Bueno, parece que para combatir la inflación vamos a necesitar un exorcista. La verdad que el Presidente no ayuda. Le atribuyó la responsabilidad de la inflación a “diablos que aumentan los precios”, a quienes “hay que hacer entrar en razón”. Si era así, por qué perdimos tanto tiempo, hubiera llamado a un cura hace rato para que rompa el maleficio, y ya.
Ojalá se hubiera quedado ahí, Alberto Fernáandez. Usar la metáfora de los diablos es, por lo menos, tomarnos a todos por estúpidos y, lamentablemente, en segundo término pero no menos importante, confesar que no tienen la menor idea de cómo solucionar el problema, o peor, que no quieren solucionarlo.
Lo más grave, es que inmediatamente después de hablar esotéricamente de la cuestión que más preocupa hoy a los argentinos, y cuando la inflación en alimentos supera el 7%, convirtiéndose en un acelerador de la pobreza a niveles que asustan, el mandatario no tuvo mejor idea que reflotar una de las más ofensivas conclusiones que puede ofrecer el cinismo político: culpar a las víctimas.
Resulta que la inflación está en la cabeza de la gente, es “autoconstruida” porque “la gente lee que los precios de los alimentos suben y entonces suben los precios de todo”. Cuando usted señor o señora vaya al almacén, y vea que algo subió de precio, no lo pague, porque está en su cabeza. Vaya al psicólogo y vuelva.
El Presidente acaba de inaugurar, otro nivel en la comprensión económica, el de los psicópatas: la inflación es una sensación, una sugestión, ideas que se hace la gente. ¿Se acuerdan lo de la sensación de inseguridad de Aníbal Fernández? Uno creyó que nadie podía empeorar eso, pero ahí está, la inflación autoconstruida en nuestra mente. Si esto sólo se quedará en el nivel de las estupideces, al menos nos haría reír. Pero decir lo que dijo el Presidente, además de evidenciar que no tiene la menor idea de qué hacer, es negar el sufrimiento de muchísima gente. Ser un reverendo desalmado, que no ve, no sabe, no entiende, ni siente lo que pasa.
El punto es que no darse cuenta que no puede decir lo que dijo enciende otras alertas, no sólo sobre cómo está realmente el Presidente y en qué condiciones percibe la realidad sino en las expectativas económicas acerca de cómo puede continuar todo esto. Si luego del anuncio de la guerra contra la inflación, aumentaron los precios, ¿qué puede pasar después de caracterizarla como un fenómeno psicológico o diabólico? Cualquiera que tenga que poner un precio, el mensaje que recibe es que no se hará nada y mejor prevenirse por las dudas. Y todo esto ocurre cuando en términos de precios se reavivan los peores temores de una hiperinflación.
Y el problema es muy delicado porque el espectáculo decadente de un Presidente que desvaría, se suma, a una crisis de gobernabilidad sin antecedentes desde el regreso a la democracia. Sin antecedentes porque está producida desde el centro gravitacional de la coalición de gobierno. La fuerza interna más desestabilizadora del gobierno de Alberto Fernández hoy, es Cristina, que es ni más ni menos que quien lo hizo Presidente.
El politólogo Natalio Botana calificó esta crisis interna como “una anarquía intra-estatal difícil de doblegar” y describió su efecto como un “bloqueo asfixiante” de la administración que deja a la economía en un “pantano”. Y aquí es donde todo se conecta. A un gobierno bloqueado, a menos que tenga la decisión de romper cadenas en serio, como no puede hacer nada, sólo le queda decir estupideces. El punto es, que entre la gravedad de los problemas reales y la peligrosa deslegitimación interna, en términos de poder estamos entrando en aguas desconocidas.
Dos hipótesis. El cristinismo parece estar migrando a un “Ah, pero Alberto” furioso. O, ejerciendo una presión desenmascarada para eyectar directamente al Presidente. El asedio discursivo es sin contemplaciones y a plena luz del día. Hasta no hace poco, cada vez que en el oficialismo, intentaban explicar las razones de algún problema, se lo atribuían a Mauricio Macri. Una de las escenas más insólitas, la viví una vez, cuando en medio del escándalo por besarle los pechos a su pareja en medio de una sesión del Congreso, de esas que salían por zoom, el diputado involucrado, en mi cara, intentó culpar a Macri por eso. Recuerdo haberle dicho, “Usted apareció en vivo besándole los pechos a su pareja frente a todo el país. ¿Qué tiene que ver Macri con eso?”. Pero Macri tenía la culpa de todo.
Ahora, buscando, despegarse, pero no irse, el cristinismo prepara la escena, para depositar toda culpa por la situación existente en el Presidente de la Nación, al tiempo que se abrazan a las cajas del estado. Para que esto sea creíble, necesitan hacerlo de forma brutal, que realmente se note que están en contra, que no tienen nada que ver con él. Y por eso el rechazo al acuerdo con el Fondo tiene escenas rimbombantes, portazos de Máximo, silencio de Cristina, marchas y declaraciones desembozadas, donde no queda ni rastro de algún respeto a la investidura presidencial. Toda esta preparación escénica servirá para decir más pronto que tarde, “esto es culpa de Alberto que acordó con el Fondo y no de nosotros”.
El “Ah pero Alberto”, será la forma de exculparse, aunque todos recordamos perfectamente que ni de casualidad Alberto Fernández hubiera llegado a la presidencia sin Cristina, y la madre de la criatura aunque lo niegue mil veces no podrá borrar con el codo lo que firmó con la mano. Ahora bien, esa es la mejor de las hipótesis. Pero la presión también implica que van a oponerse desde los lugares de la administración y eso abre preguntas inmediatas sobre cómo hará, entonces, Alberto Fernández, para gobernar. Cuando un secretario de los que responde a Cristina bloquee una decisión sobre las tarifas, por ejemplo, qué hará Alberto. Lo que sabremos muy pronto es si la incipiente autonomía que marcó el acuerdo con el Fondo tiene continuidad a la hora de cumplirlo, cosa que hasta el Fondo pone en duda, ya desde el vamos por lo desactualizado que quedó el acuerdo de cara al impacto de la guerra en la economía mundial. Sin embargo, cuando el FMI habla de “riesgo excepcionalmente” alto de incumplimiento, debería incluir la obstrucción de Cristina y La Cámpora, además de los precios internacionales.
Desde el cristinismo puro, explican sin tapujos, que la llamada unidad se dinamitó después de la derrota electoral. Si nos remitimos a esa instancia, la acción inmediata de Cristina fue descerrajar una carta en la que directamente le cambió el gabinete al Presidente haciéndose eco de los más de 4 millones de votos perdidos. Es muy difícil que Cristina acepte que se vaya en una dirección que no es la que ella plantea. Debió tragarse el sapo del acuerdo para esquivar el default pero aceptar que el Fondo tenga incidencia va contra su naturaleza y, para sus criterios, contra su supervivencia electoral que es lo único que le importa.
De mínima, lo que estamos viendo es una presión a todo o nada para que el fusible sea el ministro de Economía e incluso otros cuadros que responden al Presidente. Pero si esto pasa, qué quedaría del Presidente. Sería casi como tomar el gobierno. Qué espacio podría quedarle a Fernández en esas condiciones. Si bien el mandatario ha dado ejemplos de cuánto puede tolerarse la humillación, un desmantelamiento de su gabinete económico sin su incidencia, sería prácticamente una destitución.
Esto no es un cambio de figuritas para calmar egos, Estamos ante un veto fulminante. Y los márgenes ya no se juegan en el discurso. Se juegan en la ejecución. Si el Poder Ejecutivo ejecuta, el cristinismo dice que los traiciona. Parece un chantaje emocional. No lo es. El punto es que, dramáticamente, o los traiciona a ellos o se traiciona a sí mismo.
La crisis del gobierno ha llegado a un punto existencial. No extraña que el Presidente hable de diablos. Los pactos en el poder a veces se parecen mucho a los pactos con el diablo. Él sabrá con quien pactó.
SEGUIR LEYENDO: