Rescatando al Capitán Beto: ¿cuál es la verdadera guerra que debe librar Alberto Fernández?

La pelea entre el Presidente y su Vice nos desconecta de la realidad. El futuro es enorme cuando se desperdicia el presente

Guardar
La vicepresidente Cristina Fernández de Kirchner y el presidente Alberto Fernández durante la apertura de sesiones en el Congreso, el 1° de marzo de 2022 (Natacha Pisarenko/Pool via REUTERS)
La vicepresidente Cristina Fernández de Kirchner y el presidente Alberto Fernández durante la apertura de sesiones en el Congreso, el 1° de marzo de 2022 (Natacha Pisarenko/Pool via REUTERS)

La insoportable levedad del ser, novela del escritor checo Milan Kundera, trata sobre un hombre y sus dudas existenciales en torno a la vida en pareja inmersa en conflictos afectivos. La obra relata escenas de la vida cotidiana narradas en torno a la inutilidad de la existencia y la necesidad del eterno retorno por el que todo lo vivido ha de repetirse eternamente, solo que al volver lo hace de un modo diferente. Si Cristina le dedicara un poco de tiempo a ver en retrospectiva lo que Alberto dijo de ella, elegiría otro entenado para sentar en el sillón de Rivadavia. El eterno retorno de los errores convirtieron una exitosa estrategia electoral en el peor gobierno democrático. Máximo tenía razón. Alberto jamás debió ser elegido presidente y esa es la guerra a la que se enfrenta desde que quedó expuesta la fractura política que la permitió llegar a la Casa Rosada.

Mientras la sangrienta invasión rusa masacra Ucrania, en Argentina no logramos discutir seriamente los problemas reales que nos han convertido en la aldea pobre más austral del mundo. Un querido amigo español me dijo: “Vosotros los argentinos tenéis un gran país. Os empeñáis todos los días en destruirlo y sigue de pie”. Razón no le falta. Máxime cuando nuestro presidente, con su acostumbrada incontinencia dialéctica dice muy suelto de cuerpo que la “guerra” contra la inflación tenía como fecha de “arranque” el viernes pasado. Una afirmación doblemente torpe, primero porque para un Jefe de Estado hablar de guerra cuando se desata un baño de sangre es inapropiado. Segundo porque reconoce que todo lo que hicieron hasta ahora, fue inútil. Con un agravante adicional: no contento con eso, el “Capitán Beto” en la esperada cadena nacional donde declararía la guerra contra la inflación, solo pudo tirar la pelota al costado, en un discurso que tuvo sabor a poco, olvidándose que en la última elección perdieron 5,2 millones de votos. Dady Brieva también tuvo razón cuando dijo textual: “Volvimos al pedo”.

La verdadera guerra es entre el Capitán Beto y la Reina Polenta. Oficializada por la verborragia de la portavoz oficial, dando un claro mensaje de que el “desplante” fue de la casi septuagenaria y apedreada Reina Polenta que no le atiende el teléfono al Capitán Beto. El divorcio del dúo Pimpinela de la política nacional y popular no tiene retorno. Alberto está jugando al “aguante”, aprovechando cada circunstancia que se le presenta para horadar a su jefa. No le estaría yendo mal en su ilusorio plan de jubilar a Cristina para postularse como candidato. Los paupérrimos resultados de su gobierno y el voto popular en 2023 son harina de otro costal ya que todas las medidas que toma atentan contra sus sueños reelectorales. La aprobación del acuerdo con el FMI le volvió a dar un renovado aire, lo mismo que sucedió luego de las PASO. Ahora con la ventaja táctica de que el cristinismo se ha convertido en una facción opositora y minoritaria.

La falta de plan “es el plan”. Es la utilización de las circunstancias en un contexto cambiante, un escenario donde a la pandemia se suma la masacre rusa en Ucrania causando aún mayor incertidumbre, mientras Alberto “teje” pacientemente, haciendo del aguante un arte, compitiendo en igualdad de condiciones con Daniel Scioli (recordemos el estoicismo con el que soportó los destratos de Cristina). Solemos caer en el error de creer que la paciencia es pasiva, cuando la realidad indica todo lo contrario. La paciencia es un ejercicio activo que importa contener con mucho esfuerzo las “ganas” de romper todo. Ejercicio que Alberto viene consumando a la perfección en su plan para jubilar a Cristina, hoy más preocupada por Comodoro Py que por los problemas que debe enfrentar “su” gobierno, del que intenta despegarse con el objetivo de juntar los votos necesarios para rasgar un cargo (y los siempre benditos fueros) en 2023. La guerra de Cristina es contra el Poder Judicial, para ella el Capitán Beto es un accesorio.

Alberto y Cristina tienen hoy intereses antagónicos, el voto en rechazo al acuerdo con el FMI de los 13 senadores de la Reina Polenta lo confirma, dejando a la deriva al desacreditado Frente de Todos peleados con todos, mientras Sergio Massa, desde la cámara baja hace de amortiguador jugando su propio juego.

El cristinismo ha quedado reducido a una mera facción interna dentro de un gobierno complejo y con demasiados frentes internos. Alberto, mal que le pese a Cristina, tiene hoy relevancia propia dentro del entramado peronista, ese que se apoya en los gobernadores, intendentes y sindicalistas más afines a la Casa Rosada, que a los caprichos de la Reina Polenta, al mismo tiempo que el camporismo busca replegarse en la Provincia de Buenos Aires aferrándose a las cajas del estado que consideran propias.

La grieta del oficialismo terminó juntando a las huestes de Alberto con una parte importante de la oposición, que no tuvo más remedio que “rescatarlo” para evitar que la institucionalidad y el país vuelen por el aire, ya que de no haberse aprobado el acuerdo, el problema más grave no era el default, sino el desbarrancamiento de un gobierno incapaz de sostenerse por sí mismo. Sin acuerdo, el adelantamiento de las elecciones presidenciales era una posibilidad muy cercana.

El estilo “Zelig” de Alberto, está escribiendo un nuevo manual de supervivencia política. Se llama AGUANTAR, TRAGAR SALIBA Y SEGUIR ADELANTE, mientras deja que sea el cristinismo el que dé los golpes palaciegos. Tanto el camporismo como el albertismo recurren a la fantasía dialéctica de hacer hablar a los muertos. De un lado y del otro de la grieta interna que acicala a su gobierno, recurren a la dialéctica de “Néstor” para justificar, hacer o hacer decir, que habría hecho “él” en su lugar. El halo del “Nestornauta” es tan útil para justificar el acuerdo con el FMI como para repudiarlo. Paradojas de la política berreta que nos gobierna demostrándose impotente para frenar la inflación. El ajuste de este gobierno, en los hechos, es brutal y el pueblo, ya lo sabemos, vota con el bolsillo. El acuerdo con el FMI marcará el rumbo económico de los próximos años. El presidente que no quería planes ahora tiene uno, que, por más que lo niegue, viene con más ajuste que no lo ayuda en sus intensiones para 2023. Alberto, además, está haciendo un curso acelerado: Cómo gobernar sin resultados para intentar ganar una elección.

El acuerdo con el FMI, tuvo un costo inmenso para el gobierno al terminar de exponer su fractura, al mismo tiempo que evitó la caída de la “administración de los Fernández” que estaba golpeando a las puertas de la Casa Rosada. No es poco, pero no alcanza. Sirvió para sortear un nuevo default desde lo formal. En los hechos la realidad es bien distinta. Es un acuerdo edulcorado para hacer un poco menos agria la realidad que debemos igualmente enfrentar. Es claro que el gen ideológico de Cristina nada tiene que ver con las actuales políticas de reordenamiento de una economía de pacotilla, como la que suele desplegar la debilitada “Reina polenta”. La disciplina fiscal le produce alergia. Cristina con su ausencia en el momento de la votación expuso su rechazo al acuerdo con el FMI, dando un paso más en su aislamiento político, al mismo tiempo que exhibe una mayor debilidad. Los peronistas ortodoxos, como el tiburón, huelen sangre y van por la presa (valga la expresión en muchos más sentidos que el literal).

Nos queda esperar que el Capitán Beto termine su mandato de la forma más ordenada posible y se garantice la transición democrática, mientras los argentinos seguimos, mansamente, esperando que venga la carroza y nos saque del fondo del pozo (de ilusiones también vive el pueblo, no solo Alberto). En todo este tiempo la inflación seguirá presente y más dura que antes. Argentina, en su modelo actual se cayó del globo terráqueo, esperemos encontrar el camino de retorno a la normalidad lo más rápido posible, mientras Alberto y Cristina siguen jugando a la guerra del Capitán Beto contra la Reina Polenta. El premio es la nada misma. Se olvidan que en las últimas elecciones tuvieron una pésima performance, y que el hartazgo de su “gente” tiene un límite.

Otra vez, aturde tanta impericia de nuestro gobierno.

Guardar