El gran problema político de Cristina Kirchner puede sintetizarse en dos carencias: caja y descendencia. El populismo sin plata no funciona y como vimos a lo largo de dos años, es pura postergación con destrucción de recursos hasta el límite de lo soportable para mantener la repartija o el asalto a las cajas del Estado. La falta de un sucesor político viable, por su parte, frustra de antemano un proyecto de continuidad de poder o la expone a alianzas que se muestran impuras. Así, la vicepresidenta hoy no puede ofrecer dos cosas fundamentales: presente y futuro. El kirchnerismo más duro sigue determinado, en casi todos los órdenes, a ofrecer pasado.
El presidente de la Nación no es inocente. Aunque ahora soplen aires de cierta independencia es responsable por numerosas postergaciones, como haber pospuesto más de dos largos años un acuerdo con el FMI, llegando al precipicio por el que asoma un default con las arcas del Banco Central casi vacías. “Ah pero Cristina...”, podrían decir los albertistas resucitados, pero ya se sabe que culpar a otro es sólo una distracción, o apenas una chicana. Y la fuerte inercia del poder de Cristina no está para nada terminada. El presidente alquiló por un rato el soporte de la oposición y de los gobernadores, y una solvente fidelidad de Sergio Massa, pero debe consolidar algo de poder propio en forma urgente o la debilidad dentro de su fuerza lo empantanará una vez más. Depende de demasiada gente y Cristina no dejó de ser la jefa.
No es que ella no tenga problemas. Cristina no puede irse de la coalición gobernante. Sus causas judiciales, que tendrán un envión en estos días con nuevas revelaciones en el juicio por la obra pública, la tienen presa dentro del Frente de Todos y rodeada de quienes ahora, más que nunca, considera traidores. Para Cristina todo lo que no sea alineamiento automático, es traición. Dejó muy claro que fue ella quien formó el Frente de Todos en el video de las piedras. No hacía falta que dijera: “Yo los puse ahí y cierran con mi enemigo”. El gran enemigo simbólico del kirchnerismo no es la deuda, sino el Fondo Monetario. A la deuda la siguieron creando por otros medios. Acordar con el Fondo, encima, significa favorecer a otro gran enemigo. Hay algo que Cristina detesta casi de la misma manera que el acuerdo, y eso, es legitimar el endeudamiento de Mauricio Macri, aunque haya sido en gran parte para pagar deuda que había dejado ella en su gobierno del que la herencia fue un déficit insoportable.
En el minué humillante de la votación de Diputados, como si todo esto fuera poco, quedó en escena la mediocridad política de su hijo, a quienes muchos cumplían con la farsa de tratar como el sucesor asegurado de una dinastía, pero resultó un soso volador de puentes. Nada de lo que hizo estuvo exento del comando de su madre. Nunca lo está. Si algún día se habla del complejo de Edipo en función del rol político de Máximo, no se hallará vocación ni talento, más bien un devenir por defensa propia, por orden maternal, por fueros preventivos y por suculentas cajas. El cordón umbilical de las cajas es el que realmente vale y sobre el que están sentados los cristinistas esperando su revancha cuando usen su poder de obstrucción para cada medida que intente cumplir con el Fondo Monetario.
Por eso, hay varias cosas a tener en cuenta en estos días. Una es que ya focalizan su mira en el ministro de Economía que representa la ejecución del acuerdo. La segunda, es que aún no se sabe a ciencia cierta qué hará Cristina para tolerar el hito vergonzante de ver que la Cámara que preside se le vuelve en contra y vota el acuerdo con el Fondo que ella detesta, aunque eso la ponga como abanderada acérrima del default. La Vicepresidenta sueña con el día en que culpe de todos los males del ajuste a los que votaron el acuerdo. Cristina, que cultiva con cuidado en el jardín de la venganza, no ve las horas. Mientras tanto, no puede irse dando un portazo como en tiempos menemistas, armando un monobloque. Pero en los hechos, usará ese manual. Escenificar una toma de distancia con sus banderas en alto.
Por su parte, si realmente, el presidente decidió asumir su cargo, y no son sólo ficciones de autonomía por la urgencia que imponía un default los envalentonamientos que despliega el peronismo, el mandatario, debería asegurar su gobernabilidad. Porque a nadie se le ocurre que pueda llevar adelante el plan con el que se está comprometiendo, con La Cámpora ocupando resortes clave de la ejecución presupuestaria. El Presidente decide recortar gastos pero ellos tienen la tijera.
Esa grave debilidad deja a Alberto Fernández como un Presidente que en los hechos, depende de la oposición, que no está dispuesta a votar nuevos impuestos y que por dar un ejemplo está decidida a considerar inválidas las facultades para nuevas retenciones. Sólo basta tomar este último tema para ver qué poco duran las promesas del kirchnerismo y cómo blande la espada con la misma mano con la que dio una flor. A poco de mostrarse amigables como nunca con el campo, desenfundaron más impuestos. Es claro que Cristina no se fue de ningún lado. Su corrimiento de la escena es donde le conviene y es táctico. En la cuestión de las retenciones aparece su sello y su firma inconfundible.
Los dos años que siguen de mandato, en medio de penurias económicas severas, que la inflación imparable marca como nada, aparecen en el horizonte sombríos e inciertos. Los planteos de reelección del presidente buscan comprar eso que escasea, de cara a las miserias presentes: el futuro. Lo mismo que desespera a Cristina. El peronismo de los gobernadores e intendentes que le sirvió de sostén en el Congreso es variable como sus propios intereses.
En estas horas, a quienes vayan a los surtidores, la nafta les costará 9,5% más cara. El combustible no sólo será uno de los grandes incordios en la economía inmediata. El combustible político, también aparece escaso y, por tanto, carísimo en el surtidor.
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