El mito de las predicciones de Mearsheimer

La invasión rusa a Ucrania volvió a poner en el centro de la escena al polémico profesor, padre de la vertiente ofensiva del neorrealismo estructuralista. De acuerdo a esta escuela, las grandes potencias se ven forzadas inevitablemente a competir y agredir

John J. Mearsheimer

La invasión de Rusia en Ucrania ha desatado un arduo debate en los círculos académicos de las relaciones internacionales. Como suele suceder ante sucesos de tal magnitud, se reavivan viejas discusiones entre las distintas escuelas teóricas. Desde hace varias décadas, el debate viene dominado por los neorrealistas y los neoliberales (con sus diferentes vertientes). Muy tímidamente han intentado colarse otras escuelas menores -aunque no menos interesantes-, como el constructivismo, el neomarxismo y los estudios socio-culturales.

Concretamente, la guerra en Ucrania volvió a poner en el centro de la escena al polémico profesor John Mearsheimer, padre de la vertiente ofensiva del neorrealismo estructuralista. De acuerdo a esta escuela, las grandes potencias se ven forzadas inevitablemente a competir y agredir. El “dilema de seguridad” no se puede resolver y entonces la agresión es la única racionalidad para la autopreservación.

Ese comportamiento agresivo de las grandes potencias será el principal factor de cambio en las relaciones internacionales. Y esa es la “tragedia” de las grandes potencias, de acuerdo a Mearsheimer: “Las grandes potencias están permanentemente buscando oportunidades de acrecentar poder a costa de sus rivales, con la hegemonía como su último objetivo” (La tragedia de las grandes potencias, 2001). Conforme a esta particular visión, el status quo sólo lo busca quien ha logrado asegurar una posición hegemónica. El sistema internacional está compuesto básicamente por grandes potencias con intenciones revisionistas.

Tras la decisión de Vladimir Putin de invadir Ucrania, los seguidores de Mearsheimer recordaron una intervención suya en 2015, cuando “predijo” que lo mejor para Ucrania sería sostener una posición neutral o de lo contrario sería destrozada por Rusia. Pero estos seguidores omitieron varios elementos. En primer lugar, Mearsheimer hizo su vaticinio con el diario del lunes, tras las invasiones rusas a Georgia, en 2008, y a Crimea, en 2014. De hecho, las preocupaciones en materia de seguridad nacional de Putin, frente al posible expansionismo de la OTAN, fueron planteadas con total claridad en su célebre discurso ante la conferencia de seguridad de Múnich, en 2007.

Por eso Mearsheimer, en realidad, no predijo nada. Esta guerra era perfectamente evitable, si hubiesen acontecido múltiples cosas, que lamentablemente no sucedieron y nada tienen que ver con los supuestos del realismo ofensivo. Por ejemplo: Si Putin hubiese caído en desgracia y otra fuerza política pro-occidental gobernase hoy Rusia. O bien si la OTAN hubiese aceptado negociar con Putin, desde 2007 a esta parte. Incluso, aunque menos probable, si Putin hubiese cambiado de opinión y de estrategia. Está claro que las posibilidades de evitar esta catástrofe eran muchas y nada tienen que ver con la “tragedia” fatal que nos plantea Mearsheimer.

En un reciente artículo en este mismo medio, Juan Battaleme describe con mucho tino el ideario de Mearsheimer: “Su pensamiento es determinista en tanto las fuerzas de la política internacional empujan a los líderes a actuar de la forma en que lo hacen y está convencido de la inevitabilidad conflictiva de la dinámica competitiva”. Pero, ¿qué determinismo? ¿qué “fuerzas”? No caben dudas que las fuerzas predominantes de la política internacional son los líderes y sus pueblos. Así lo prueba la evidencia histórica. Ellos son los únicos hacedores de esa historia. Que siempre puede dirigirse para el lado que ellos decidan. Como lo está haciendo Putin en este momento.

Por otra parte: ¿qué “inevitabilidad conflictiva”? Mearsheimer es famoso por las guerras y conflictos que supuestamente predijo. Pero no podemos pasar por alto todas las guerras que se han evitado, gracias a la diplomacia y la vocación de cooperación que tiende a primar entre los Estados, sea por valores o por intereses. Y que han rebatido de plano los supuestos deterministas del realismo ofensivo.

China, un actor cuyo comportamiento incomoda a Mearsheimer

Finalmente, es interesante hacer mención a la percepción de Mearsheimer sobre China, un actor internacional que claramente lo descoloca y lo fuerza a decir ciertas cosas para poder encajarla en sus artificiosos supuestos. Mearsheimer no puede explicar, por ejemplo, cómo es que China no inicia ni participa en guerras y cómo es que ha sido uno de los principales sostenedores de la globalización capitalista liderada por los EEUU. Sin embargo, el académico enmarca a ambas potencias en una “rivalidad inevitable”, donde el margen para la cooperación es mínimo.

En ese sentido, Mearsheimer tampoco puede explicar la paradoja de que China, el “hegemón en ascenso” y que supuestamente se vería “forzado” a agredir (por necesidad y oportunidad), por el contrario, últimamente ha debido defenderse de las agresiones (por ahora en el plano económico) de los EE.UU. Y cómo es que esas dos superpotencias así y todo mantienen la mayor relación económica de la historia de la humanidad. Se trata de intercambios anuales por más de USD 500.000 millones que, para sorpresa de los Mearsheimers de este mundo, hasta crecieron 28% en 2021.

Para concluir, el peligro de Mearsheimer, al igual que sucede con otros autores como Graham Allison y su “trampa de Tucídides”, es que terminan haciendo un gran aporte a lo que pueden convertirse en profecías autocumplidas. Porque es innegable su influencia sobre las élites políticas y económicas de Occidente. Y también es palpable el gran interés que despiertan en el ámbito académico, por la simpleza y atractivo de sus supuestos. No hay que negar los aportes de esta escuela, como de ninguna otra en las relaciones internacionales. Pero sí es muy importante derribar ciertos mitos.

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