Ahora la culpa de la inflación es de las flautitas

Explicar el problema inflacionario por la invasión de Putin a Ucrania es un disparate de dimensiones insospechadas. El pan y los cereales tienen un peso del 4,05% en el IPC

Guardar
Un cliente tiene una lista en verdulería en un mercado callejero, en Buenos Aires (REUTERS/Agustin Marcarian)
Un cliente tiene una lista en verdulería en un mercado callejero, en Buenos Aires (REUTERS/Agustin Marcarian)

Cuando uno escucha a funcionarios del Gobierno hablar que la inflación es multicausal y siempre tienen una explicación a mano para justificar sus fracasos para frenarla, entiende porque dicen que es multicausal: para inventar mil excusas diferentes que les permitan tratar de salir del paso.

Resulta que ahora la inflación es culpa de la guerra, según Gabriela Cerruti, la verborrágica vocera del presidente, que sostiene que la inflación que tuvimos hasta ahora es diferente de la que va a venir porque la invasión de Vladimir Putin a Ucrania hace subir el precio del trigo, como si el IPC estuviese compuesto solo por el pan que come la gente. Pero también agrega que hay sectores que tienen ganancias extraordinarias y sigue el listado de disparates para justificar el impacto que está teniendo la fenomenal emisión monetaria del plan platita.

El “plan platita” que se implementó el año pasado para tratar de revertir un resultado electoral que venía muy mal se está pagando ahora. Cuando se miran los datos de inflación, emisión y actividad económica, puede advertir una fuerte caída en la demanda de moneda, en este caso del peso. La gente se está sacando rápidamente de encima los pesos que emite el Banco Central.

El “plan platita” que se implementó el año pasado para tratar de revertir un resultado electoral que venía muy mal se está pagando ahora

Es que de hacer crecer la base monetaria a un ritmo del 23,6% anual en julio terminó emitiendo a un ritmo del 40% anual en diciembre con clara tendencia creciente en el segundo semestre del año.

Esa aceleración de la expansión monetaria se explica por el crecimiento del déficit fiscal también a partir de mediados del año pasado. Obviamente Cerruti no va reconocer que se mandaron una fiesta populista que hoy la gente está pagando, pero el problema lo tiene ahí.

El gráfico 1 muestra tres variables para entender el problema inflacionario que estamos viviendo. Desde que Alberto Fernández llegó al gobierno, la base monetaria aumentó un 97,2%, el IPC, con precios controlados y con tarifas y tipo de cambio pisados, creció el 113% mientras que el PBI disminuyó el 0,8%. ¿Qué nos dicen estos datos? Que en dos años disminuyó la oferta de bienes y servicios mientras casi se duplicó la cantidad de pesos en circulación. El mayor aumento del IPC que el crecimiento de la base monetaria es caída en la demanda de moneda. En otras palabras, hay más pesos circulando que la gente no quiere tener y menos bienes ofrecidos.

Explicar el problema inflacionario por la invasión de Putin a Ucrania es un disparate de dimensiones insospechadas. El pan y los cereales tienen un peso del 4,05% en el IPC, con lo cual a Cerruti y a Kulfas les falta explicar el 96% restante de desborde inflacionario.

Por otro lado, en febrero el pan francés tipo flautita aumentó el 7,6% en el Gran Buenos Aires, pero hubo otros productos que subieron mucho más. La lechuga subió el 72,7%, el tomate redondo el 40,8%, la naranja el 19,8%, el jabón en pan el 11,2%, etc. ¿Qué van a hacer, un fideicomiso para la lechuga, otro para el tomate y otro para la cebolla?

Ahora el ministro Kulfas está exigiendo que le expliquen los costos para ver si los precios están bien. Claramente tiene un serio problema para entender el funcionamiento del mercado. No es que los costos determinan los precios, sino que los precios que está dispuesta a pagar la gente por cada producto son los que determinan los costos en que pueden incurrir los productores.

Una vez más hay que explicar que el mundo real no se mueve como cree Kulfas. En el mundo real el empresario no suma costos sin importarle en los que incurre, agrega la ganancia que se le da la gana y obtiene el precio de venta al cual la gente compra sin problemas.

¿Qué van a hacer, un fideicomiso para la lechuga, otro para el tomate y otro para la cebolla?

Cada bien y servicio que se ofrece en el mercado compite con todos los otros por ganarse el favor del consumidor. La gente tiene necesidades diferentes y por lo tanto valora diferente los bienes y servicios que se ofrecen en el mercado. Un vegano no está dispuesto a gastar un centavo en un gramo de carne y un asador bien criollo sí valora un buen vacío o asado de tira. Uno está dispuesto a comprar y el otro no. Este solo dato muestra que Kulfas no puede conocer las necesidades de millones de personas que son las que demandan o dejan de demandar determinados bienes y, por lo tanto, van indicando qué hay que producir y a que precios están dispuestos a comprar cada bien.

Esos precios que está dispuesto a pagar el consumidor por cada bien o servicios son los costos en que puede incurrir un empresario y, dependiendo de la productividad que tenga el empresario, surgirá su tasa de rentabilidad. Kulfas razona exactamente al revés de cómo funciona el mercado. Tal vez él pretende que la realidad se adapte a sus deseos.

Esta gente no entiende que, a diferencia del sector público, que obtiene sus ingresos en forma compulsiva (el cobro de impuestos), el sector privado obtiene sus ingresos ganándose el favor del consumidor produciendo bienes y servicios en la combinación que la gente demanda.

No es que los costos determinan los precios, sino que los precios que está dispuesta a pagar la gente por cada producto son los que determinan los costos en que pueden incurrir los productores

Pero, además, hablan de utilidades exageradas o rentas extraordinarias. No entienden que no es lo mismo hundir una inversión en Argentina que en Holanda o Finlandia. En Argentina, el que establece una empresa, no sabe con qué impuesto nuevo se va a despertar mañana, si va a poder importar insumos, si la industria del juicio laboral le va a generar una pérdida imprevista, si el gobierno va a establecer precios máximos o si Moyano le va a atravesar un camión en la puerta de la fábrica. Invertir en Argentina es una actividad de altísimo riesgo por la falta de reglas de juego previsibles y seguridad jurídica.

A mayor riesgo, mayor es la tasa de rentabilidad que el inversor le va a pedir a una inversión. El problema es que en Argentina la inseguridad jurídica y la imprevisibilidad en las reglas de juego determinan que ya no haya tasa de rentabilidad que pueda cubrir el riesgo de invertir aquí. Por eso las empresas se van, cada vez hay más desocupados, menos oferta de bienes y servicios y la pobreza se dispara hasta niveles insospechados, en un país que llegó a ser una potencia económica cuando estuvo integrada al mundo, adoptó políticas de libre mercado y hubo seguridad jurídica para la propiedad privada. Tan sencillo como eso.

Guardar