En menos de 48 horas el presidente pasó de hablar de los “diablos” que produce la inflación a pedir que se le dé una oportunidad a la paz citando a John Lennon. Será la paz de los cementerios, porque muy cerca suyo y al mismo tiempo Gustavo Beliz no tenía mejor idea que anunciar un proyecto para que las redes sociales dejen de “intoxicar la democracia”. Nada más tóxico para la democracia que alguien crea que puede decir qué es tóxico y qué no. Un gobierno en el que no pueden hablar entre ellos nos va a venir a enseñar cómo tenemos que hablar entre todos. Es cierto que la conversación en las redes puede ser muy ácida y que muchas veces las palabras se utilizan como piedras para lapidar y no como vehículos de los argumentos. Pero hay algo mucho peor. Y es el silencio. Y eso, además de ser uno de los postulados de la libertad de prensa es algo que Beliz, Secretario de Asuntos Estratégicos de Presidencia, debería saber.
Por otro lado, es curioso, estamos ante un funcionario del mismo gobierno donde el presidente tiene una colección de faltas de respeto y escraches a periodistas en redes sociales. ¿En serio que ustedes son los que van a propiciar el buen uso de las redes? ¿Por qué no empiezan por casa dándole un curso de respeto a la libertad de expresión de los otros al propio presidente? A ver cómo andan por casa con la toxicidad.
El problema de fondo es que les molesta mucho la libertad. Y el otro problema, es que las ínfulas autoritarias no se maquillan. De la misma manera que disfrazan de democratización todos sus zarpazos institucionales, permítannos desconfiar ahora, que explican con buenos modos, que en realidad se trata de un trabajo muy profesional para construir “un ecosistema digital más plural y respetuoso”. La verdad, mejor no se metan. Cualquier intervención desde el poder en lo que se habla o no se habla tiene el tufo nauseabundo de las censuras. Con todo respeto, no pueden hablar de lo que es tóxico con sus antecedentes de hostigamiento a las opiniones críticas. Juzgarán qué es tóxico los que pertenecen a un gobierno que ha demostrado una y otra vez que detestan a los periodistas, porque se la han pasado señalándolos como enemigos, descalificándolos por pensar distinto, intentando vulnerar el secreto periodístico con ardides judiciales, persiguiendo a los que investigan, difamándolos con información falsa que a veces proporcionan las mismas usinas del gobierno e incluso atacándolos personalmente con recursos del Estado para intimidar o inhibir su acción profesional. Muchas gracias señor Beliz, pero no. Simplemente no se metan. Eso es lo mejor que pueden hacer con la conversación pública.
Es entendible que el afán por controlar que parece ser el único plan que tienen para todo, -porque son un gobierno de cepos-, es lo primero que se les ocurre. Un gobierno que no puede atrapar chorros, ni frenar a los narcos que son tóxicos en serio, viene a dedicarse a la toxicidad en las redes. Un gobierno que no puede parar la inflación va a venir a decir cuál es el buen uso de las redes. Y la verdad es que no alcanzan las explicaciones sobre las bondades del estudio con profesionales notorios para configurar lo que llamaron las redes para el bien común. Que el estado se proponga dedicarse “a garantizar la fiabilidad de la información y el ejercicio de la libertad de expresión y opinión”, según palabras de Beliz, aunque profesen fervor por la autorregulación, lo primero que da es miedo. Señor Beliz, gracias, pero no. Argumentan que firmaron un “pacto por la información y la democracia” impulsado por Francia y Alemania. En estas cosas les gusta Europa. Señor Beliz, gracias, pero no. No se metan. Lamentablemente, la censura toma múltiples y encubiertas formas en las sociedades modernas. Que el Estado se dedique a cualquier tipo de monitoreo, para arrogarse, escudado en cualquier experto, o arropado en nombres virtuosos, la facultad de decir cómo o qué se debe decir no deja de ser otra cosa que patrullaje. La incidencia de la mera noción de que hay controles, y esto lo deberían saber, genera contextos de autocensura, y restricciones en lo que se opina. Señor Beliz, gracias, pero no. ¿Cómo pasó de pelearse con espías a insinuar tácticas de buchón, señor Beliz?
Sea como sea, sepan que no pasarán. No sólo porque las leyes garantizan la libertad de expresión y por más que sigan intentando todo para copar a la Justicia, y cargarse la constitución, las leyes siguen en vigencia y los tribunales también. Segundo, porque el ejercicio de la libertad de expresión es su propio antídoto, tercero porque ya conocemos desde temprano en la democracia argentina, de Juezas Burunbundía, y cuarto, porque simplemente la gente no va a tenerles miedo.
El señor Beliz debería saber con su experiencia institucional que toda instancia en la que el Estado quiera dirigir la conversación, no importa cómo la quieran camuflar, es absolutamente contraria a la pluralidad. Sobre todo, cuando la crítica en una democracia muchas veces apunta a revelar lo que desde el poder no quieren que se sepa. Y por eso mismo, como decía el doctor Carlos Fayt, “la información en democracia adquiere un carácter sagrado por haberse hecho cargo de contrarrestar todo lo que oscurece el juicio de los ciudadanos”. Y nada lo oscurece más que alguien se erija por sobre los otros, como el dueño de la palabra, el árbitro de lo que está bien o está mal, o el gran hermano con guante blanco, pero con el ojo bien abierto. Mil veces se ha dicho, cuando se trata de libertad de expresión, la mejor regla es ninguna y el mejor arbitro es nadie. Básicamente porque la libertad de expresión es la libertad del que no piensa como nosotros. Su ejercicio está garantizado y protegido en nuestras leyes y nuestra jurisprudencia. Su poder se ha hecho carne en la sociedad argentina. Y estos tiempos horizontales de la información en los que todos somos emisores, con todos los excesos que esa fluidez implica, han empoderado aún más a los ciudadanos en su derecho a expresarse, asociarse y denunciar. Innumerables abusos del poder o los poderosos se denuncian gracias a las redes, violencias de todo tipo quedan expuestas gracias a las redes. Eduquen a los jóvenes para la democracia y para la vida. Dejen de adoctrinarlos y edúquenlos en el respeto y la tolerancia, y quizás tienen mejores resultados que patrullando.
Sólo basta fijarse qué países controlan las redes sociales y estará la respuesta. Este mes vimos con nuestros ojos cómo lo primero que hizo Vladimir Putin luego de declarar la guerra fue declarar mordazas a la libre expresión con penas de cárcel para el que publique fake news que son fake cuando lo afirma el Kremlin. Rusia, China, Venezuela, Irán o Cuba. Esos países censuran sus redes.
Ya que propusieron grupos de autoayuda, por qué no los impulsan para que se reconcilien su presidente y su vice, y sobre todo, para plantearse de una vez cuándo empiezan a resolver los problemas reales de los argentinos. A las redes, déjenlas en paz. En el nombre de John Lennon, aunque sea.
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