En torno a la epidemiología y la polemología

La guerra de elección del presidente Putin es un retroceso en la construcción del multilateralismo para el Siglo XXI. En cambio, la pandemia refleja la necesaria cooperación y colaboración para abordar el que fue el primer desafío global. Ambas situaciones nos limitan, condicionan y se proyectan al futuro

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Saliendo de la pandemia, en Ucrania llegó la invasión rusa (REUTERS/Kacper Pempel)
Saliendo de la pandemia, en Ucrania llegó la invasión rusa (REUTERS/Kacper Pempel)

Durante dos, años el COVID-19 nos convirtió en expertos en salud: todos fuimos epidemiólogos. Desde hace mas de un mes, la invasión del gobierno del presidente Vladimir Putin a Ucrania nos convirtió especialistas en batallas militares: somos todos expertos en polemología.

El COVID-19 ya ha generado más de 6 millones de muertos y es una pandemia que trasciende las fronteras sanitarias, afectando a las sociedades y las economías en su esencia. Además, como todo movimiento tectónico, aceleró e intensificó tendencias que ya estaban en marcha, particularmente todo lo relacionado con la digitalización. Emergió así un nuevo Siglo XXI, híbrido, en el que convive lo temporal y lo atemporal, lo presencial y lo virtual, lo territorial y lo des territorial.

La invasión a Ucrania por el gobierno de la Federación de Rusia -miembro permanente del Consejo de Seguridad de la ONU, con poder de veto y responsabilidad agravada por el mantenimiento de la paz y seguridad internacionales- constituye la más flagrante violación a los principios y propósitos de la Carta de la ONU y al Derecho Internacional desde el fin de la Guerra Fría.

Siguiendo la distinción que hace Richard Haass, presidente del Consejo de Relaciones Internacional de Nueva York (CFR), entre war of necessity y war of choice, esta es la guerra de elección del presidente Putin.

En su artículo del 12 de julio de 2021, Sobre la unidad histórica de rusos y ucranianos, hay un claro indicio de su justificación a esta invasión. Allí el presidente Putin dijo: “Durante la reciente Línea Directa, cuando me preguntaron sobre las relaciones ruso-ucranianas, dije que los rusos y los ucranianos eran un solo pueblo, un todo único”.

Mas allá de los agravios que pudo haber aducido el gobierno ruso -promesas verbales incumplidas respecto de la expansión de la OTAN, marginación de los esquemas de seguridad europea- nada justifica la violación de las normas mas elementales de la convivencia civilizada.

Según el Alto Comisionado de DDHH de la ONU, ya hay 4 millones de refugiados ucranianos y de acuerdo al Alto Comisionado de Refugiados de la ONU más de 10 millones de desplazados internos. Miles de inocentes muertos, ciudades destruidas, logística arrasada; una nación y un pueblo injustificadamente agredidos en función de una escatología nacionalista, una inexplicable barbarie en pleno Siglo XXI.

El sistema internacional se autorregula en función de la adhesión de sus miembros a los principios y normas jurídicas que conforman el andamiaje institucional global, en particular el principio de soberanía e integridad territorial, tan importante para nuestra República. Por eso es imperativo que la invasión a Ucrania, no siente precedente: la solución pacifica de las controversias a través de la diplomacia es la única vía para encontrar soluciones justas, duraderas y sustentables. Las victorias fundamentadas en el factor exclusivamente militar, son esencialmente pírricas.

Como muy bien señalo el Embajador Martin Kimanu, Representante Permanente de Kenia ante las Naciones Unidas, en su discurso ante el Consejo de Seguridad el 21 de febrero último: “Debemos completar nuestra recuperación de las brasas de los imperios muertos de una manera que no nos sumerja de nuevo en nuevas formas de dominación y opresión. Rechazamos el irredentismo y el expansionismo por cualquier motivo, incluidos los factores raciales, étnicos, religiosos o culturales. Lo rechazamos de nuevo hoy”.

¿Quo vadis?

Parafraseando el título de las memorias del ex-secretario de estado de los EE. UU., Dean Acheson, desde 1949 hasta 1953, estamos Presentes en la Creación.

Los dos kairos que estamos transitando -pandemia e invasión- no solo representan dos eventos traumáticos de este Siglo XXI, sino que, quizás, reflejen opciones y marcos conceptuales a futuro: la tensión entre great power politics y un multilateralismo inclusivo.

El sistema internacional de este nuevo Siglo XXI, ¿se va ordenar en torno a principios de poder duro, fuerza militar, desprecio por normas y principios de DDII, o en torno al poder blando, la cooperación y colaboración del multilateralismo? Esto es lo que está en juego.

No coincido con la llamada percepción realista y su corolario sobre la inevitabilidad de la historia. Nada tiene que pasar, nada debe ocurrir.

En este nuevo Siglo XXI, signado por el cotidiano impacto de la ciencia, tecnología, innovación y ecología que permean y condicionan nuestra vida cotidiana, es muy peligroso avanzar en función de esquemas históricos anacrónicos y, fundamentalmente, disfuncionales.

La historia ha siempre generado violencia y destrucción, y el reciente siglo XX es testigo de ello. Pero también la historia es prolífica en ejemplos de que solo a través de procesos de negociación, consensuados y legitimados, se ha podido superar la discordia y avanzar en la conciliación y progreso humano.

La agenda global del siglo XXI, agenda que nos condiciona y limita, pero también nos ofrece caminos de avance y desarrollo, solo puede avanzar en un marco de cooperación multilateral.

La guerra de elección del presidente Putin- que se inscribe en la concepción de great power competition- es un retroceso en la construcción del multilateralismo (que la diplomacia rusa denomina policentrismo) para el Siglo XXI. En cambio, la pandemia refleja la necesaria cooperación y colaboración para abordar el que fue el primer desafío global: una enfermedad que ataco a cada uno de los mas de 7.500 millones de habitantes del mundo. Y ambas situaciones nos limitan, condicionan y se proyectan al futuro.

El recurso a la fuerza militar no va a desaparecer de la gramática humana. Pero si debemos esforzarnos en privilegiar, cada vez más, la dimensión pacifica de la solución de controversias, en el marco del respeto al Derecho Internacional y a los principios y propósitos de la Carta de la ONU.

Ello solo es viable si generamos más multilateralismo y no menos. Y en este contexto los 17 Objetivos de Desarrollo Sustentable constituyen la gran hoja de ruta. Y en el caso de la República Argentina, el multilateralismo hace a nuestro interés nacional y, asimismo, se inserta en la tradición diplomática de nuestra República.

En ocasión de pronunciar su discurso de aceptación de la presidencia de la Asamblea General de la Liga de las Naciones, el 21 de septiembre de 1936, el entonces Canciller y nuestro primer premio nobel de la paz, Carlos Saavedra Lamas, señalaba que “la Sociedad de las Naciones es objeto de críticas continuadas. Se le formulan reproches persistentes y se hacen incidir sobre ella todas las responsabilidades. Tiene, sin embargo, el derecho de volverse hacia los que la fustigan, hacia el mundo que la circunda, para formularle, a su vez, una reclamación: “La necesidad de contribución moral, de la lealtad solidaria, del coraje hasta del espíritu de sacrificio, que se comprometieron en el momento de su creación y que su misión exige”.

Si cambiamos Liga de las Naciones por Organización de las Naciones Unidas, estás debieran ser palabras para el discurso del presidente de la Nación ante la próxima Asamblea General de la ONU, en septiembre próximo.

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