y de impotencia, que recuerda a la Alemania de 1924, para mayor paralelismo hasta apareció un personaje que odia con desesperación a la socialdemocracia, Macri se fotografía junto a Trump y habla de construir juntos un futuro. ¿Qué lógica política es capaz de interpretar ese feroz desatino? ¿Quién lo explica con mínima coherencia?
Mientras circula la foto Macri-Trump, el gobierno, por otro lado exalta postulados marxistas, se limita a describir la crisis sin aportar una idea de cómo salvarla, impulsa el desmadre social en las calles y planea su política de tierra arrasada.
La sociedad no puede evitar sentirse en las frágiles manos de unos palurdos incapaces de acordar cuándo y dónde comer juntos una pizza, que en cambio pasan estos días previos al desastre anunciado en una balsa sacudida por un mar embravecido y preocupados únicamente en intercambiar bravatas, mensajes crípticos y en mojarse las orejas.
Vamos a terminar todos empapados.
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