El ataque de Granata

Violar leyes no siempre es un delito. Pero, ¿quién dijo que lo peor que se puede ser es delincuente? Identidad de género, “privilegios” y desigualdad estructural

Amalia Granata

Esta vez le tocó a las personas travestis y trans. Amalia Granata las atacó con la misma furia que le conocemos en las discusiones públicas sobre los derechos de las mujeres. La modelo, periodista y diputada provincial por Santa Fe es una antifeminista acérrima que se opone al aborto, por ejemplo, incluso en el caso más extremo de niñas violadas. El movimiento de mujeres es para ella, como para la conductora Viviana Canosa, una “dictadura verde”. Así llegó a la función pública, con el partido local ultraconservador “Unite por la Familia y la Vida”, colectora del PRO.

¿Qué dijo? Que las personas travestis y trans tienen privilegios. “En la Legislatura ingresan proyectos para darles más derechos a los trans o porque son trans darles viviendas gratis o pagarles desde el Estado”, pero “sos trans, no tenés ninguna incapacidad para ir a trabajar”. También recordó que “ante la ley, el hombre y la mujer somos iguales”.

Las provocaciones de personajes como Granata o Canosa (¿o Milei?) generan, además de bronca y dolor, dos perplejidades. Primero: ¿son o se hacen? Segundo: ¿se les contesta o se las ignora?

Empiezo por la segunda. Con Trump como horizonte de prueba irrefutable, muchos sostienen que no debemos hacer consumo irónico de las barbaridades que dicen estas personas. No hay que nombrarlas ni para reírse. Es lo que buscan: que hablemos de ellas. Donaldo empezó como presidente de mentiritas en los Simpsons y terminó al mando de la valija nuclear de Estados Unidos. No jodamos.

Pero esto pudo haber tenido sentido hace unos años. Hoy ya es tarde para no hablar de Milei. El muchacho de discurso fascistoide y parafernalia violenta y, en algunos casos, antisemita, sacó más del 17% de los votos en las últimas elecciones legislativas de la Ciudad de Buenos Aires y se dirige a ser candidato a presidente en 2023. Mejor que hablemos (y mucho) de lo que dice. Y de Canosa o Granata también. Ya llegaron. Están ahí. Las ve todo el mundo, las siguen, convocan. Más vale que tengamos algo para decir y que sea mínimamente convincente.

Javier Milei

Segunda perplejidad: ¿son o se hacen? Esto también circula mucho. En el caso de Granata, se subrayó una y otra vez. “Sabe lo que dice, lo hace a propósito, la financia el establishment conservador”, se escuchó en estos días.

Acá hay dos cuestiones distintas que pueden o no converger: la ignorancia y el establishment. Por un lado, desde una mirada feminista, es complejo plantear a Granata o a Canosa como objetos de utilización por parte de un ente superior (seguramente gestionado por varones, por cierto). ¿Por qué asumir que las feministas hablamos desde la libertad y que las antifeministas lo hacen desde la esclavitud o la prostitución ideológica? ¿Por qué no aceptar que Granata y Canosa, como muchas personas, piensan lo que dicen que piensan, por muy horrible que nos parezca?

Por otra parte, ¿qué importancia tiene si son o no ignorantes? Es cierto que, en general, pensamos que es menos grave obrar sin intención. Se dice “no es ninguna tonta” en plan “es mala”. Pero, ¿la justificaría no saber? Sócrates diría que no: para el intelectualismo ético, nadie que sepa qué es el bien y qué es el mal puede no hacer el bien. La maldad es, pues, la ignorancia.

Bueno, pero si es ignorante, pobre, ¿no? No, la verdad que no (más allá de Sócrates). Granata, además de eventualmente inculta o mal informada, es una funcionaria pública. Tiene el deber de conocer, cumplir e incluso hacer cumplir las leyes. Canosa no tiene ese deber especial, pero sí uno parecido por ser comunicadora social.

¿Qué debería saber Amalia Granata? O, en todo caso, si prefieren, ¿qué cosas que sabe y deliberadamente no dice deberíamos considerar? Flor de la V y Franco Torchia lo explicaron con toda claridad. La expectativa de vida de las personas travestis y trans en la Argentina es de 35 años. ¿De qué privilegios habla, diputada?

No hay mucho más para decir. Solo agrego un par de datos.

Viviana Canosa

La ley 26.743, sancionada en 2012, reconoce el derecho de todas las personas al libre desarrollo de su identidad de género: el modo en que vivimos, sentimos y nos autopercibimos, y que puede o no coincidir con el sexo biológico que nos asignan al nacer en función de nuestros genitales. También se protegen las expresiones de género: cómo nos vestimos, hablamos o nos hacemos llamar. La norma garantiza rectificaciones de documentos de identidad, intervenciones quirúrgicas, tratamientos hormonales y trato digno (que nos nombren como queremos ser nombradas). Además, el decreto 476/2021 reconoce la categoría no binaria en los documentos de identidad.

Esto es lo que mancilla la diputada provincial cuando se refiere a las personas travestis y trans con el pronombre masculino. A Granata puede parecerle horrible, pero es la ley y la tiene que respetar. No hacerlo no la convierte en una delincuente, pues no toda violación normativa es un delito. Pero sí podría justificar un pedido de juicio político. Y, por cierto: hay cosas peores que ser delincuente; siempre se puede ser simplemente cruel.

Otra norma relevante (que exaspera a Granata) es la de promoción del acceso al empleo formal para personas travestis, transexuales y transgénero “Diana Sacayán-Lohana Berkins” (ley 27.636), que establece acciones afirmativas contra la exclusión estructural que sufre este colectivo en el mercado laboral: cupo del 1% en el sector público nacional, herramientas de sensibilización, medidas para finalizar la educación obligatoria, incentivos tributarios, líneas de crédito y compras públicas preferenciales.

Las acciones afirmativas, también conocidas como acciones positivas o discriminación inversa, buscan reducir la desigualdad estructural. La idea es que cuando un mercado discrimina de manera sistemática (por caso, a los negros, a las mujeres, a las personas trans), la única manera de encontrar mayor equidad es con medidas inversas, que mejoren la situación de quienes son discriminadas. Y esto no es una violación del principio constitucional de igualdad, pues lo que la norma protege (la que cita Granata cuando dice que varones y mujeres somos iguales ante la ley) no es la igualdad formal. Con la igualdad formal, las escuelas estadounidenses todavía estarían segregadas entre blancos y negros y Rosa Parks seguiría sentada al fondo de un colectivo en Alabama.

Amalia Granata en su banca de diputada provincial

Si en los años 60 los gobiernos de Estados Unidos no hubieran implementado acciones afirmativas, poco habría cambiado en una estructura social que esclaviza, excluye y discrimina histórica y sistemáticamente a las personas negras. La primera medida fue, justamente, laboral: la orden ejecutiva 10925 que dictó John F. Kennedy en mayo de 1961 para incentivar a los contratistas del Estado a emplear en forma igualitaria. Luego vendrían otras, como las vinculadas a la educación, que reservan posibilidades de ingreso a escuelas y universidades, ante iguales calificaciones, a minorías discriminadas.

De esta historia vienen, también, nuestras primeras normas de cupo femenino en el ámbito de la política. A Amalia Granata pueden no gustarle las acciones afirmativas. Está en todo su derecho. A ningún conservador le gustan. Pero es directa beneficiaria de ellas (afortunadamente, por cierto) y, sí, también del azar. Aunque ella no lo crea. Aunque prefiera contarse a sí misma que llegó solo por sus méritos. Les pasa a muchas personas. Es una creencia que atraviesa privilegios de clase, de género, de todo tipo. “Yo soy mujer y nadie me regaló nada”, “me rompí el lomo estudiando” o “las trans no tienen una incapacidad para trabajar”. Debe ser lindo vivir en esa nube de merecimientos.

En el relato largo que le da el título a su nuevo libro “Soy una tonta por quererte”, Camila Sosa Villada compone un fumadero de Harlem en el que se cruzan las vidas de dos travestis latinas con la cantante negra Billie Holiday. Cuando Ava y María la escuchan interpretar por primera vez “Fruta extraña”, ese poema doliente que describe las matanzas de los negros (“de los árboles del sur cuelga una fruta extraña/cuerpos negros balanceándose en la brisa sureña”), con el que Billie queda físicamente descompuesta, María, nuestra narradora travesti, susurra, sin que nadie la oiga, “Yo también soy fruta extraña”.

Y vos también, Amalia.

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