Arranco con un cuentito tonto. Una cigüeña pasa volando, llevando con el pico un pañal con un hombre mayor acurrucado. El hombre la mira y le dice: “¡Dale, admití que estás perdida!”.
Como ya lconté desde esta columna, y como reconocieron las autoridades técnicas del organismo, el programa que se firmó con el FMI trata de cambiar precios relativos, sin que la inflación se espiralice. No es un plan de estabilización, es un plan de ordenamiento de algunas variables para llegar a fines del 2023 con menos distorsiones que las actuales.
El plan pretende una mejora, al menos parcial, del precio del dólar oficial en términos reales y una reducción, al menos parcial, de los subsidios económicos, es decir algún aumento de los precios de los servicios públicos. Un menor déficit fiscal y una mejora en la posición de reservas del Banco Central. Todo esto en un entorno monetario light, tendiente a “lubricar” el financiamiento del déficit fiscal, por parte del Banco Central, y una suba de la tasa de interés, para lograr que la demanda de pesos deje de caer y evitar que la brecha cambiaria se dispare.
El programa, entonces, consiste (¿Consistía?), en una especie de “avalancha controlada”. Aumento de la tasa de inflación, para dejar de reprimir precios, pero evitando que la misma se espiralice peligrosamente.
Pero sucede que tanto el gobierno como el FMI ignoraron algo que ningún programa antiinflacionario o estabilizador de la tasa de inflación puede desconocer, las condiciones iniciales, el punto de partida.
Argentina tiene, monetariamente, un problema estructural y un problema estacional.
La destrucción de la moneda de las últimas décadas ha generado, estructuralmente, una fuerte volatilidad de la demanda de dinero. Pido disculpas por la “sutileza técnica”, pero lo anterior significa que no es sencillo para el Banco Central, aún con cepo, manejar adecuadamente la relación entre emisión de pesos, demanda de pesos y presión sobre el tipo de cambio libre y la tasa de inflación.
A esta dificultad estructural se le suma la cuestión estacional.
La demanda de pesos aumenta en diciembre, con aguinaldo, vacaciones, etc. y cae en febrero-marzo, cuando se vuelve a la “normalidad”. Dependiendo de las circunstancias, si no se maneja con cuidado la emisión monetaria de finales de año, esa caída de la demanda de pesos en el verano presiona sobre el tipo de cambio libre, y/o sobre el precio de bienes y servicios.
Es en este entorno en el que hay que considerar el super desborde de emisión monetaria del último trimestre del año pasado, consecuencia del plan platita, desesperado intento para revertir el resultado electoral de las PASO.
En otras palabras, con un punto de partida de exceso de pesos, y frente a una caída estacional de la demanda de dichos pesos, el gobierno y el Fondo anunciaron un programa inflacionario de cambio de precios relativos y el Presidente anticipó una “guerra a la inflación”, interpretada por todos como una amenaza de control de precios, en medio de una debilidad política inédita de la coalición gobernante.
Y por si esto fuera poco, Putin invadió Ucrania generando, desde el punto de vista económico, también un cambio de precios relativos a favor de ciertos productos agrícolas que la Argentina exporta y de combustibles y derivados, (fertilizantes, por ejemplo), que nuestro país importa.
Pero que quede claro, la tasa de inflación ya se estaba acelerando antes de la guerra, precisamente por los efectos de la caída de la demanda de dinero post verano y de un desancle de expectativas producto del anuncio combinado de un plan “inflacionario”, y de una amenaza de control de precios formulada por un presidente débil, sin apoyo de su propia coalición y sin instrumentos efectivos.
Y ahora estamos en medio de un problemón.
Porque el desancle de expectativas torna mucho más complicado instrumentar el cambio de precios relativos exigido por el acuerdo con el Fondo.
Acelerar la devaluación, subir tarifas, incrementar la tasa de interés en un contexto con semejante desorden resulta, como mínimo, peligroso.
Fijar las expectativas con un acuerdo de precios y salarios, sin el ancla fiscal y monetario, sin reservas en el Banco Central, sin poder político y sin capacidad de gestión, y con la necesidad de “recalibrar” el acuerdo con el Fondo, también resulta peligroso.
Todavía se puede lograr que el salto de la tasa de inflación no desborde, y se acomode en torno del 3-4% mensual, pero se necesita, con urgencia, restablecer un mínimo de poder político, y reordenar el acuerdo con el Fondo, dado el nuevo escenario local e internacional, y pasado el fogonazo de febrero-marzo.
Por ahora, el Gobierno, en medio de guerras, diablos, milagros, terapias de grupo, inflación monopólica, etc. luce perdido, aunque no lo quiera admitir. Como la cigüeña del cuento.
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