Hoy recordamos el 2 de abril de 1982. Se cumplen 40 años de la guerra de las Islas Malvinas. Corresponde una vez más y en primer lugar, honrar a los héroes. Oficiales, suboficiales, enfermeras y conscriptos que cumpliendo órdenes fueron a recuperar nuestro territorio, mediante el uso de la fuerza. Hoy muchos de ellos reposan en el Cementerio Argentino (Boris Johnson), debidamente identificados y como nobles custodios, pero también como involuntarios exponentes del mayor error de nuestra historia.
Los académicos distinguen las guerras “defensivas” de las “preventivas” y de las “guerras por elección”. La nuestra fue una guerra “por elección”. Elección de un gobierno de facto desorbitado que mediante esa acción creyó, erróneamente, que podría atemperar las consecuencias y responsabilidades de muchos años de violencia irracional en la Argentina. Entonces, además de homenajear a los héroes y a los veteranos, deberíamos también recordar y enaltecer a la diplomacia y a los logros que esta consiguió desde la adopción de la resolución 2065/65 -gestión de Miguel Ángel Zavala Ortiz- que recomienda negociaciones para una solución a la disputa con el Reino Unido, actual “administrador” de las islas. Esos avances, sin duda alguna, habían hecho innecesaria cualquier acción armada.
Esta es la radiografía. La fecha de hoy debería además servir para reafirmar un compromiso contra la amenaza del uso o el uso de la fuerza prohibidas por las Naciones Unidas y la OEA y recuperar una educación -para jóvenes y adultos- en la diplomacia, la negociación y en quienes la promovieron y practicaron. Personalidades como Fernanda Canias, educadora en las Islas y diplomática, Elsa Kelly, jueza del Tribunal del Mar y diplomática, Archibaldo Lanús, destacado diplomático y académico, Mario Rapoport, ilustre académico, fueron siempre exponentes de la negociación y firmemente opuestos a las confrontaciones, estériles y retardatarias. Por estas calidades académicas y por el ejemplo que significaban, sus retratos estaban exhibidos en el Instituto del Servicio Exterior de la Nación de la Cancillería. Sin embargo esos retratos como profesores eméritos del Instituto fueron descolgados en una de las primeras medidas del actual Gobierno. ¿Cuál es el mensaje que se deseaba transmitir? ¿Como leerían esa actitud mezquina los embajadores que visitaban al Instituto con regularidad? Actitudes estériles como la señalada no convienen a los argentinos. No convienen a los más jóvenes. Es precisamente para estos últimos que deberíamos encaminar soluciones para no caer en un transferencismo generacional una vez mas.
La experiencia histórica indica buscar convergencias que permitan un diálogo, útil a todos, para resolver gradualmente el problema colonial de las Malvinas e Islas del Atlántico Sur. Esa misma experiencia ilustra que la confrontación, sea militar, política o diplomática (verbal o escrita), solo sirve al status quo (presumiblemente de interés británico) y nunca a los que intentan cambiar las cosas (interés argentino). Cuando se negociaba teniendo presente el panorama global -siempre influye- estimulando el acercamiento se lograba presencia plena en las islas y dependencia de estas y sus habitantes de la Argentina. En los hechos pasaban a ser nuestras. Así lo destacaban en las Naciones Unidas colegas diplomáticos y miembros de la Secretaría. Fue el periodo entre 1972 y 1982. En este aniversario cabe incluir también la gratitud a las maestras y a quienes comunicaban a las islas con el resto del territorio nacional facilitando así, a los isleños, superar el aislamiento. El Foreign Office favorecía esta presencia que sería prolegómeno del paso gradual de la soberanía a la Argentina. Ofrecieron el condominio, el retroarriendo y una “solución Hong Kong”. Estas hipótesis eran conocidas en las Naciones Unidas. No obstante, a pesar de la opinión de la diplomacia, nada pareció entonces aceptable. Descalificamos esas posibilidades. Fuimos a la guerra. Esto marco un retroceso extremo que borro todos los logros bilateralmente obtenidos.
Sobre el fin del Gobierno de Raúl Alfonsín se restablecieron las relaciones diplomáticas con el auspicio de los Estados Unidos que, desde el día posterior a la guerra hasta hoy, apoyó firmemente una negociación de fondo. Guido di Tella, consciente de que después de la guerra se empezaba a conversar “desde muy atrás”, acentuó con nuevas iniciativas estos impulsos, restableciendo la cooperación con el Reino Unido sobre las islas. En esa época mi contraparte en el Foreign Office visitó las Malvinas y declaró que una discusión sobre soberanía era posible en el futuro (Penguin News) aunque nunca por la fuerza. La palabra “soberanía” pronunciada a los isleños -con todo el significado que la misma conlleva- fue el resultado de una política racional de convergencias con el Reino Unido y con Occidente sobre el tema, dejando de lado toda confrontación declamatoria (CARI, Década de encuentro Argentina y el Reino Unido, 1989/1999).
La diplomacia sabe que no hay “santos” en el sistema internacional. Los isleños no lo son. En determinado momento abusaron de medidas unilaterales sobre pesca e hidrocarburos afectando el nuevo y delicado clima de cooperación y entendimiento. La reacción argentina fue correcta aunque promover el aislamiento de las Malvinas es muy contraproducente, aumenta el rol de países vecinos, resta relevancia y crea imagen negativa. Es una política que no se sostiene en ningún foro internacional, humanitario, político o jurídico.
Pero somos pendulares. Con Mauricio Macri al poder, se restableció un ambiente de diálogo. Theresa May, primer ministro británico le envió carta personal extremadamente cordial, admitiendo las “diferencias” (disputa) y proponiendo una agenda de hidrocarburos y comunicaciones para beneficio de “todas las partes”. Esa carta constituye un valioso documento en la tormentosa historia de las negociaciones. El viceministro Duncan viajó a Buenos Aires y suscribió un comunicado con su contraparte Carlos Foradori cuyos términos poseía luces, grises y sombras. La oposición se hizo fuerte en las “sombras” ignorando el resto. El Gobierno dejó pasar la oportunidad. Las oportunidades nunca son claras o inequívocas. Hay que explorarlas porque siempre se presentan, por propia naturaleza, ambiguas. Pero lo seguro que jamás se deja un espacio, nunca se abandona un lugar, nunca se rechaza un documento antes de testear su utilidad en la mesa de negociaciones mirando a la otra parte a los ojos. Siempre hay que aferrar cualquier oportunidad (Instituto del Servicio Exterior de la Nación, Derecho y Practica Diplomática, primer año).
El actual aniversario nos coloca “once again” en el sentido opuesto del péndulo. No abro juicio. Solo me permito recordar que la confrontación aleja de cualquier solución y contamina las relaciones con los vecinos y los grandes actores internacionales. Estos nos apoyan para que negociemos con el realismo que la situación argentina actual sugiere. Recordar, además, que si nos arrojamos en los brazos de las “autocracias “perderemos respaldos sustanciales y crearemos incompatibilidades estratégicas. Volvamos a la diplomacia. Evitemos refugiarnos solo en lo doméstico y sobre todo recordemos que en esta disputa hay personas involucradas cuya voz es necesariamente sonora.
A más 60 años de la adopción de la Resolución 1514/60 sobre la Independencia de los Países y Pueblos Coloniales (Iniciativa de la URSS), a 55 años de la Resolución 2065/65 y a 40 años de la guerra, muchas cosas han cambiado. Mantengamos firme el objetivo de recuperación gradual pero actualicemos las estrategias y sus contenidos. Cualquier negociación requiere un compromiso si se desea que el arreglo sea sustentable. Un arreglo que no deje a los jóvenes los problemas que los dirigentes de hoy no supimos encaminar. Volvamos al 2 de abril. Recordemos con admiración a los héroes y a los sobrevivientes por su abnegación, sacrificio y patriotismo. En honor a ellos hagamos un compromiso de no usar la violencia y en educarnos en la diplomacia y el diálogo tanto hacia afuera como hacia adentro.
Carlos Ortiz de Rozas, uno de los grandes diplomáticos argentinos, sostenía con razón que cuando Argentina volviese a ser lo que un día fue, el problema de las Islas Malvinas se resolvería sin esfuerzo, imperceptiblemente. Ese es nuestro desafío real ahora. Volver a construir nuestro maravilloso país. Anclados en este sensible aniversario, comencemos a hacerlo todos juntos, sin dejar que nos domine el desaliento.
* El autor es embajador.
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