Entre Washington y Moscú: el dilema de Israel frente al conflicto ucraniano

Es uno de los pocos actores de la región que mantiene relaciones fluidas con los tres países involucrados en el conflicto bélico

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El primer ministro israelí, Naftali Bennett, da la bienvenida a un grupo de huérfanos procedentes de la ciudad ucraniana de Yitomir en el Aeropuerto Ben Gurion Airport, Israel. 6 marzo 2022. Maya Alleruzzo/Pool vía Reuters
El primer ministro israelí, Naftali Bennett, da la bienvenida a un grupo de huérfanos procedentes de la ciudad ucraniana de Yitomir en el Aeropuerto Ben Gurion Airport, Israel. 6 marzo 2022. Maya Alleruzzo/Pool vía Reuters

En un esfuerzo diplomático de alto nivel, el Primer Ministro israelí Naftali Bennett se entregó a un ejercicio en busca de lograr un acercamiento entre Rusia y Ucrania en medio del conflicto bélico desatado a partir de la invasión que el presidente Vladimir Putin decretó sobre el territorio soberano de Ucrania en la última semana de febrero.

El traslado de Bennett a Moscú para conferenciar con Putin, el sábado 5, implicó un intento de mediación entre Rusia y Ucrania con bajas posibilidades de éxito. “Continuaremos asistiendo todas las veces que sea requerido, a pesar de que las posibilidades no sean demasiado grandes”, aseguró Bennett al regresar de Moscú. El premier aclaró al término de una reunión de gabinete en Jerusalén que “en este momento existe una leve apertura y dado que tenemos acceso a todas las partes, es nuestro deber moral hacer todos los intentos”.

La urgencia del caso quedó reflejada por el hecho de que el propio premier -un gran observante de los rigores religiosos- decidiera quebrar la regla religiosa de no viajar durante el shabbat. Una excepción habilitada en aplicación del criterio del Pikuach nefesh. El que prescribe que la preservación de la vida humana permite desplazar cualquier otra regla religiosa, con algunas excepciones en materias fundamentales.

El intento de negociación israelí -que también implicó un desplazamiento de Bennett a Berlín y comunicaciones con los líderes de Ucrania y Francia- respondió a la solicitud que las propias autoridades ucranianas habían realizado, a partir del hecho de que el estado hebrero mantiene buenas relaciones tanto con Kiev como con Moscú.

Desde luego, la negociación contó con el aval del principal socio de Israel en el mundo: el gobierno de los Estados Unidos. Una realidad confirmada el día 7 cuando durante una reunión en Letonia el propio secretario de Estado Antony Blinken agradeció al canciller Lapid el rol de Israel en el conflicto.

Israel es uno de los pocos actores de la región que mantiene relaciones fluidas con las tres capitales involucradas en el conflicto.

Desde el inicio del conflicto, el gobierno israelí ha optado por un tono prudente frente a los desarrollos. A la vez que sus principales figuras mostraron las dos tendencias que forman la coalición de gobierno que después de años logró desplazar del poder al ex primer ministro Benjamín Netahyahu.

De este modo, mientras el canciller Yair Lapid pareció alinearse con sus pares europeos, condenando fuertemente la invasión, el premier Bennett pareció inclinarse a una postura moderada para no ofender al Kremlin.

Israel ha condenado la invasión rusa a Ucrania, ha expresado su solidaridad mediante el envío de ayuda humanitaria pero no ha ampliado esa asistencia al plano militar, pese a los pedidos de Kiev. Al tiempo que mantiene los canales de comunicación con el Kremlin. Un vínculo crucial para Israel en función de la siempre compleja situación en su frontera norte y en especial a partir de la necesidad de contar con un esquema de coordinación en sus operaciones contra los desarrollos iraníes en Siria.

Algunas expresiones de otros ministros mostraron esta realidad. El titular de la cartera de Comunicaciones, Yoaz Hendel se negó a cerrar la emisión de varios medios rusos a los que se acusó de ser propagandistas del Kremlin y explicó que “bloquear canales es un hecho muy grave”. Por su parte, la ministra del Interior, Ayelet Shaked adelantó que Israel espera recibir una muy importante oleada inmigratoria a partir del conflicto. Las cifras más aproximadas señalan que viven en Ucrania unas doscientas mil personas que profesan la religión judía o que tienen lazos familiares judíos, al tiempo que en Rusia existen unos seiscientas mil ciudadanos en las mismas condiciones.

En tanto, el dilema israelí despertó cuestionamientos en algunos sectores en los EEUU. Ciertas voces se alzaron recordando que a diferencia de Rusia, los EEUU son una democracia y que para mantener el apoyo estratégico a Israel, es necesario mantener la opinión pública en su favor. El senador Lindsey Graham (R-Carolina del Sur), considerado uno de los mayores amigos de Israel, sostuvo la necesidad de que Israel se comprometiera en la provisión de material militar a Ucrania. Más dura resultó la periodista Christiane Amanpour quien arremetió contra Israel por su negativa a respaldar militarmente a Kiev. En el mismo sentido, William Cohen -ex secretario de Defensa durante la segunda Administración Clinton- declaró que estaba “profundamente decepcionado” con Israel.

Las autoridades israelíes, por su parte, parecen aferrarse a la necesidad de mantener su esquema de coordinación con Moscú, un punto imprescindible para su política en la frontera norte, dado que Rusia podría dañar severamente el margen de acción de las Fuerzas Armadas Israelíes (IDF, por sus siglas en inglés) en esa problemática geografía.

Una compleja realidad que fue sintetizada con estas palabras por un funcionario de la Cancillería de Jerusalén: “Nuestro corazón está en Ucrania, pero nuestro cerebro nos indica no provocar a Putin”.

En la misma línea, un analista respetado escribió en las últimas horas que ambas pulsiones fueron expresadas por Lapid y Bennett, de acuerdo a una sofisticada y calculada táctica diplomática que busca expresar las emociones, los valores y la observación de la realidad de los hechos en función del interés nacional.

Observadores indicaron que el traslado de Bennett a Moscú debe ser interpretado en función de la negociación en curso sobre la restauración del pacto nuclear con Irán alcanzado durante el tramo final de la Administración Obama, en la que el actual jefe de la Casa Blanca sirvió como vicepresidente.

Los acontecimientos, en pleno despliegue, parecen confirmar una tendencia de la época. La que ha mostrado en los últimos años una declinación de la influencia de los EEUU en Medio Oriente y el regreso de Rusia como gran actor en la región.

Al tiempo que en el plano doméstico israelí podrían elevar al Primer Ministro Bennett a la categoría de gran estadista, una jerarquía que podría equipararlo al status de Senior Statesman que ha cultivado durante años su controvertido antecesor.

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