A los hombres se los suele llamar por el apellido. A las mujeres, en cambio, por el nombre. El apellido da seriedad y el nombre cercanía. Gerardo Rozín, sin embargo, es Gerardo. Tal vez el equilibrio entre popularidad, masividad, cariño de la gente, tiempos televisivos y una línea de profundidad, reflexión y cultura que va más allá del rating, el efecto o la viralización son un homenaje a Gerardo (Gerardo o Rozín), pero también una muestra que otra televisión fue posible.
Y ojalá que otros la sigan intentando. No está fácil encontrar búsquedas, propuestas y programas similares a los de Gerardo (que no sean más copia que conducta) en un contexto donde el barro salpica a casi todos los programas y salpica tanto que ya nada se puede ver sin que ardan los ojos por el odio que destilan.
A Gerardo lo conocí en el 2010. El producía “Mañaneras” con Karina Mazzocco, Paula Trapani y Carmela Bárbaro. Yo hacía una de las primeras columnas de género en la televisión en el ya cerrado canal CN23. Hoy los temas de género son más comunes en la tele, pero no se avanzó tanto como parece. Al contrario, hoy las voces que difaman tienen pantalla y no hay ninguna columna de género como las que supimos construir con Mariana Carbajal y Liliana Hendel.
La televisión siempre jugó a las escondidas con el movimiento de mujeres de Argentina (no con algunas mujeres sueltas, ni con mujeres que se sacan las vestiduras contra otras mujeres), sino con un movimiento que fue capaz de generar una revolución feminista que es más reconocida en el mundo que en nuestra pantalla.
En el 2015 se generó un cimbronazo con el movimiento “Ni Una Menos” que la televisión mostró. Pero que hizo como si no existiera para repensar los modos de producción audiovisual. Pero las denuncias del “Me Too” trajeron un coletazo de críticas y cuestionamientos masivos.
Las redes (que hoy ya son peores de la televisión aunque sigamos mirando tele y usando Twitter) fueron una ventana de oportunidad en el primer boom de efecto y repercusión. Se pudo imponer una agenda que no necesitaban aprobar productores y, si bien había discusiones, no estaban organizados call centers para que las que escribimos pesemos en la balanza el dosaje de mala sangre por hematocrito antes de ver qué escribimos.
Cuando la televisión abrió la puerta se produjeron cambios. Porque, mal que nos pese, la televisión sigue siguiendo un peso pesado de la comunicación a la hora de producir efectos sociales y políticos. La lectura de “Marica” por Pepito Cibrián en el programa de Susana Giménez fue uno de los factores (no el único, nunca hay un solo factor) que incidió en la aprobación del matrimonio igualitario con un guiño popular al amor sin señor y señora en la libreta de matrimonio y la torta de bodas.
En la aprobación del aborto legal la apertura de verano de “Intrusos” en los que desfilamos una serie de feministas (Bimbo, Julia Mengolini, Malena Pichot, Flor Freijo, Ingrid Beck, Valeria Licciardi, entre otras) fue un sacudón para sacar el aborto del closet y que se pudiera hablar, en todas las casas, a plena luz del día, de todas las mujeres que habían interrumpido un embarazo y no lo decían. Pero si se decía en la tele era más fácil decirlo.
Sin embargo, muchos conductores se arrepintieron de abrir el micrófono a las feministas. Y se nota. Hay excelentes periodistas y conductoras en canales. Pero hay más cambios pour le gallerie que cambios reales, no hay columnas de género y las periodistas con más espacio y rating parecen tener rabia contra las mujeres y no trabajar para hacer lo que en la serie canadiense Workin’ Moms llaman efecto “ascensor” para que las que ocupan lugares arriba ayuden a que otras (que están abajo) también puedan ascender. Más bien parecen querer cortar la soga que elevar a las otras mujeres.
Gerardo contribuyó a la difusión del humor, de la música y de la cultura popular con una nobleza que cosechó rating pero que le fue reconocida de modo exponencial tras su muerte. Tal vez porque es como una canción que no es estridente y se nota más cuando se apaga que cuando se enciende. Pero que merece ser reconocida. Y, además, el trabajo y la humanidad de Gerardo merecen que no se apague ni su recuerdo, ni su ejemplo: es posible una televisión con más dignidad.
Casi todos los comentarios sobre Gerardo valoran el mismo gesto: sabía escuchar. En lo personal sentí lo mismo cada vez que hablé con él: sabía escuchar. Y enseñaba a escuchar a los demás y a escucharse en los propios deseos. También, en estos últimos meses de enfermedad, Gerardo me enseñó a escuchar sobre la muerte como nadie lo había hecho. Él no solo se iba a morir, sabía que se iba a morir pronto. Hizo que lo insoportable se volviera carcajada, dolor o amistad. Le agradezco esa lección de dignidad para toda la vida.
Escuchar es ese gesto que parece extinguido entre periodistas, conductores y varones subidos a una moto que hace tanto ruido que no les entra ningún sonido más. Gerardo supo escuchar, de verdad, que es necesario un cambio cultural en relación al machismo. Muchos varones dijeron que se estaban deconstruyendo o reconstruyendo. Y eso parecía un buen punto. No era necesario que tengan prontuarios de santos o de impolutos. Sino que fuesen capaces de escuchar (tampoco era para tanto). Pero para la mayoría fue una moda, una pose o, por el contrario, una usina para volverse más machistas.
No me arrepiento de intentarlo. Hablar en donde me dejaron, intentar que escuchen los que parecían estar dispuestos. Lograr llegar más lejos y más profundo de lo que podíamos hacerlo escribiendo en Las/12, de Página/12, un dato que a Gerardo le gustaba porque él había empezado en su querido Rosario/12. Pero en muchos casos fue un fracaso. Con Gerardo el éxito no fue de un programa, sino de una conversación sincera y transformadora en la vida real. Y en la enfermedad y la muerte -que son parte de la realidad- también.
El 9 de noviembre del 2016 fue la primera vez que me invitó a su programa. Volví con un pékele (una torta riquísima de chocolate, banana y dulce de leche de Chantal Abad) que él se encargó de que me envolvieran (como quien invita a sun estudio de televisión o al living de su casa) y el regalo alegró a mi hija que me acompañó. No fue una excepción. Ni la única invitación. Fuimos con las periodistas Mariana Carbajal y Florencia Alcaraz después del triunfo de Donald Trum en Estados Unidos. Y él, que era plural, y estaba lejísimo de la grieta en donde no encajaba, no era neutral tampoco. No le iban ni el machismo ni el racismo. Y así lo decía.
Esa vez, dijo, en relación a la elección de Trump: “Queremos tratar de entender porque un machista confeso y orgulloso de como su poder económico y por ser famoso podía servirle para conquistar a una mujer y avanzar fisícamente también”, resaltó antes de dar lugar a la palabra.
Pero tal vez las palabras que más muestran una profundidad que debe ser rescatada es lo que editorializó diciendo que hacía un pase editorial (dime a que entrevistada llevas y te dire que quieres decir) el 9 de enero del 2018. Un día antes Hollywood se había plantado contra los abusos sexuales con el hashgat #Time´s Up y las actrices vestidas de negro en una escena que llevo el #MeToo a la alfombra roja en la entrega de los premios Golden Globe.
Pero la Argentina amanecía con una polémica porque Cacho Castaña había dicho “Si a las mujeres las violan que se relajen y gocen”. No vamos a decir que el conductor que dio lugar al folclóre, el tango, la cumbia, la trova y el rock no entendía la cultura popular. Sin embargo, se animó a ir un paso más allá. “Más que una entrevista queríamos pedirte casi una editorial, Luciana”, me dio el pase para condenar la naturalización de la violencia sexual.
Pero él no se quedo callado y subrayó: “Culturalmente la sociedad entendió que algunos contenidos son muy pesados para la vida real. Y que validar algunos discursos termina instalando una idea de las cosas sobre como se maneja la cuestión de género en la sociedad que termina facilitando la acción a los violentos. Entiendo que se le está diciendo basta, en el mundo, que la cultura facilite las cosas a los violentos”.
El 6 de agosto del 2018 faltaban dos días para que el Senado de la Nación tratara la Interrupción Voluntaria del Embarazo. Hubo censura en los canales, había periodistas que cerraban las puertas y había mujeres que solo llevaban a varones a su mesa en momentos decisivos para el futuro de las mujeres. Gerardo no estaba al aire, pero decidió, como productor, volver a abrir la palabra. En su ciudad, Rosario, el aborto era legal por causales y él dio su pantalla para que se escribiera en los graph: “Quienes dejan la vida son las mujeres pobres”; “La sociedad tiene doble moral” o “Las presiones contra las jóvenes son antidemocráticas”.
El 13 de diciembre del 2018 después de la denuncia de Thelma Fardín el micrófono volvió a estar abierto en su programa. Y también para contar sobre el libro “La revolución de las hijas”, con fotos de los pañuelos verdes, que hoy son insultados desde otros lugares en donde el juego televisivo no es limpio y se quiere hacer retroceder a las mujeres. Hay momentos en donde las comparaciones son necesarias. Pero, en este, especialmente, para agradecerle y para mostrar que se puede reflejar otra televisión sin dejar de ser popular, familiar y estar en el prime time.
Muchos conductores me llamaron cuando fueron criticados, interpelados o incendiados en las redes sociales. Gerardo también. Pero fue el único que mantuvo la conversación y el micrófono de sus programas (como conductor y productor, cuando estaba frente a cámara o detrás de la lista de invitadas) y las o los conductores eran otras caras: Alejandro Fantino, Zaira Nara, Damian De Santo, Paulo Kablan, Melina Fleiderman, Malena Guinzburg, etc.
El mayor problema no es tener algún gesto machista, sino ser incapaz de escuchar que es necesario un cambio. La mayor hipocresía fue de quienes dijeron escuchar y a la primera de cambio volvieron a ponerse tapones en los oídos. Gerardo demostró, también, que escuchar, cambiar y tener rating es posible. Y esa dignidad es parte de la herencia cultural que nos deja. Que nos escuchen.
Gerardo propuso hacer un programa con un panel feminista que comentamos en bares (entre muchos más comentarios de comida, claro) y no lo dejaron. Pero como alguien que cree realmente en la televisión siempre mantuvo la posibilidad de hablar de la violencia sexual, del goce femenino, del efecto de Trump en la política y, en medio de la pandemia, de otro tema que lo preocupaba y al que le dio pantalla: los incendios que afectaron tanto a su amada Rosario en el 2021.
Él hablaba siempre de sus amigas: Romina Manguel, Claudia Acuña, Gabriela Esquivada y Nidia Marsero. Por supuesto, entre muchas otras. Pero escuchaba a las mujeres, se reía y aconsejaba. Y sabía valorar y acompañar a las mujeres inteligentes que lo rodearon.
Él hablaba con mucho orgullo de la madre de su hija (Carmela Bárbaro) y de la madre de su hijo (Mariana Basualdo) y sentía una responsabilidad en acompañar en sus luchas a las madres con las que se sentaba a repasar las co-responsabilidades de la crianza.
Y hablaba, por sobre todo, de la importancia que tenía para él cuidar, criar, reír y acompañar a su hija. Y que su hija estuviera orgulloso de él. Quiero escribir este homenaje, para cumplirle a él, que lo que más le importaba era cumplirle a ella.
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