La educación es el motor del progreso social, lo que nos define como sociedad hoy y en adelante. Sin ella, no hay ciudadanía posible, no hay inclusión laboral, sin ella no hay un país viable. Es necesario que el Estado, las instituciones y la gestión política hagamos esfuerzos y trabajemos en equipo para abordar una histórica deserción y desconexión escolar de la que se habla poco y nada. Es nuestra obligación buscar a los chicos que abandonaron la escuela durante la pandemia y recuperar el tiempo perdido en aprendizaje.
A una semana del inicio de clases en la provincia de Buenos Aires preocupa la cantidad de chicos que dejaron la escuela durante la pandemia y que no volvieron a las aulas. Pero más alarmante aún es que no tengamos en claro cuál es la dimensión real del problema. El gobierno de la Provincia no emite datos oficiales sobre la deserción escolar, que deberían ser públicos y necesarios para que todos podamos aportar con ideas, proyectos o campañas educativas. Entre toda esta confusión hay algo que debemos tener bien claro: no podemos dar por perdidos a los que se alejaron del sistema educativo ni desatender sus razones.
Podemos atribuirle este hecho a un acontecimiento mundial como fue la pandemia, pero no debe ser causal y justificativo de abandonar el problema. Los chicos permanecieron mucho tiempo en sus casas -a pesar de nuestros reclamos y los de sus padres- y no estuvieron bien conectados con las instituciones educativas por los problemas o dificultades del contexto socioeconómico. La virtualidad mantuvo la escuela funcionando pero hizo daño en muchos sectores sociales sin recursos, sin conectividad, sin tecnología; familias que no pudieron acompañar esa modalidad ni estar cerca de ellos para acompañarlos en esa etapa. No fue fácil, los docentes hicieron un gran esfuerzo, pero no alcanzó. La consecuencia la estamos viendo hoy: no es sólo que hayan abandonado la escuela, sino que no adquirieron conocimientos suficientes ni estuvieron realmente conectados con el hecho educativo.
Una maestra de nivel primario de Caseros me relató algo que duele y debe alarmarnos: los chicos de primer grado de su escuela no reconocen las letras del abecedario, ni tampoco saben las letras de su nombre. Estos fenómenos de retraso en el aprendizaje también ocurren en chicos de segundo y tercer grado, y aún de peor forma. Es un claro ejemplo de que nos encontramos frente a un déficit de aprendizaje, con problemas en el habla, el lenguaje y las habilidades sociales. Muy complejo de revertir en el corto plazo.
Ahora llegó el momento de reconstruir, de avanzar hacia ese futuro de esperanza que merece cada estudiante. Claro que esto va a requerir de muchos esfuerzos para levantar la situación. Es un tema de inclusión, especialmente de los barrios populares. Hay que visibilizar más el tema, profundizar el debate con datos certeros sobre el caso y no caer en la fácil de ajustar bajando la vara de la exigencia, porque eso termina siendo aún peor. Lo de pasar de año sin aprender lo necesario refiere a una conducta que está demasiado lejos de lo que, a mi criterio, necesitamos adoptar como sociedad para seguir caminando hacia el futuro que esperamos.
El Ministerio de Educación de la Nación dijo en un estudio que 1.300.000 chicos se desconectaron de la escuela. Se calcula que un poco menos de la mitad son de la provincia de Buenos Aires, pero son números estimativos porque, insisto, no hay datos oficiales y públicos. Por indicios que nos llegan extraoficialmente, si calculamos, por ejemplo, un 10% de ausentismo en el municipio, el cálculo nos da que en Tres de Febrero tenemos que salir a buscar unos 8.000 alumnos de los 82.000 que tiene la matrícula. La Provincia tiene un sistema de nominalización de los alumnos que debería facilitarnos saber quién se desconectó y cómo podemos trabajar entre todos para recuperarlo y que vuelva al aula. La organización Padres Organizados, por su parte, habla de 500.000 chicos que no volvieron en la provincia. Una cifra que realmente inquieta. Por otra parte, la educación de adultos también se vio también muy afectada. La terminalidad educativa hoy es fundamental para conseguir un trabajo de calidad o, mucho peor, salir de forma urgente del desempleo.
Particularmente no quise ser ajeno a esta realidad y salí puerta a puerta a recorrer los barrios populares de Tres de Febrero para buscar, uno por uno, a los que dejaron las clases. También a estimular y alentar a los que sí confiaron y volvieron. En una recorrida con mi equipo por el barrio Puerta 8 conocí a Bastian, un chico de unos 10 años que me acompañó durante toda la recorrida y me planteaba, de manera casi desafiante, que no quería volver a la escuela porque lo aburre. En ese contexto, le insistí con especial cariño en que debe ocupar tiempo en cosas que le gustan, como jugar a la pelota, pero siempre después de la escuela. Pudimos conectar, escucharnos y mostrarle que hay un Estado que lo apoya y lo quiere acompañar en su crecimiento.
Por supuesto que debemos trabajar más y no naturalizar este problema que aqueja a los que tanto necesitan de políticas públicas claras y soluciones efectivas. El rol de los municipios es fundamental, el de un gobierno local cercano que es el primer mostrador de la democracia. No podemos estar ausentes y a veces estamos descoordinados con la Provincia porque los intendentes no somos convocados, no nos abren los datos, ni se ha generado, al momento, un espacio para trabajar este tema en conjunto. Es clave unirnos y que tengamos todos el mismo objetivo. Porque la escuela es el mejor lugar para los chicos y para construir ese país que soñamos.
* El autor es periodista, historiador e Intendente de Tres de Febrero.
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