La Secretaría de la Resiliencia no duró más de 24 horas. Lo increíble es que la delirante idea haya llegado a ser publicada en el Boletin Oficial. Alcanzaría con resolver los problemas que nos aquejan para que la necesidad de resiliencia de los argentinos se redujera notoriamente. Que haya sido pensada una Unidad Ejecutora Especial Temporaria llamada “Resiliencia Argentina” en la que se iba a gastar dinero para subir la “autoestima social”, suena de mínima como una tomadura de pelo y de máxima como una escalada impensada de la psicopatía más manifiesta como forma de gobernar.
Primero, la idea se les ocurre en medio de una enorme crisis económica en la que a pesar de la malaria no dejan de agrandar el estado. A horas del cachetazo con la creación de 200 cargos en el PAMI, con gente que no se sabe qué hará y que ni siquiera cumple el requisito de tener el secundario completo, la noticia de la oficina de la resiliencia fue cartón lleno.
Ser resiliente es tener capacidad para soportar un shock o recuperarse de un infortunio. La verdad es que se necesita mucha resiliencia para soportar tanta incapacidad. Las cucarachas son un insecto con notable resiliencia evolutiva, por ejemplo. Pero quién quiere vivir así. Gracias, pero paso. Paso, a que los que deberían evitar que tengamos que desarrollar tanta resiliencia sean los que vienen con cinismo a ofrecer recetas para resolverla.
La propuesta nació, al parecer, para “buscar el mejoramiento de la calidad de vida de los ciudadanos” por efectos de la pandemia. Por caso algunas ideas que podrían haber sido preventivas: no decretar una cuarentena eterna que fundió a miles de personas, no robarse vacunas y no hacer fiestas en Olivos cuando la gente no podía despedir a sus muertos y estaba encerrada y aislada. La necesidad de resistencia al estrés por parte de la población y ergo, su calidad de vida se hubiera resentido mucho menos. Resilientes, a las cosas.
Por otro lado, esas habilidades emocionales que las adversidades van dejando en la vida, se desarrollan en el universo personal. Es sintomático de la tendencia intervencionista estatal, que crean que también ahí pueden meterse. O la subestimación de la gente alcanza niveles graves o ya se les acabaron los recursos para justificar gastos inexistentes en el presupuesto, o dentro de un tiempo también se meten en la cama de la gente para resolver sus problemas sexuales. Un estado elefantiásico que no hace lo más básico y que confunde tamaño con calidad, obstruye, sofoca y exprime a los argentinos. Porque de dónde creen que sale la plata. Si quieren resiliencia búsquenla en los bolsillos de una población empobrecida y la van a encontrar.
Qué tal si probaran con bajar la inflación, achicar el estado de gastos superfluos, mejorar la seguridad y la educación. Alcanzaría con que dejen de producir la crisis, cultivar la decadencia, proteger a los delincuentes, y multiplicar a los pobres, para que la resiliencia no sea cosa necesaria. Pero no. Los autores del padecimiento te proponen ayudarte a sobrellevarlo. Sin ironías, toda la energía que se va en resiliencia en nuestro país, si nos descargaran la mochila, quizás podría abocarse a proyectos productivos y personales, que sin duda redundarían más en la felicidad general. La búsqueda de la felicidad, ese derecho inalienable, te lo hacen tan complicado que sólo queda ayudarte a aguantar.
Bastaría preguntarle a cualquier vecino del conurbano si para salir a la calle necesita resiliencia o le serviría más tener tranquilidad de que no le roben apenas asoma la nariz a la vereda. Alcanzaría con que dejen de llevarse la mitad de lo que te cuesta cualquier producto en impuestos para que no sea necesario esforzarse en aguantar el shock de que no te alcance la plata a fin de mes o la sensación de que se llevan la que es tuya y te ganaste trabajando. El vampiro te ofrece transfusiones de sangre para volver por tu yugular a la noche.
La trasnochada propuesta parece haber surgido de una idea presentada al presidente por el docente y psicólogo Fernando Melillo, según contó él mismo, cuando ya se preparaba para asumir el cargo, con oficina y todo, dentro de la estructura de la Jefatura de Ministros. Según Melillo, cultivar “la resiliencia colectiva” iba a ayudar a “construir una Argentina para todos y todas”. En 2008 Melillo debió explicar que no era un “Borocotó”, cuando abandonó las filas del ARI de Elisa Carrió para pasarse al kirchnerismo. Un resiliente.
Cuando uno repasa la secuencia de los hechos se pregunta cómo toma las decisiones el presidente. Un día de estos alguien puede proponerle de la nada crear la Secretaria de Reconciliación con el Delincuente para que te robe pero te pida perdón, y el tipo lo hace. Total, para justificar violadores ya está el Ministerio de las Mujeres. Realmente vale la ironía porque se tomaron tan a pecho que el mérito no es necesario, que coronan la inutilidad creando burocracia y confesando que lo hacen para nada.
Cuando se conoció la noticia parecía cargada, broma, o directamente provocación. Una idea excelente para un sketch de Capuzzoto, el delirio trasnochado de un cínico o la atroz hipocresía que podría hallarse en las páginas de George Orwell. El gran hermano te cuida, te controla y te ayuda a soportar su asedio.
Por la noche el comunicado de la Jefatura de Gabinete que encabeza Juan Manzur, se ahorró las grandilocuencias: “Se ha decidido dejar sin efecto la Unidad Ejecutora Especial Temporaria Resiliencia Argentina”.
El episodio completo remite a ese clásico literario de la manipulación psicológica desde el poder, llamado Un Mundo Feliz. Al parecer, para nuestros gobernantes, como postula Aldous Huxley, “La verdadera felicidad luce realmente escuálida en comparación de las grandes compensaciones de la miseria. Y por supuesto, la estabilidad no es ni cerca tan espectacular como la inestabilidad. Y estar contento no tiene obviamente el glamour de una buena pelea contra el infortunio”.
A ser resilientes, que se acaba el mundo, compañeros. Con ésta, hasta la resiliencia se gastaron muchachos. Ni hablar de buscar un mango en el Banco Central.