Debería pedir perdón por la vacuidad o la amoralidad de su ejemplo.
“El viernes va a empezar otra guerra. La guerra contra la inflación”. Como si fuera comparable, una catástrofe como la invasión rusa a Ucrania, con el tardío combate a la inflación, y como si fuera una metáfora feliz. ¿Invadirá los supermercados con tanquetas? ¿Veremos al fracasado secretario de comercio con casco, fusil, y traje de fajina? ¿No se dio cuenta el presidente que se comparaba con el sanguinario de Putin al hacer la mueca declarativa de una guerra? ¿No se daba cuenta que cometía una desmesura? Y algo muy inquietante ¿Recién ahora se decide a hacer algo con respecto a la inflación? Cuando es la más alta del mundo. Cuando superamos incluso a Venezuela. Cuando suma en medio mandato más que todo el gobierno de Mauricio Macri o de Cristina Fernández en registro inflacionario. En 26 meses, según Ieral lleva 123% de inflación acumulada. Cuando más que hacerse el guapo bélico debería tener pudor no sólo por haber prometido una heladera llena que terminó sin asado y desenchufada, sino porque hay mucha gente pasándola mal y lo único que se suma por día son pobres. El valor de los alimentos incide doblemente en quienes gastan una porción mayor de sus ingresos para adquirirlos. ¿Qué hizo en estos más de dos años que no se encargó de declarar la guerra a la inflación? Anunciaron control de precios, cepos, restricciones a las exportaciones e importaciones, a sabiendas de que eso nunca funcionó. Hicieron teatro, y ahora le ponen de sonido de fondo, oportunistas tambores de guerra.
¿Alguien le habrá dicho al Presidente que mostrarse enérgico de sobreactuación en sobreactuación, es relanzar el gobierno? Realmente tiene un problema serio con sus registros emocionales de las cosas. Se va a atajar penales a las arenas de Mar de Ajo en medio del incendio en Corrientes. Anuncia las cosas sencillas como si estuviera retando a la gente y trata las cosas graves con arengas frívolas de actor de clase b. Es cierto que la guerra librada por Rusia en Ucrania impactó en los precios de los alimentos, pero en enero, sin guerra, estos últimos ya habían escalado 4,9% espoleados por la emisión descontrolada del plan platita entre otras irresponsabilidades populistas.
El presidente no se percata del efecto de sus palabras. Pero hay algo peor, hace tiempo ya, dejó de percatarse de la realidad. Quizás, su escisión con el plano de la mayoría de los argentinos guarda un contraste personal. El acuerdo con el Fondo le remite al mandatario, la primera decisión de su gobierno en la que realmente se desmarca de Cristina Kirchner. Es como si recién empezara para él. Estrena caminar sin el grillete, al calor de las manifestaciones de apoyo de gobernadores e intendentes que se volvieron de repente albertistas, porque les conviene. Esa holgada sensación de algo de poder propio lo debe hacer sentir realizado. Pero aún si quisiera simplemente ponerle onda o palabras que transmitan autoridad a la coyuntura de los precios, debería discernir lo que es desubicado, lo que resulta bizarro, lo que genera aún más irascibilidad a una población cansada y lo más importante, demostrar empatía. En el trasiego de culpar a otros, de Ah pero Macri o Ah pero la guerra, el mandatario olvida que eso que puede buscar un efecto mediático o político llega a la gente real, que está espantada con la guerra, que ya escuchó mil veces tonos bravucones contra los precios, y que ve desmoralizada cómo se pulveriza el dinero en sus bolsillos. ¿Habrá olvidado el mandatario lo que se sufre cuando no alcanza para comprar la leche o el pan y los hijos esperan en la mesa? ¿Habrá olvidado cómo se desmantelaron las comidas de las familias que deben acudir a comedores con un tupper para tener un plato caliente? A ellos no les hable de guerra señor presidente. Los castiga desde hace tiempo el desastre que han hecho con la economía. Y el mero hecho de que ese reconocimiento del sufrimiento no existe en sus palabras, les infringe doble castigo: sufren la inflación y la más absoluta falta de registro, respeto o compasión. Pero claro, si demostrara alguna de estas últimas tres cosas, debería hacerse cargo, admitir lo que se hizo mal, debería pedir perdón. Por eso, es mejor quedar como un distraído, y buscar remanidos cassettes. Hace sólo un par de meses, el secretario de comercio dijo que estaban perdiendo la batalla contra los precios. Curioso caso de los que pierden primero la batalla para luego declarar la guerra. Ni siquiera cambian las metáforas. Al final, como dice la canción, el primer mandatario, es sólo “un servidor de pasado en copa nueva”. A este cuento ya lo escuchamos. Y a la cuenta del super, no la paga él.
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