Es la inflación, estúpido

Este fenómeno fue tradicionalmente negado por los gobiernos kirchneristas, quienes insisten en la vieja receta del control de precios que ha fracasado todas las veces que se la adoptó

La salida de la convertibilidad y la pesificación asimétrica efectuada por el gobierno de Eduardo Duhalde, más la contrarreforma realizada por el kirchnerismo, pusieron nuevamente en marcha la inflación

El título de esta nota no tiene un destinatario determinado, sino que apunta a señalar los graves problemas que produce la inflación no solo en la economía en general, sino principalmente en los sueldos y jubilaciones, cuyos montos se ven cotidianamente disminuidos por el desmesurado aumento del precio de los bienes y servicios.

Esta frase tiene origen en una similar utilizada por el ex presidente de los Estados Unidos, Bill Clinton, en su campaña electoral, “es la economía, estúpido” para enfatizar que el principal problema de su país en esos tiempos era la economía.

La inflación configura el peor de los impuestos porque se impone de hecho y es regresivo, afectando a la población de menores recursos e imposibilitando la previsibilidad que necesita toda sociedad.

El fenómeno de la inflación fue tradicionalmente negado por los gobiernos kirchneristas, toda vez que no era ni siquiera mencionado en los discursos de los funcionarios, tratando siempre de negarlo o disimularlo.

El negacionismo llegó al extremo de no imprimir billetes de mayor valor, no obstante los problemas, entre ellos el mayor gasto e incomodidad, que produce el manejo de los billetes de menor valor, lo que precisamente está ocurriendo en la actualidad. Otra forma de negarlo fue la burda alteración de los números cuando se intervino el INDEC en el año 2007, dando estadísticas falsas sobre la inflación y omitiendo los índices de pobreza bajo el pretexto de que era “estigmatizante”.

Recién en los últimos tiempos el gobierno kirchnerista se vio obligado a admitir el grave problema que implica la inflación, cuando advirtió que es el que más aflige a la población, sobre todo a los sectores más vulnerables cuyos ingresos se ven superados por un aumento descontrolado de los precios, que les impide atender sus necesidades fundamentales.

El kirchnerismo sigue insistiendo la vieja receta del control de precios que ha fracasado todas las veces que se la adoptó

La distribución indiscriminada de planes a organizaciones sociales ha traído como consecuencia los cortes de calles, acampes y manifestaciones, reclamando mayores montos porque la inflación ha deteriorado los fondos asignados, por lo que es de presumir que se irán repitiendo en la medida que no se aplaque el fenómeno inflacionario, causando además severas limitaciones en la circulación de las personas.

Lo más preocupante es que el gobierno no tiene un plan serio para contener la inflación, como tampoco tiene un programa económico. Se insiste en la vieja receta del control de precios que ha fracasado todas las veces que se la adoptó. Los funcionarios se limitan a explicar el fenómeno, diciendo que es multicausal, pero siguen sin tomar las medidas económicas eficaces, que tienen que ir mucho más allá que el control de las góndolas. Hasta han caído en el ridículo de echarle la culpa al diablo o de proponer terapia de grupo entre trabajadores y empresas.

La desmedida emisión de billetes para hacer frente a los innecesarios y crecientes gastos de la burocracia estatal, sumado a las grandes pérdidas que producen las empresas estatizadas y que aumentan el déficit fiscal, son algunas de las causas que producen la inflación. A esto hay que sumar el incremento de ministerios, secretarías, subsecretarías y direcciones que han configurado un Estado elefantiásico y voluminoso, donde se han creado cargos y reparticiones nada más que para ocupar a los partidarios del gobierno. Todo esto se puede comprobar con solo ver el intrincado y complicado organigrama de cada ministerio.

En el año 1989 la inflación alcanzó casi el 5.000% anual y cuando asumió el presidente Carlos Menem en julio de ese año fue del 209 % solamente en ese mes. Las reformas del Estado adoptadas por la nueva administración y los efectos de la convertibilidad fulminaron la inflación, al punto tal que a la finalización de ese gobierno había desaparecido.

El éxito obtenido por ese sistema motivó que el entonces presidente Fernando de la Rúa, en su campaña electoral prometió mantenerlo, pero la debilidad política de la coalición que lo llevó a la presidencia le impidió continuarlo y terminó como se sabe.

Algunos sectores de la oposición a ese gobierno y de medios de comunicación, atribuyeron el fracaso a la convertibilidad, pero omiten recordar los buenos resultados que había producido, al punto tal que el pueblo votó a de la Rúa y no a Eduardo Duhalde que consideraba que el modelo era exitoso pero se necesitaba cambiarlo. Conviene recordar como dato relevante que al finalizar su gobierno el presidente Menem el riesgo país era del 600%, muy inferior por cierto al actual que es de aproximadamente el 2000%.

La salida de la convertibilidad y la pesificación asimétrica efectuada por el gobierno de Duhalde y la contrarreforma realizada por el kirchnerismo, pusieron nuevamente en marcha la inflación que hoy soportamos.

Cuando se discutió en el Senado la ley dejando sin efecto la convertibilidad, advertí que era necesario ponerle un ancla al peso para evitar su pérdida de valor y recordé que con la inflación ocurría lo mismo que con un alcohólico que trata de curarse, pero que al interrumpir su abstinencia probando un poco de bebida, volvía a su adicción.

Esto vale para los que sostienen que no es malo un poco de inflación, afirmación que no es cierta en un país como el nuestro que tiene una cultura inflacionaria. La demonización que se hizo del gobierno del presidente Menem, generó una corriente contraria al modelo que había seguido, al que calificaron de “neoliberal”, pero más allá de ese rótulo, lo importante es que, gracias al mismo, se derrotó a la inflación y posibilitó el crecimiento del país en un 48% del PBI y del PBI per cápita que fue del 31%, el tercero más alto de nuestra historia, sólo superado en las décadas de 1890-1890 y de 1910-1920.

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