Cuando comenzó la gestión de Alberto Fernández, uno de sus primeros actos fue convocar la “Mesa del hambre”.
Una pública “carrozza di tutti” que incluyó de Marcelo Tinelli a Adolfo Pérez Ezquivel; aunque con esa “cosa pequeña” del kirchnerismo excluyó a muchos de los que se ocupan personal y seriamente, del tema por la sola razón de ser confesos del otro palo.
Para los que calzamos algunos, años la reunión y las pocas que le sucedieron fueron casi un “acto vivo” entre película y película.
El eterno retorno, la circularidad, el inmovilismo son la matriz conceptual de la política argentina, oficialismo y oposición
El “acto vivo” era una representación, generalmente musical, de artistas poco conocidos que interpretaban, por ejemplo, canciones y a veces bailes; cobraban unos pesos, los aplaudíamos y luego proyectaban el film que es lo que el público había venido a ver. Nadie iba por “el acto vivo”.
Como nadie, seriamente, lo votó a Fernández para que Narda Lepes, la infaltable en todo acto vivo Estela de Carlotto o Martín Caparros se ocupen de la pobreza o el hambre, más allá de la popularidad o el respeto que estas personas se merecen. No eran ellos.
La política de Fernández y del Frente de Todos en materia de “guerra contra el hambre o la pobreza” por primera vez reconoció su fracaso con la eyección de Daniel Arroyo, primero y de Victoria Tolosa Paz, después, pasándolos de la tarea ejecutiva que le había sido confiada en materia social a la tropa de diputados que, felizmente, acaban de ser útiles votando por el sí al acuerdo con el FMI.
Todo es hoy mucho más grave que cuando Fernández asumió
Fernández fracaso, al igual que Mauricio Macri, al igual que Cristina Kirchner y Axel Kicillof, que no quería ni medirla para no estigmatizar, o que Néstor Kirchner y Eduardo Duhalde; y así hasta la dictadura. Porque no debemos olvidar que la pobreza y el número de personas desempleadas crecen sistemáticamente desde los trágicos días del rodrigazo, la dictadura genocida y los electos por la democracia no pudieron, no quisieron o no supieron resolverlo. Ni el hambre, ni la pobreza, ni el desempleo.
Algunos funcionarios honestos y capaces estaban convencidos, al comienzo del gobierno del Frente de Todos, de que sí lo iban a resolver. Obviamente no lo hicieron y como cualquiera sabe, cuando una enfermedad social –aún sin crecer– se sostiene en el tiempo, simplemente se agrava. Todo es hoy mucho más grave que cuando Fernández asumió.
Fernández lanzó su guerra contra la inflación. La anunció con fecha de comienzo, pero el día fijado no pudo o no quiso anunciarla. Pero sabemos que la está preparando. El ataque está orientado a “los precios” y a la búsqueda de la financiación de imaginarios elementos compensatorios. Nada es novedoso. El eterno retorno, la circularidad, el inmovilismo son la matriz conceptual de la política argentina, oficialismo y oposición. El oficialismo da vueltas alrededor de las distintas maneras en las que se puede pronunciar o leer la palabra “control” y la oposición en torno de la palabra “reforma”, es decir, darle otra forma a los mismos elementos. Volveré sobre esto.
La “mesa de la inflación” tiene como integrantes a funcionarios como Julián Domínguez, Matías Kulfas, a Martín Guzmán, Mercedes Marco del Pont y Cecilia Todesca, entre otros. Algo está pasando ahí. La única representante de Cristina es Marco del Pont la que vendría a representar el costado tributario de la guerra y Domínguez, al campo.
¿Por qué recordé la “mesa del hambre”? Primero es bueno recordar los errores y las promesas incumplidas, antes que nuevamente se cometan los errores y las promesas incumplidas.
Macri afirmó, casi riéndose, que el problema más fácil de resolver era la inflación, tratando casi de estúpidos a todos los que lo habían precedido. Y después, en su mejor etapa de la carrera electoral, dijo que quería ser juzgado por su candidatura.
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