Incertidumbre, tecnología y vínculos humanos

Pautas que nos ayudarán a encontrar un poco de calma y seguridad en contexto de guerra y post pandemia

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Meditar es uno de los consejos para afrontar la situación actual
Meditar es uno de los consejos para afrontar la situación actual

Suena el llamado en la plataforma avisando que el paciente se encuentra conectado para comenzar la sesión como todas las semanas desde hace un año. Al ver su cara en la pantalla, la terapeuta distingue un gesto de tensión. Luis tiene 36 años y relata que él, como muchas personas que se encuentran en ese pueblo de Austria, está muy angustiado. Los escasos 800 kilómetros que los separan de la frontera con Ucrania hace que se sientan en peligro inminente, una vez más en el lapso de dos años.

Él, como muchos otros, siguen la guerra desde sus teléfonos o computadoras y experimentan malestar causado por el miedo y la sobreinformación. La angustia que experimentan se refuerza cuando les llega información de que el gobierno austríaco ofrece una caja con pastillas de yodo por familia para que ingieran en caso de ataque nuclear. Su gran miedo es no poder llegar a tiempo en caso de que haya que evacuar y retornar a su país de origen, lejos de la zona de conflicto y, a la vez, sentir que abandona a personas que son muy importantes para él.

La pandemia hizo crecer de manera exponencial el uso de la virtualidad y desde ese momento nuestra cotidianeidad y nuestros vínculos se vieron modificados. La gran mayoría de las actividades y vínculos humanos se sostuvieron no sólo en la tecnología, sino en la virtualidad, que sería una especie de nueva dimensión (tal vez la quinta, si consideramos al tiempo como la cuarta).

Desde nuestro nacimiento, los vínculos amortiguan todos los impactos de nuestra relación con el mundo. La relación humana suaviza el efecto, estimula y participa de nuestro devenir. La relación con la madre (o el cuidador que cumpla esa función) nos sostiene, física y emocionalmente, nos presenta el mundo y desde allí transitamos por distintos planos que incluyen la interacción con otros y con el mundo hasta alcanzar la conciencia planetaria desde la intrínseca relación planeta-humanidad-persona. Esta conciencia planetaria se vio afectada desde principios del año 2020, cuando los humanos nos encontramos obligados a procesar grandes montos de incertidumbre con la consecuente sensación de vulnerabilidad y una cercanía desconocida ante la enfermedad y la muerte.

Luis relata algo que le llamó la atención en estos días, que le pareció inesperado. En medio de los planes de evacuación y la desestimación de los mismos, Luis sintió una necesidad casi percibida como una urgencia: quería ir a misa. Se reía mientras lo relataba porque nunca fue religioso y menos practicante. Mientras escuchaba al párroco y trataba de no perderse partes del sermón en alemán, comenzó a tranquilizarse. Miraba a los niños con carteles con los que llamaban a parar la Guerra y se sintió siendo uno con todas esas personas que estaban unidas y entrelazadas en su humanidad por el miedo y la esperanza que se reflejaba en las caras inocentes de esos niños, que eran parte de la situación límite que estamos atravesando como humanidad.

Hoy nos enfrentamos a las implicaciones existenciales no sólo de la supervivencia, de la vida y de la muerte, sino de cómo vivir, de lo que nos importa profundamente. Estas 5 pautas nos ayudarán a encontrar un poco de calma y seguridad en contextos como el actual.

1. Desarrollar y practicar lo más humano

El riesgo de la tecnología y los vínculos surge principalmente del problema planteado por Einstein, acerca de que esta no supere o exceda a la humanidad. Es decir, que la tecnología -y su estandarización- no se vuelva un fin en sí mismo, ni que permitamos nuestra deshumanización, al perdernos en ella. Depende de nosotros, no de la tecnología. De hecho, es un problema que va más allá de la misma tecnología. Y tiene que ver con desarrollar y practicar lo más humano: nuestro ser libre y en relación. Es decir, el reconocimiento de la propia subjetividad, de la propia existencia auténtica, en relación con la del otro y el mundo.

2. Ejercitar la propia libertad con creatividad

Gracias a ese vínculo de sostén primario suficiente, la persona podrá luego transitar su proceso de individuación. Esto significa una separación y autonomía progresivas de los mencionados cuidados maternales y paternales, y de otras estructuras predeterminadas. Una vez lograda la independencia, que implica enfrentar la soledad existencial y la construcción de uno mismo desde el ejercicio de la propia libertad y el de un sentido propio, el ser humano está llamado a reconectarse con el mundo y los otros, pero desde su creatividad, a través del trabajo, el amor, el arte, la solidaridad.

La creatividad desde el sí mismo verdadero, sería la forma genuina de reunión y vinculación con el mundo, la forma sana de lidiar con la angustia y el aislamiento existenciales. Muy distinto a una fusión indiferenciada, como la del bebé o la del adulto con patologías graves. También está la patología del adulto que se somete a estructuras de sentido predeterminadas, dejando en manos de otros su libertad, por el miedo a ser. Sin embargo, esto es lo que más angustia e insatisfacción vital genera, y, finalmente, patología. Enfrentar en cambio la angustia existencial para transformarla en vivir creativo, permite integrarse, reunirse con el mundo y autorrealizarse .

3. Desarrollar mi propia humanidad

Asimismo, cada vez que elijo una existencia más madura, amplia e inclusiva o una regresión hacia una existencia más egocéntrica e inmadura, de alguna forma estoy eligiendo una humanidad. Es decir, se generan consecuencias sociales. Fromm (2007) planteaba este proceso de individuación, madurez y creatividad de la persona como el núcleo de una sociedad humanista, más libre, equitativa y justa. La persona que desarrolla su propia humanidad puede comprender que en ella contiene a la humanidad entera. Por otra parte, cabe aclarar, que la individuación y la creatividad como revinculación con el mundo, son procesos constantes en la vida de una persona, inacabados, no-lineales y más bien espiralados.

4. Meditar

Medio ambiente y sujeto son modelados por la acción-cuentro de ambas, “mente y mundo emergen juntos en la enacción” . La capacidad humana de practicar la presencia plena -por ejemplo, a través de la meditación-, permitiría abrirse conscientemente a aquella experiencia de indeterminación y flujo de mente y mundo, que solemos ignorar en el trajín cotidiano. Esta facultad experiencial y cognitiva, que permite comprender y trascender la perspectiva yoica y así profundizar la compasión hacia la alteridad, incluye a las demás perspectivas mencionadas respecto a nuestra existencia relacional. Se abre a la intersubjetividad afectiva y existencial, al humanismo existencialista, y a la emergencia de una conciencia planetaria.

La conciencia planetaria implicaría comprender y experimentar el Yo- Tú humano-naturaleza, nuestra existencia relacional terrestre. Es decir, ser conscientes de que la “humanidad es una entidad planetaria y biosférica”, y, por la tanto, que “la vida es una emergencia de la historia de la misma Tierra y el hombre una emergencia de la historia de la vida terrestre” en palabras del pensador Edgar Morin. Esto implicaría profundizar aún más el humanismo, para aprender a ser-ahí en el planeta. Asumir así nuestra comunidad de destino humana y planetaria, a la que nos convoca particularmente esta época globalizada, donde todos los principales problemas se han transnacionalizado cada vez más.

5. Fortalecer nuestros vínculos más cercanos y profundos

La pandemia por coronavirus es hoy el primero de una larga lista que se escribe hace décadas: inmigración, crisis financieras, catástrofes ambientales, terrorismo transnacional, entre otros. Aquí nuestra existencia relacional ocurre de individuo a comunidad, a humanidad y planeta Tierra. La diferencia es que esta última crisis ha implicado que por primera vez en la historia se viviera al mismo tiempo y con consecuencias similares en cada rincón del mundo. Ni el PBI per cápita, ni la jerarquía geopolítica del país, ni tampoco la clase social de la persona y su familia, han resguardado a nadie (aunque en una segunda etapa, los países con mayores recursos han podido vacunar y bajar el número de contagios y muertos en menos tiempo). Cada persona ha sentido en el cuerpo y en su subjetividad completa la pandemia, la cuarentena y sus consecuencias afectivas y económicas. El rumbo vital de toda persona se ha visto modificado, el de la comunidad, el de la humanidad completa, e, incluso, el de la naturaleza, que paradójicamente ha sentido un respiro. Ante el aislamiento estricto e inicial de las personas, la naturaleza ha podido salir a las calles.

Cada persona es un cosmos de emociones, de anhelos, de sensaciones, de pensamientos; la humanidad es todas las personas que la constituyen, consciente e inconscientemente; el planeta es todas las criaturas que lo conforman; el cosmos, todas las galaxias que contiene. El cosmos que es la persona es indivisible del mundo: ocurren en conjunto y al mismo tiempo.

Lo que ya impulsa la pandemia es la inevitabilidad de nuestra existencia relacional: por ejemplo, las expresiones xenófobas que surgieron inicialmente hacia la comunidad china por ser identificada en cierto imaginario social como “portadores del virus”, se han disipado, ya que todas las comunidades nos hemos contagiado. Ahí lo inexorable de la vinculación y la interdependencia.

El vínculo con el otro podemos abrazarlo o podemos rechazarlo, incluso negarlo. Lo que es indudable es que estamos relacionados. La misma soledad, como riqueza y signo de madurez, se define por un vínculo afectivo previo internalizado que nos ha permitido desarrollarnos lo suficiente para saber estar solos.

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