Algoritmia: adoctrinamiento digital

Independientemente de la voluntad de los individuos, los algoritmos están transformando la manera en que los seres humanos se relacionan con el mundo

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Vista de algunas redes sociales, en una fotografía de archivo. EFE/EPA/SASCHA STEINBACH
Vista de algunas redes sociales, en una fotografía de archivo. EFE/EPA/SASCHA STEINBACH

Sarah Connor servía café y llevaba una vida normal, hasta que ser localizada por el Terminator T-800 modelo 101 de Cyberdyne Systems. El soldado que viaja desde el futuro, Kyle Reese, al rescatarla del Terminator, le explica que en el futuro una inteligencia artificial llamada Skynet será creada para tomar decisiones estratégicas de defensa, pero Skynet aprende de sí misma y comienzan a eliminar a los humanos de la faz de la tierra. La fantasiosa producción de James Cameron de 1984 podría ser premonitoria a estas alturas, sin la espectacularidad de Hollywood y de manera mucho más subrepticia.

“El tiempo de pantalla” es un término usado para actividades realizadas frente a un dispositivo, que cada vez son más, para ver Youtube o televisión, trabajar o jugar videojuegos en una consola o teléfono. La mayoría de los niños pasan entre de 5 a 7 horas al día frente a las pantallas y nosotros adultos batallamos sin saberlo contra una dependencia intangible que nos atraviesa y nos inunda de información que asumimos como real e incorporamos naturalmente. La falta de regulación y control de las estructuras supra-gobiernos de la industria tecnológica, que atraviesan fronteras e ideologizan contenidos de manera deliberada tiene cada vez más visos de “adoctrinamiento digital”.

Si la idea es asumir que la solución a todos los problemas de la humanidad es la inserción de la tecnología en todos los estamentos de la vida, debemos enfrentar que esto ha permitido que los algoritmos moldeen y condicionen actividades y decisiones de los usuarios, tanto en el mundo online, como en el offline, configurando lo que se ha comenzado a entender como cultura algorítmica. Es importante detenerse en los niños, quienes incorporaron el registro digital y los dispositivos como parte de su anatomía y están siendo formateados por algoritmos. Debemos preguntarnos: ¿cuántos videos de TikTok ven nuestros hijos por día y qué temas se les proponen? ¿Quién y para qué genera contenido sobre sexualidad, ambientalismo, política, historia, religión, etc, sin curaduría alguna que se indexa y viraliza para ser consumido especialmente por aquellos que están formando su personalidad e intelecto?

Debemos prestarle atención a los desafíos y peligros que conlleva este desarrollo desmesurado y sin control de la tecnología y su poder de transformación de la humanidad y cómo esta puede modificar nuestra capacidad de concebir la realidad. La tecnología avanza cada vez con mayor velocidad y no se detiene.

Los algoritmos surgen vinculados a las tecnologías de la información y la comunicación, pero, aunque no sepamos qué son y nos sean invisibles, nuestra cotidianidad está cada vez más relacionada y condicionada por ellos. Son una secuencia de pasos o instrucciones que se ejecutan para resolver un problema, pero la potencia que han ganado se debe a que ahora esos pasos e instrucciones son realizados por máquinas que tienen una capacidad extraordinaria para procesar datos y resolver problemas, llegando a la computación cuántica.

Prácticamente todas las industrias echan mano de este recurso: el entretenimiento, la Justicia, la comunicación, el transporte, los bancos, el turismo, la publicidad, la salud, la educación y principalmente los Estados, optimizando procesos y los servicios que se ofrecen a los consumidores y ciudadanos y mejorar la toma de decisiones. Las grandes corporaciones, como Google y Meta, utilizan métodos para clasificar los datos y seleccionar la información a partir de las cuales nos ofrecen unos resultados. Facebook, usa más de 100.000 factores que determinan lo que vemos en nuestros muros, el algoritmo decidirá cómo usar un posteo, calculando las probabilidades que tiene de ser atractivo para cada uno de nuestros amigos. Facebook decide quién verá lo que se publica y qué tipo de información verá un usuario en su muro. La empresa decide, conforme a sus propios intereses, qué vemos y qué descubrimos en su red social.

Google, convencidos que nos orienta sobre cómo buscar, nos recomienda lo que vamos a encontrar y estas recomendaciones se hacen de acuerdo a los datos que captura de sus usuarios. Dichas recomendaciones se derivan de las más de cuarenta aplicaciones: Gmail, YouTube, Google Maps, Google Drive, Meet, etc, además de su buscador y otras aplicaciones que usan datos desde los teléfonos celulares. Una búsqueda sobre un tema específico, puede arrojar resultados diferentes de acuerdo al usuario que la realice.

Los algoritmos, como todo modelo, funcionan a partir de la reducción de la realidad. En consecuencia, los algoritmos comprimen y simplifican y nuestros comportamientos a datos, a partir de los cuales se condicionan nuestras decisiones y consumos en la web, que a su vez influyen en la forma en que pensamos y nos relacionamos con nuestro entorno.

Cada vez tomamos más decisiones guiadas por algoritmos, que nos hacen recomendaciones de acuerdo a los datos que proporcionamos en sitios web, plataformas y aplicaciones. Por esta razón, independientemente de la voluntad de los individuos, los algoritmos están transformando la manera en que los seres humanos se relacionan con el mundo.

Internet es una herramienta de registro antes que de comunicación. Cada que vez navegamos o usamos una aplicación desde cualquier dispositivo, estos datos son invisibles. Es decir, quienes los producen no tienen acceso a ellos, ni a los algoritmos que los procesan. A pesar de esta inaccesibilidad, confiamos plenamente en los algoritmos para regular y optimizar nuestros comportamientos y nuestras decisiones.

Las decisiones que toman los usuarios de la red se basan cada vez más en predicciones algorítmicas, situación que viene configurando lo que se ha comenzado a conocer como cultura algorítmica, nuestros gustos y experiencias más cotidianas, como la amistad y el entretenimiento están atravesados por algoritmos que han terminado por colonizar nuestros espacios más íntimos, modificando gustos e intereses.

Trabajamos para los algoritmos, entre más tiempo pasemos en las redes sociales y usemos aplicaciones, más información entregamos. Así, mejores datos recabarán los algoritmos y más precisas podrán ser sus recomendaciones, produciendo una algoritmización de la vida social, con el riesgo de reducir a las personas, a la sociedad y al mundo a datos cuantificables, verificables y calculables que pueden ser manipulados por programadores que buscan determinadas conductas, y que moldean, indirectamente, nuestras formas de pensar y actuar, algo que quizás podríamos denominar la “ideología del dato”.

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