Un chico de diez años camina solo por la carretera. Tiene un teléfono. Avanza bamboleante y llora. Tiene que alcanzar la frontera y salir de Ucrania. Tiene que dejar su país, sus padres. Quizás llegue. Quizás se reúna con alguien que lo recibirá. Quizás no. Quizás se pierda. Quizás sea un objetivo perverso del invasor. El ataque ya no se enmascara: las ciudades, las casas, los edificios, las mujeres y los hombres, son el blanco. Misiles del terror, no pueden camuflarse detrás de la propaganda rusa: es la primera guerra televisada y con redes. Los niños son cuidados hasta que la familia consiga salir y unirse al éxodo. Pero muchos eligen enfrentar la vida que quieren, su país, sus convicciones encendidas, dar la pelea a los que quieren someterlos, esclavizarlos.
Los chicos tienen que sobrevivir. Irse como sea. Y allá van. Hay organizaciones eficientes para recibirlos, hay familiares. El destino, en cambio, puede ser negro: no se difunde, pero algunos son secuestrados por mafias. Saberlo es casi insoportable.
El chico ha dejado de ser un niño. Para el chico que camina solo y llora terminó la infancia
Es la guerra despiadada que Putin avanza hacia el propósito de exterminar a Ucrania y con cada hora los chicos dejan de serlo. Mueren o crecen desgarrados, en la orfandad y el miedo. Se ven por las ventanillas de los trenes que solo llevan niños abrigados, ojos muy abiertos, juguetes.
El chico que camina nos dice que el sueño posterior a la Segunda Guerra Mundial al costo de cincuenta millones de seres y el Holocausto, tiene ahora punto final. La idea de las Naciones Unidos. La Declaración Universal de los Derechos Humanos en el 48. Algunos, si les parece: “Todo individuo tiene derecho a la vida, a la libertad y a la seguridad de su persona”. “Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros”. Hay mucho más, pero alcanza para pensarlo y verlo con un mueca amarga.
El chico camina por la carretera con su teléfono y llora.
Derechos del niño: ”A que se proteja su vida y se respete su intimidad. A la salud. A hacer deporte, a jugar y disfrutar de un ambiente sano. A no sufrir humillaciones ni abusos de ningún tipo. A tener un documento, su nombre, su nacionalidad y su propio idioma”.
La mueca amarga. En Ucrania mueren más civiles que militares. Es la idea de la expansión desatada por Putin: tierra, ancestralidad –la “völkisch” alemana, participación del banquete grande, restauración imperial, dominio, romper la civilización atlántica, extender una enorme potencia euroasiática-, sin detenerse. No puede afirmarse si se quedará allá, pero es probable que seguirá adelante: exterminio y terror en Ucrania, luego se verá. Putin lo sabe.
Mein Kampf, Mi Lucha, fue escrito por Hitler en la cárcel cuando era cabo del ejército austríaco. Se consideró la alucinación o el delirio de un pensamiento irreal. Fue su programa político línea por línea. Hombres, mujeres y niños- ¡los zapatitos apilados en Auschwitz!- fueron llevados a las cámaras de gas, el mundo comprobó que Mein Kampf iba en serio. Envuelto en mentiras fabricadas con mucha pulcritud, Putin muestra con los hechos su propósito sin disimulo. Muchos apoyan en nuestro país la guerra invasora, la de los civiles y los niños asesinados en Ucrania. Pagados, impulsados por el odio a los Estados Unidos, como sea, los fascioprogresistas argentinos se unen al atacante. No en vano se hizo el acto más grande a favor del nazismo fuera de Alemania en el Luna Park. Fue en 1938, con una gran esvástica en lo alto y brazaletes en las camisas. Se reunieron 35.000 personas. No en vano el estudio de los sistemas comparados del nazismo y el orden de Putin lo dice claro. Son espejos. No tardarán en manifestarse los lobos racistas, los fóbicos de la libertad disfrazados de una izquierda inventada y difusa en marchas y manifestaciones. Ya cuentan con propagandistas que, sostienen, hay una Ucrania enderezada hacia un estado neonazi. Mercenarios contra Occidente y su cultura, apestan.
Una maternidad fue bombardeada en Mariupol, ciudad entre los corredores humanitarias en que se había convenido una vía de salida, un corredor. Todos los ataques rusos son crímenes de guerra. Allí quedaron bebés y madres bajo los escombros. Toda posibilidad de vida y de infancia posible, murió. Fue un blanco elegido.
¿Habrá conseguido llegar el pequeño ucraniano del teléfono y las lágrimas que caminaba solo mientras dejaba la piel infantil para ser un hombre por una metamorfosis y un salto monstruoso ?
Resulta cada vez más arduo suponerlo. Con seguridad fue al menos una bomba rusa termobárica que arroja combustible, lo dispersa y produce, segundos después, con el oxígeno circundante, explota con el poder de un ataque nuclear -3.000 grados- pero, dicen, “amigable con el medio ambiente”. Mata todo, aunque sin la radiación que los rusos soviéticos construyeron y produjeron en el desastre apocalíptico de Chernóbyl: habrá de pasar miles de años hasta que esos efectos en enfermedades de todo orden disminuyan Las bombas termobáricas en uso en Ucrania están prohibidas, pero ya nada está prohibido.
Con el correr de la historia, se construyó la idea, el concepto de infancia. Y fue lenta y larga la idea de que las criaturas del hombre tenían una especificidad. Siglos, y aún no se comprende del todo ni se respeta. Hay en Siria, con intervención de la aviación rusa, chicos que desde el nacimiento hasta hoy solo han conocido la guerra, el hambre, los gases, los bombardeos. Podría formarse un país, el de los errantes y los desesperados, con los millones y millones que escapan. Lo vemos en Ucrania con la tecnología que tenemos delante y, siempre irremplazables, los enviados especiales que verifican y permiten comprobar el modo de emigrar en un lugar de Europa en los inicios del siglo XXl o permanecer hasta el fin antes de aceptar las cadenas.
Allí están los niños de la guerra. Están mirándonos. Ante nuestros ojos dejan de ser lo que tanto tiempo y tanto sufrimiento costó entender que lo son.
La infancia también estalla. ¿Qué son, entonces los niños de la guerra, arrancados de su edad? No lo sé, pero ya no es la infancia que se debía a los derechos mencionados en este recorrido hasta el tiempo en que el pequeño ucraniano camina solo con su teléfono y llora. Se acabó. ¿Qué son, cómo son? Habrá que crear otra palabra.