Parece que desde ahora la Argentina se encuentra en guerra, o al menos eso es lo que ha manifestado el Presidente de la Nación, Alberto Fernández. Nadie sabe bien si fue por incontinencia verbal, negligencia o el nerviosismo por la coyuntura argentina, pero lo cierto es que el primer mandatario ha lanzado su frase bélica sin la menor sospecha de estar sintiendo vergüenza.
Resulta ciertamente increíble que luego de 829 días de mandato y de 19 años en los que Argentina ha vivido inmersa en un esquema de inflación crónica ininterrumpida, el Presidente nos haga saber que recién ahora comienza la verdadera lucha contra la inflación. Si es por los hechos, Fernández tiene razón: sólo en los 27 meses desde que asumió la presidencia la inflación acumulada ha sido de 132%, está más que a la vista que nada se ha hecho hasta aquí para aplacar definitivamente la incesante suba de precios, sino muy por el contrario lo que se ha logrado es incentivarla desaforadamente. Mientras decían tiempo atrás que emitir dinero no generaba inflación, las impresoras de billetes trabajaban día y noche sin descanso para entregarle a la política cientos de miles de billetes que hoy se les están yendo de control. El Presidente asumió con 255 millones de billetes de $1.000 en la calle: hoy hay por ahí más de 1.650 millones de billetes del hornero.
A pesar de los errores cometidos el gobierno parece no entender de equivocaciones. Esta “guerra” se lanza nuevamente sobre el enemigo equivocado y con armas que jamás han ganado una sola batalla.
La verdadera guerra que el gobierno tiene que librar no es ni más ni menos que contra ellos mismos, contra su ideología, contra su desconocimiento y contra su inutilidad
El problema del gobierno no solo es de corte ideológico: también se caracteriza por sufrir una falta de comprensión de la realidad pocas veces vista. Recrudecerán los controles de precios: desde que los aplicó Roberto Feletti (o al menos desde que lo hizo de manera más marcada a través de los diferentes congelamientos de precios y prohibiciones de exportaciones) la inflación se acelera cada vez más y los faltantes de mercadería son por demás insoportables. Intentarán incrementar las retenciones a las exportaciones: desde 2002 se le ha retenido al campo el equivalente a 175.000 millones de dólares (algo menos de la mitad de toda la deuda que tiene hoy la Argentina), sin embargo parece que no ha alcanzado más que para sostener unos largos años de populismo. Pretenden reinstaurar el “Impuesto a la riqueza” por una década para que “los ricos paguen la deuda con el FMI”: durante 2020 nació la idea de este gravamen “por única vez”. Como todo lo que es transitorio en la Argentina termina siendo permanente, parece que esta no será la excepción: el gobierno no toma dimensión de lo dañino que resulta para todos el cambio permanente en las reglas del juego.
Mientras el Ministerio de las Mujeres gasta $ 10.800 millones por año, el Ministerio de Hábitat se alista para remodelar todas sus oficinas redecorándolas a nuevo y una comitiva de funcionarios pasea por Dubai dilapidando los pocos fondos públicos que quedan, parece que la única solución para poder continuar con este delirio es esquilmar un poco más al sector privado.
Todos los indicadores se han deteriorado de manera estrepitosa: la inflación, la desocupación, el tipo de cambio, el nivel regulatorio y la presión fiscal han empeorado desde el inicio del actual gobierno. La verdadera guerra que el gobierno tiene que librar no es ni más ni menos que contra ellos mismos, contra su ideología, contra su desconocimiento y contra su inutilidad. Ellos son los únicos responsables de que lo que realmente se haya acelerado en la Argentina haya sido el avance sin freno hacia la decadencia absoluta que nos llevará al abismo definitivo.
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