La vinculación del ser humano con su entorno se da en tres infoesferas concéntricas desde los sentidos al corazón: saber, pensar y sentir. De la guerra en Ucrania sabemos mucho porque la intensa y valiente presencia del periodismo, sumada a la alta capilaridad de las redes sociales, nos llena de noticias. Cuando las mismas se conectan con lo que tenemos en nuestras mentes acerca del orden internacional y el valor de la paz y la seguridad, nos resulta difícil de pensar y formular cadenas más o menos lógicas y verosímiles de causa y efecto. Frente a esa carencia pasamos al campo de las sensaciones y dos vectores se apoderan de nuestra atención: el horror ante el sufrimiento humano que nos arrastra a un pasado espantoso, que pensábamos superado, y la perplejidad frente a tanta irracionalidad que arroja imágenes tenebrosas del futuro.
Frente a tal escenario de padecimiento, complejidad y cambio, la incertidumbre derivada del empantanamiento táctico y estratégico de Putin alimenta un trabajo febril de los gabinetes políticos y los estados mayores de las fuerzas militares en función inversa de su distancia al epicentro de la acción. A su vez, el ecosistema universitario, los “think-tanks”, las academias militares, los analistas y el periodismo suman datos, información y su análisis febril para tratar de entender los hechos y sobre todo pronosticar su evolución.
Paradigmas del pasado
En una de las obras más trascendentes de la filosofía de la ciencia, La Estructura de las Revoluciones Científicas, Robert Kuhn nos propone la dinámica del paradigma como herramienta para la comprensión de los grandes cambios. El paradigma tiene tres dimensiones: una lógica que, como una teoría, explica un fenómeno, un lenguaje que se construye para manejar esa lógica y contenidos, que son el resultado de la puesta en práctica de dicha lógica. La concepción estratégica, el despliegue táctico de capacidades militares y sobre todo las atrocidades cometidas contra la humanidad consolidan un paradigma que nos remonta sin escalas a la Segunda Guerra Mundial.
La agresión militar lisa y llana a un estado soberano, el despliegue militar masivo para tomar control del territorio, el daño colateral excesivo generado por armas que por su precisión podrían minimizarlo y, sobre todo por el uso indiscriminado de armas mortíferas orientadas específicamente a la población civil son prácticas que, en el mundo occidental, no se veían en esta escala urbana desde la Segunda Guerra Mundial. En efecto, el bombardeo mutuo de ciudades en la Batalla de Inglaterra dejaba de lado blancos militares o industriales para sembrar el terror en la población civil. Dresden y Coventry fueron palmarios ejemplos de tales propósitos. En ésa lógica y con la experiencia agregada de Chechenia y Siria, las acciones de Putin parecen orientadas a doblegar la voluntad de lucha del pueblo ucraniano. Los resultados son, hasta ahora, adversos y análogos a los de entonces. El impulso moral de la defensa de la propia tierra y el liderazgo de su Presidente son factores determinantes.
El regreso en el tiempo a la Segunda Guerra es aún mucho más grave si se tiene en cuenta que entonces no existían ni la Carta de las Naciones Unidas, que capturó esa experiencia sangrienta en sus principios constituyentes de respeto a la integridad territorial de los estados y de solución pacífica de los conflictos; ni el Derecho Internacional Humanitario que, con su fuerza actual, procura proteger a la población civil y los no combatientes. A su vez, la escalada clara y presente que Putin genera en el campo de la disuasión nuclear nos lleva a los momentos de mayor tensión de la Guerra Fría que implican en la mente, las horrorosas imágenes de Hiroshima y Nagasaki. Otro viaje a paradigmas del pasado que pensábamos superados con la caída del Muro de Berlín. El horror presente y futuro se hacen más cercanos y plausibles.
La perplejidad aumenta día a día frente a la evidencia de resultados lentos y adversos en el campo militar lo cual, desde la utopía rusa de una guerra relámpago como las de Hitler, hoy se lee como un fracaso liso y llano. Tal resultado es el producto de una red neuronal de decisiones que se tomaron y se toman cada día en una lógica de fines y medios que sirve de telón de fondo a otra lógica de acción y reacción con la iniciativa, hoy, en las manos de Putin.
En este contexto se hace cada vez más acuciante tratar de responder a las preguntas más elusivas de estas horas: por qué Putin hizo lo que hizo, cuánto es suficiente en esa lógica y, las más preocupantes, cuál es su nivel de aversión al riesgo y hasta dónde quiere llegar. ¿Hasta dónde puede llegar? Cerca del centro de gravedad de las respuestas a esas preguntas, la motivación y el método para las decisiones ocupan un lugar central.
Tres vectores para la motivación
En el campo de la motivación, podemos pensar que el ser humano responde a tres fuerzas intelectuales y emotivas que, combinados, generan un vector resultante de la decisión y de la acción: principios, conveniencia o sentimientos. Aristóteles planteaba de un modo análogo tres dimensiones para el discurso, el ethos que explica la sustancia ontológica o de los principios, el logos que se explica en relaciones lógicas de fines y medios y el pathos, como impulso no racional o vinculado a la emoción. La historia demuestra trazas de los tres componentes en las grandes decisiones de los líderes más relevantes de la humanidad.
En el campo de los principios, es posible reconocer en Putin un fuerte impacto del nacionalismo de una “Gran Rusia” con resabios que, para Bertrand Russel, son más de grandeza zarista y sumisión a liderazgos fuertes que de añoranzas de escala soviética. Esa aspiración, oportunamente despojada de los argumentos ideológicos del comunismo, se hace evidente en muchas declaraciones directas sobre el “error histórico” cometido luego de la caída del Muro de Berlín, en particular con Ucrania. Los sentimientos derivados de esa épica construyen, a su vez, una fuente de motivación para las masas que es objeto de manipulación y fuente de retroalimentación. Dominique Moisi, en su obra Geopolítica de la Emoción, describe en qué medida, la realidad actual y sus tendencias encuentran explicaciones en el campo de emociones predominantes en los pueblos tales como el miedo de occidente, la humillación en el mundo árabe y la esperanza en China. La reivindicación rusa luego de la caída del Muro de Berlín puede pensarse, en el campo de la emoción, análoga a la alemana luego del Tratado de Versalles.
Sin embargo, el ethos y el pathos son cada vez más débiles para explicar motivaciones, decisiones geopolíticas y resultados de la acción derivada en la posmodernidad que nos inunda. La historia muestra, con un alto grado de consenso, que las decisiones de los estados deben responder más bien a una racionalidad fría que logre el bien común con los medios disponibles. En este sentido, resulta tan interesante como ilustrativo navegar la mente de Putin usando la brújula de la estrategia como referencia para entender mejor la guerra local en Ucrania y la posible evolución de la crisis global consecuente. El logos hace cuentas y calcula usando el ethos, pero es el pathos el que moviliza la acción y, sobre todo, la reacción ante los estímulos. La cultura explica el resto.
El método estratégico: el estado final deseado.
El pensamiento estratégico reconoce antecedentes escritos tan lejanos como El Arte de la Guerra de Sun Tzu (Siglo V AC) o el mismo título de Machiavelo (Siglo XIV DC). Nació en el campo de los asuntos militares para propagarse a los asuntos de estado y de la empresa. En síntesis, la estrategia es el método racional para el logro de los fines, con los medios disponibles, procurando el mayor beneficio, con el menor costo, con el menor riesgo y maximizando la libertad de acción propia en un entorno de voluntades en oposición, incertidumbre y largo plazo. En tal sentido, la ciencia y arte de la estrategia pasa por el manejo del conflicto, que se asume permanente, en un escenario determinado en el cual existen actores con intereses (fines y medios) cooperativos y competitivos con los propios tal que se configuran sociogramas de identidad ( amigos, neutrales, enemigos) y sociogramas de poder (A tiene poder sobre B cuando un fin de B depende de un medio de A).
En este paradigma, con su lógica, su lenguaje y sus contenidos, el resultado de la estrategia es una “política”, que es un conjunto de “maniobras” con “mensajes” a cada uno de los actores (o acciones con cada uno de ellos) que permite lograr los fines propios en el corto, mediano o largo plazo. Las maniobras se pueden agrupar en “esfuerzos” tales como el diplomático, el económico, el político o el militar. Para Von Clausewitz, la guerra es la continuación de la política con otros medios y su uso es la esencia del arte militar. El diseño operacional es, en ese contexto, el empleo de los medios militares disponibles en tiempo y espacio con el fin de lograr un Estado Final Deseado (EFD, esto es una situación favorable en la cual existe un equilibrio de poder militar, político y económico que le da sustentabilidad. La visión del EFD, que es eminentemente política, es condición sine-qua-non al pasar de las ideas a la acción.
Esta es la lógica que debieron haber usado los altos mandos militares para asesorar los procesos decisorios de Putin. En este contexto el resultado hoy no es favorable en el campo militar. La superioridad apabullante de los medios no se ha traducido en una supremacía de capacidades ni en resultados. Ni los blindados ni la aviación tienen la capilaridad necesaria para superar la amenaza de la guerra de guerrillas que, con armas del siglo XXI, lleva adelante el pueblo ucraniano. Y menos aún su motivación. El bombardeo indiscriminado ya genera pasivos morales, penales, diplomáticos y políticos insuperables. La opción nuclear, en su amplia gama desde lo táctico a lo estratégico, suena tan extrema como irracional para lograr los fines de la guerra de Putin y sólo acrecentaría esos pasivos. La táctica y la estrategia están estancadas: Putin parece empantanado.
En los resultados puede observarse una brecha entre la estrategia militar de la invasión, la política y más aún de la economía. Evidentemente, las decisiones fueron tomadas y/o revisadas en compartimientos estancos. El EFD es difícil o imposible de imaginar aún ante una victoria militar. La destrucción generada es una contradicción filosófica insuperable en la lógica de Putin. No hay forma de justificar el daño, la muerte y el sufrimiento ya generados para argumentar una amenaza potencial apenas verosímil. El estado de bienestar del pueblo ruso comienza a acusar el impacto de sanciones económicas y políticas que lo aíslan y le auguran un futuro sombrío difícil de superar. El canciller alemán, Olaf Scholz, sintetiza el consenso de los expertos en la materia en una frase: “La verdad es que la guerra destruye Ucrania, pero haciendo la guerra, Putin destruye también el futuro de Rusia. Esta es cada vez más una guerra de Putin más que una guerra de Rusia. La opción de éxito no parece visible en el horizonte. El fracaso, como siempre, más que militar es político. Parafraseando a Bill Clinton, “es la Estrategia estúpido!”. En este contexto, el contraste con el método de la estrategia, descubre que una de las raíces más notorias del fracaso podría estar en la dinámica de los procesos decisorios en torno al liderazgo de Putin. Su anécdota de una rata que lo atacó porque estaba encerrada y sin salida es una metáfora tan cercana como preocupante.
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