Máximo, ¿es o se hace?

Cada uno tiene derecho a recordar el 24 de marzo como bien le parezca. A esta variedad de matices, se agregó uno más, respetable, pero ciertamente extraño. Un dirigente asumió un protagonismo desmesurado, que por momentos pareció ajeno a la fecha que se conmemoraba

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Máximo Kirchner en la marcha
Máximo Kirchner en la marcha por el Día de la Memoria (Gustavo Gavotti)

El 24 de marzo es —o debería ser— ese momento de cada año en el que un país entero recuerda el período más oscuro de su historia, el día en que se instaló una dictadura que mató, desapareció, torturó o expulsó al exilio a miles y miles de personas, y además robó cientos de niños. Es —o debería ser—el momento de valorar que la Argentina, como ningún otro país del mundo, juzgó y condenó a la mayoría de los asesinos y torturadores. Y lo hizo en paz. Y que ya hay varias generaciones que no saben lo que es vivir bajo tutela militar.

Naturalmente cada uno tiene derecho a recordar el 24 de marzo, o a interpretar aquellos hechos históricos, como bien le parezca: son las reglas de la libertad. A algunas personas le puede resultar incluso una fecha poco significativa. Para otras, será un momento especial para recordar seres queridos. Cientos de miles sentirán la necesidad de marchar a distintas plazas del país. Los padres conversarán del tema con sus hijos, si así lo sienten o si los hijos los molestan con sus preguntas. Los maestros explicarán su perspectiva a sus alumnos.

A esa variedad de matices con que se recuerda a la dictadura militar, este 24 de marzo se agregó uno más, tan respetable como todos, pero ciertamente extraño. Un dirigente político muy relevante asumió un protagonismo desmesurado, que por momentos pareció ajeno a la fecha que se conmemoraba. Desde días antes, dirigentes de La Cámpora dejaban trascender que esa agrupación utilizaría la fecha histórica para hacer una demostración de fuerza numérica contra el presidente Alberto Fernández. Cuando la columna de camporistas ya ocupaba varias cuadras compactas, apareció Máximo Kirchner para encabezarla. Kirchner (hijo) es el líder indiscutido de La Cámpora desde el día en que se fundó hace ya 14 años. Si alguien quisiera desplazarlo, no tendría herramientas para hacerlo. Los líderes de la Cámpora no se eligen por elecciones internas ni a través de congresos. Se trata de una organización vertical, centrada en una persona, que a su vez unge o desplaza, según el caso, a quienes lo acompañan.

El clima que rodeaba a Kirchner (h) era, ciertamente, festivo. Él mismo llevaba una colorida remera cuyo estampado no era un pañuelo blanco ni ningún otro símbolo que hiciera referencia al terrorismo de estado. Eran los cuatro comandos de la Play Station: una forma de burlarse de quienes le atribuían una dedicación excesiva a ese juego. Máximo era acompañado por equipos de difusión de La Cámpora que filmaban cada uno de sus saludos, de sus mohines, de sus movimientos para después seleccionar los que se viralizarían. En medio de ese despliegue, concedió un reportaje a un medio digital de La Cámpora. “Algunos eligen los sets de televisión. Otros preferimos la calle y la gente. Y…acá se ve”, desafió.

El contraste entre el significado de la fecha que se conmemoraba y lo que pasaba alrededor del diputado Kirchner se reflejó en otro episodio. Andrés Larroque, secretario general de La Cámpora desde su fundación, concedió un reportaje mientras marchaba hacia Plaza de Mayo. En esa nota, Larroque no se refirió a la dictadura, ni a los desaparecidos. Tampoco a Mauricio Macri. Su blanco, una vez más, era el presidente Alberto Fernández: “Pertenecía a un espacio político que en las elecciones previas al 2019 sacó un 4 por ciento de los votos”, lo ninguneó. Unos días antes, Larroque había difundido que en una conversación privada se le plantó al Presidente. “Te aviso que no podés citar más a Néstor Kirchner”, dijo que le había dicho.

La obsesión por la pelea contra Fernández se filtró por otras partes. Por ejemplo, en el video de 3 minutos y medio con el que La Cámpora recordó lo ocurrido durante la dictadura. Desde el arranque mismo, aparece el intento de comparar a Martín Guzmán con José Alfredo Martinez de Hoz. “El acuerdo que hemos logrado con el Fondo Monetario Internacional a nivel gerencial, satisface plenamente nuestras aspiraciones. Es lo que queríamos. Y lamento no poder decirles más, ni darles ningún detalle al respecto por ahora. Esto nos satisface plenamente”, se escucha a Martínez de Hoz. Luego se recuerda que, tras el acuerdo con el Fondo, subieron las tarifas y el precio de la nafta. En ese clip, aparece un solo testimonio de la represión: dura cinco segundos. El resto del tiempo está ocupado por discursos de Néstor y Cristina Kirchner.

Máximo Kirchner, por obvias razones de edad, no fue perseguido por la dictadura, no la combatió, ni tampoco tuvo un rol protagónico en el maravilloso proceso de construcción social que produjo una conciencia homogénea respecto de lo sucedido en aquellos años. Pero el último 24 de marzo se ubicó curiosamente en el centro de la escena. Su protagonismo compitió con el de los tradicionales pañuelos blancos, y su mensaje estuvo centrado en el repudio al gobierno del Frente de Todos, o en utilizar el doloroso pasado de todo un país, en función de ese objetivo. La dictadura quedaba en un segundo plano frente a su necesidad de protagonismo y su enojo con el Gobierno.

Seguramente, habrá distintas maneras de evaluar la fortaleza real de Kirchner (h). La capacidad de movilización de personas es, sin dudas, un elemento relevante en algunas construcciones políticas. Y no hay muchas organizaciones como La Cámpora, capaces de poner en la calle, el mismo día, a la misma hora, en el mismo lugar, a alrededor de 50 mil personas. Si el diputado quería que eso quedara en claro, lo logró. La pregunta obvia es: ¿en que medida esas personas representan al resto de la sociedad? ¿Son “la gente, la calle”, una parte significativa, o una porción minúscula del todo?

La única forma de responder esa duda son las elecciones. En 2019, cuando Cristina Kirchner decidió declinar su candidatura presidencial, no designó como candidato alternativo a su hijo sino a Alberto Fernández. Evidentemente, no creyó que la gente lo acompañaría o que estaba preparado para ser Presidente. Tampoco eligió a Andrés Larroque, pese a que pertenecía al sector que en ese momento era mayoritario en el peronismo. Ni siquiera los colocó en candidaturas a gobernador o a jefes de Gobierno. Tal vez las próximas elecciones sean el momento en que, finalmente, Máximo Kirchner –ya un hombre grande—se decida a medir fuerzas por sí mismo.

Otro elemento que rodea el fenómeno es el creciente fastidio de gran parte de la dirigencia kirchnerista con este tipo de conductas. Quien lo expresó con más contundencia, fiel a su estilo, fue Luis D´Elía:

— ”El kirchnerismo no es una propiedad inmueble más de la familia Kirchner”.

— ”Así como Ricardito Alfonsín no tiene la densidad, estatura y volumen político de Raúl Alfonsín, Máximo Kirchner no tiene la densidad, estatura y volumen político de su papá”.

— ”Estuve 1000 días preso por defender al kirchnerismo. Ni Máximo ni Cristina levantaron una sola vez el teléfono para preguntarme qué necesitaba”.

— ”Estuve en todas las peleas. Puse mi salud y mi libertad al servicio de la defensa del kirchnerismo. Y te mandan pendejos a decirte que sos un traidor. Conmigo, no. A ver si se entiende: conmigo, no”.

— ”Desde que murió Néstor, Cristina eligió a La Cámpora y desplazó al resto del peronismo. ¿Dónde se discute dentro del kirchnerismo? ¿En qué congreso puede uno dar sus opiniones?”

Mientras Máximo Kirchner hacía su rutina en la marcha hacia Plaza de Mayo, cientos de miles de personas recordaban, cada uno a su manera, esa fecha trágica: no estaban pensando en Máximo ni en la interna del Frente de Todos. Nicolás Gadano, ex funcionario económico de Mauricio Macri, subía a las redes el pasaporte que debió usar, cuando era un niño, para escapar a México, donde se exiliaron sus padres. Estela de Carlotto grababa –dato político que pasó casi inadvertido— un mensaje para transmitir en el acto que encabezó el presidente Alberto Fernández. Y su nieto, Ignacio Montoya Carlotto, escribía:

“Este 24 de marzo fue especial, como siempre. Esta vez mi hija atravesó en la escuela la mención de esta fecha. Ella sabe de sus abuelos desaparecidos e intuye, en su inocencia, que su papá está lejos, también, por la fecha. La maestra nos dijo que se puso triste, y lloró un poco. Que le contó a sus compañeros que tenía una bisabuela de Mayo y que conocía a sus abuelos no más que en fotos. Anoche, lejos de mi patria, también lloré, no sé si por mí, tal vez sea el espejo de mi hija. Para ella fue la tristeza de un ratito, y a seguir. Luego me dijo que le habían dicho en la escuela que antes, hace mucho, nada se podía y ahora sí. Lo que no se puede es repetir lo mismo dos veces. Nunca más”.

Lo dicho: cada cual tiene el derecho a recordar como le parezca una fecha que, para mucha gente, tiene bastante de sagrada.

Pero hay algo en lo que, por suerte, casi todos estamos de acuerdo.

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