La invasión a Ucrania y la degradación de la estabilidad estratégica

Es un componente clave de la relación entre los Grandes Poderes, entre sí y en simultáneo con actores menores, y el “termómetro” del grado de tensiones existentes en el campo de la seguridad internacional

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Soldados de las fuerzas prorrusas
Soldados de las fuerzas prorrusas sobre un vehículo blindado, en la ciudad portuaria de Mariúpol (REUTERS/Alexander Ermochenko)

Desde que se inició la invasión de Rusia a Ucrania, las referencias a misiles y bombas termobáricas, misiles hipersónicos, bombas nucleares, ataques cibernéticos, armas digitales como Not Petya y armas laser se multiplican. Todo este despliegue de armas cobra sentido si lo ponemos en el contexto de aquello que se conoce como “estabilidad estratégica”. La misma es un componente clave de la relación entre los Grandes Poderes, entre sí y en simultáneo con actores menores del sistema internacional. Es el “termómetro” del grado de tensiones existentes en el campo de la seguridad internacional. Este concepto de los estudios internacionales y del campo militar tiene dos acepciones. En primer lugar, hay un conjunto de autores -por ejemplo Stephen Biddle, con su clásico Military Power: Explaining victory and defeat in modern battle- que optan por una definición restringida: la estabilidad depende de la forma por la cual la tecnología y la doctrina militar afectan las percepciones de los líderes sobre el resultado en el campo de Batalla. La estabilidad existe cuando las partes no pueden obtener una victoria decisiva en el campo de batalla y no pueden sacar ventajas que haga rentable una agresión militar.

Una segunda mirada sobre la estabilidad estratégica proviene de aquellos pensadores que consideran que la misma es producto de una combinación amplia de factores: la geografía, la tecnología y doctrina militar, el accionar de la diplomacia y el orden político existente. Una guerra es el producto de cómo se articulan junto con el peso que cada una de ellas tienen sobre la decisión resultante. Stephen Van Evera es un claro exponente de esta mirada sobre la estabilidad estratégica como lo muestra en su libro “War: power and the root of conflicts”.

Cabe destacar que ambas miradas coinciden en el punto de partida del análisis: la guerra presenta una mayor probabilidad de ocurrencia cuando la conquista es percibida fácil o es fácil. Estas miradas no están exentas de críticas. En el primer caso están quienes señalan que el estado del arte militar no define la decisión política de entrar o no en un conflicto militar, mientras que la segunda señala que las variables son tan amplias que el cálculo racional que supone no permite saber cuán cerca o lejos estamos de un conflicto militar.

El llamado “dilema de seguridad” actúa como trasfondo de esto. Cuando hay estabilidad, las tensiones, roces, estado de alerta, carreras armamentísticas están y son parte de las relaciones internacionales, pero no escalan al punto tal de comenzar un conflicto armado. Cuando ese entorno se degrada, el dilema de seguridad afecta las percepciones de los participantes en el mismo y aumentan las probabilidades de que las tensiones lleven a un conflicto armado.

Entre las grandes potencias la estabilidad estratégica continúa dependiendo de la capacidad efectiva del uso de las fuerzas nucleares. Durante la Guerra Fría la disuasión y el equilibrio del terror permitía sostener un mundo donde la primacía se encontraba en la ecuación defensiva haciendo mas difícil la agresión. La existencia de una paz armada nuclear trasladaba la violencia en diversas regiones del planeta. Ese mundo nuclear nunca desapareció, pero quedó oculto en las dinámicas de la posguerra fría y el post 11-S.

Entre los Grandes Poderes y Estados no nucleares o poderes convencionales entre sí, la estabilidad depende por un lado, de las apreciaciones políticas existentes sobre las expectativas que el resultado de un conflicto armado pueda tener. Por el otro, de la estrategia elegida para desarrollar el conflicto por los contendientes. Tanto atacante como defensor optan por una forma específica de defensa o ataque en función del objetivo que quieren lograr. Rusia eligió la estrategia de guerra rápida/ objetivos limitados en la ejecución de sus campañas anteriores y en la actual guerra de Ucrania. La excepción fue en Siria, donde la campaña de bombardeo esta vinculada a la lógica del desgaste. La decisión de actuar puede haber estado motivada por dos factores: por un lado, el llamado “falso optimismo” o la consecución rápida de los objetivos militares y en segundo lugar la “ventana de oportunidad”, ya que el grado de asistencia que Ucrania recibía por parte de Occidente iba a hacer cada vez más difícil una guerra terrestre, por lo cual las chances de obtener una victoria cierta eran cada vez menores. Con esto en mente dispuso fuerzas en una configuración de asalto, asumiendo dos cuestiones que se probaron falaces: el colapso del gobierno junto con la desarticulación de sus capacidades militares y un eventual re-alineamiento hacia Moscú.

Ucrania planteó una defensa asimétrica. Confió en dos cuestiones: por un lado, una movilización general de los hombres y una guerra de resistencia y, en segundo lugar, en el entrenamiento y reordenamiento que las fuerzas de la OTAN y de EE.UU. brindaron al Ejercito ucraniano después de la derrota de Crimea. Desde el 2014 en adelante, se abrazaron a una estrategia que fue diseñada no para evitar la agresión militar, sino para aumentarle los costos de la invasión, detenerla y perder la menor cantidad de espacios con el menor costo posible, pero ante todo sobrevivir como unidad política viable. La disuasión falló, pero en esta etapa del conflicto armado, la estrategia ucraniana moldeada a la sombra de los aprendizajes de la OTAN en los campos de batalla en los que participaron parece haber funcionado. El daño reputacional para Rusia y los cuestionamientos acerca del accionar “fallido” de su estructura militar, nos muestra que lejos de ser el oso que se creía, estando mas cerca de ser un tigre de papel como lo señala Kamil Galeev (@kamilkazani).

De cara a los próximos años la estabilidad estratégica entre los grandes poderes continuará degradándose debido a la presente guerra. Desde el punto de vista de la arquitectura internacional de no proliferación, control de tecnología misilística y dual, está debilitada y en estado de coma. El tratado de despliegue de misiles balísticos (ABM) se encuentra terminado, al igual que el tratado de fuerzas nucleares intermedias (INF), en Europa los anuncios de la OTAN de incrementos en el gasto militar certifican la defunción del tratado de fuerzas convencionales (CFE). Solo quedan en pie el MTCR y el TNP, aunque no esta claro por cuánto tiempo más o si no serán necesarias reescrituras futuras. En Asia Pacífico se acelerará el proceso de desarrollo de armas de largo y mediano alcance, junto con las hipersónicas y el desarrollo de sistemas basados en submarinos (SLBM). La modernización de las triadas nucleares en sistemas ofensivos, sistemas defensivos y alerta temprana incorporaran el despliegue de armas en el espacio ultraterrestre tanto para se usados contra objetivos de valor militar como satélites, pero también inauguraremos la etapa de los bombardeos orbitales y aunque parezca ciencia ficción esto es una realidad brutal en los cálculos militares en especial cuando se habla de acciones preventivas. Si lo contraponemos frente a la guerra de Ucrania recordemos que previo a la invasión occidente desplego su capacidad de inteligencia satelital para denunciar la invasión que se cernía sobre ese país. Los jefes militares cuando consideren grandes concentraciones de fuerzas deberán prepararse para esta realidad.

El ciberespacio es aun más peligroso desde el punto de vista de las percepciones. Si miramos el 2014 se señalaba que era extremadamente difícil detener una guerra híbrida en su fase ofensiva. La combinación de agresiones virtuales desde el espacio cibernético complementando el accionar militar parecía una situación imparable para los planificadores occidentales, tal como lo expuso la revista Wired cuando diseccionó el ataque cibernético de Rusia a Ucrania, en su ya clásico “How an Entire Nation Became a Russia’s Test Lab for Cyberwar”. Sin embargo, desde el inicio de la guerra el espacio cibernético ucraniano fue blindado por EE.UU. y la OTAN, el instrumento digital ruso falló al punto tal de no poder desplegar de manera efectiva una zona de vuelo que protegiera a sus blindados del uso de Drones militares como el Bayraktar TB-2 o de aquellos modelos comerciales que se usaron como observadores de tiro de artillería de avanzada. El ámbito digital, determinante como es, sigue siendo elusivo para determinar si su fortaleza es ofensiva o defensiva. Finalmente, en términos de estabilidad estratégica deberemos ver como la presente guerra se traduce en acomodamientos en el Pacífico, ya que bien podemos considerar que estamos en presencia de los primeros movimientos de un escenario más amplio que se definirá en el Pacífico.

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