Los duros sirven para la guerra y la democracia necesita de los reflexivos, pero aquí sucede que Máximo y Mauricio se equivocaron feo y si tenemos suerte se quedan los dos fuera de juego. Con mis coetáneos nos estamos despidiendo de la vida pero no logramos cumplir el deseo del General, aquello de “una generación de amigos”. Pude escuchar unos minutos a Coti Nosiglia, una idea clara del poder con algunas interesantes referencias a la política. La generación anterior a la actual eligió la guerrilla, el marxismo, la revolución y terminó en un rotundo fracaso. Había heroísmo en los caídos pero sólo oportunismo en buena parte de los sobrevivientes. El dolor se convirtió en una deformación de los derechos humanos que solo se ocupó de los supuestos revolucionarios. Retorna la democracia, Raúl Alfonsín intenta recuperar el poder del Estado y aparece la “Coordinadora” como modelo de una nueva generación de dirigentes. Mientras, en el peronismo surge una réplica espejo, “la Renovación”. Entre ambos sectores conformaban una veintena de dirigentes y se destaca alguien que todos recuerdan, Chacho Jaroslavsky, un maestro que se ilusionaba con sus discípulos. Y en ese tiempo donde soñábamos el retorno a una exitosa democracia comenzamos a sumergimos en la más horrible decadencia.
Recuerdo haber votado como diputado la “Caja Pan”, resultó ser el nacimiento de la solidaridad con los caídos a la par que el anuncio de una destrucción social que nunca logramos detener. Aquella caja fue definida como “coyuntural” y en cifras no alcanzaba al millón de necesitados. No había tantos, todavía no habíamos logrado multiplicarlos. Luego con Menem íbamos a encarar la destrucción del Estado y el regalo de su propiedad a grupos privados, muchos de ellos extranjeros, en un suicidio con justificación ideológica que ningún otro país intentó imitar. Ferrocarriles, gas, teléfonos, energía eléctrica, todo obsequiado y hasta la decisión de utilizar una moneda ajena, fue cuestión de consolidar la dependencia y la disolución de todo lo construido por nuestros mayores. Todo eso me lleva a escuchar a Nosiglia desde otra mirada, tomando sus definiciones como expresión de una generación fracasada, que sucede a otra en rigor marcada por los “desaparecidos”. Los liberales humanistas, como Emilio Hardoy y tantos otros aportaron mucho a nuestra cultura y los otros, los libremercadistas como Álvaro Alsogaray, ésos sólo sirvieron para incentivar negociados y destruir nuestra propia productividad. La política dejó de expresarse en los partidos, el peronismo se disolvió entre caudillos y el radicalismo en la mera ausencia de ellos. Con Alfonsín habían ingresado a la Internacional Socialista, luego fue De la Rúa y finalmente un pragmático acompañamiento a Mauricio Macri. De esa generación algunos pocos se convirtieron en empresarios, el resto se dividió entre quienes sobrevivían como funcionarios y una mayoría que cayó como gran parte de la clase media al convertirse en clase baja. Después de treinta años en silencio, Coti dejó en claro que no habíamos perdido nada.
Todos los sectores tuvieron pensadores y enamorados de la política, sólo que ganaron ellos, los pragmáticos que se destacaron en una sucesión variopinta. La dictadura asesinó y la respuesta fueron las políticas de derechos humanos pero también engendró una estructura bancaria y financiera junto a una deuda externa que hasta ahora no fuimos capaces de enfrentar. Asesinaban para imponer los bancos en lugar de la industria, sería ya tiempo para un Estado que se anime a enfrentar a la “patria financiera”. Es cierto que deberíamos revisar las leyes laborales, claro que su incidencia es infinitamente menor a la de las estructuras financieras. A mis cuarenta años tenía un descubierto o crédito bancario cercano a los ciento cincuenta mil dólares, hoy carezco de acceso a todo crédito. Sin crédito no hay empresa pequeña o mediana, sin crédito no sobrevive la clase media ni nuestros hijos podrán acceder a la propiedad de una vivienda. Imaginar la igualdad de género como un aporte a las necesidades ciudadanas suena más a una expresión de cinismo que a un aporte real.
La invasión rusa a Ucrania desnuda las miserias de un imperio que se disuelve. Putin y Trump son la sombra de un enfrentamiento bipolar que perdió sentido y vigencia. Entre Kennedy y Kruschev se discutía un mundo, sus sucesores solo heredaron la agresividad de sus guardaespaldas. La imagen de Rusia quedará marcada por la miseria humana de su último líder. Los imperios agonizan frente a los pueblos que luchan por su libertad. Como Vietnam, como la India, como Sudáfrica, como Argelia, hoy Europa busca su espacio mientras Inglaterra pasa de imperio a hijo protegido por su descendencia.
La negociación de la deuda fue una experiencia importante, expuso a los políticos de raza, como Lilita Carrió y dejó en agonía a los aficionados, como Mauricio Macri y Máximo Kirchner. La política se destacó por sobre la pobreza de ideas de economistas que repiten como loros sus consignas de bajar gastos y aflojar leyes laborales. Todo terminó en el espacio de la cordura y el sentido común necesario ante la mediocridad de la dirigencia. Algunos insisten en la “teoría del estallido” sin entender que la realidad tiene derecho a funcionar de manera diferente a sus concepciones. Los liberales de mercado tratan de explicar que deberle al Fondo y llevarse los dólares es lo mismo que generar déficit. Recordar a Dujovne diciendo que no había deudas y dedicarse a crearlas es un duro recuerdo de la traición. Martínez de Hoz se robó cerca de cincuenta mil millones y Macri hizo lo mismo. La patria de ellos no es la nuestra, está donde se llevan lo saqueado. Cierto que Néstor Kirchner nunca nos contó dónde estaban los fondos de su provincia y el vaciamiento es pariente de la corrupción que se hereda de un gobierno al otro. Esa es la de verdad, la corrupción institucional, la madre de las deudas, la hija de su espurio enriquecimiento. Milei acusa a la casta mientras expresa y defiende sus ideas. Los radicales son sin duda el sector más vital por ahora, el peronismo liberado de los Kirchner podría también volver a reverdecer. Como expresa el talentoso Andrés Malamud, la grieta exige estabilidad a nuestra política. La crisis es profunda, los economistas liberales sólo le hablan a la mayoría pudiente olvidando que es minoría votante. En eso justificaban los golpes de antes, ahora los bancos sustituyen a los cuarteles.
El Gobierno no entiende la realidad encantado por una concepción progresista de clase media universitaria. El futuro deja de asustar sin llegar a enamorar, la oposición y el oficialismo se dividen a la par, pareciera que el poder está libre de ser ocupado mientras el talento no acompaña a ninguno de los ambiciosos en pugna. Malamud reconoció a los políticos que pueden caminar por la calle, una manera de definir el verdadero prestigio social. Logramos un acuerdo derrotando a los extremos, sin los Kirchner y Macri pueden venir nuevos tiempos. No todo es negativo.
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