Feminista en falta: #8M, nuestra agenda postergada por razones de Fondo

En la última marcha de las mujeres, en el primer lugar de las demandas se ubicó la oposición al acuerdo con el FMI. Es un tema que se podía debatir en otro ámbito y está en todos los espacios de actualidad. La consigna, además, desconoció la diversidad del movimiento, regaló un espacio que nos costó y nos cuesta instalar y le restó fuera a otros reclamos urgentes que perdieron lugar

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El pañuelo verde en alto el 8 de marzo de 2022 en Buenos Aires. Es el símbolo de las marchas feministas.  (Photo by Juan MABROMATA / AFP)
El pañuelo verde en alto el 8 de marzo de 2022 en Buenos Aires. Es el símbolo de las marchas feministas. (Photo by Juan MABROMATA / AFP)

El del martes último no era cualquier #8M. Aunque muchas fuimos al Congreso en diciembre de 2020 para la vigilia de la sanción de la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo, hacía dos años que no marchábamos, y volver a las calles era necesario. Las mujeres argentinas nos acostumbramos desde 2015 a ese encuentro colectivo en el que nos reconocemos ante el dolor de lo que es compartido y fue naturalizado durante demasiado tiempo: la desigualdad, los abusos, la violencia machista que padecemos desde que somos niñas.

Ahora también naturalizamos nuestros logros, pero en verdad no tiene precedentes la magnitud de lo conquistado en los últimos siete años. Aunque la lucha de los feminismos comenzó mucho antes, que esas demandas tomaran las calles y se hicieran grito en miles de mujeres que tal vez no sabían de teoría pero sí sufrían a diario las consecuencias de vivir, criar, querer y trabajar en una sociedad con tantos resabios patriarcales, fue transformador. Como nunca antes, la cuestión de género entró en la agenda mediática, social y política. Como nunca antes, eso nos llenó de esperanza.

En las calles siempre estamos juntas, y eso es lo que hace –o hizo– más fuerte que nunca al movimiento, a cada una. En las calles somos nosotras y queremos lo mismo: un mundo con las mismas oportunidades para todas; donde, por empezar, no nos maten ni nos violen. Por eso muchas veces callamos las diferencias entre nosotras: para no debilitar esa fuerza, para que no nos digan que es propio de las mujeres llevarse mal o romper lo que construimos, para que los reclamos que nos importan a todas sigan siendo escuchados.

La consigna central de la marcha no representó el pensamiento de todas las mujeres
La consigna central de la marcha no representó el pensamiento de todas las mujeres

De nuevo, no es poco lo que logramos entre todas: los femicidios hoy se dicen y se cuentan de manera oficial; la paridad es un hecho en el Congreso y en muchos ámbitos públicos; es bastante más difícil que nos toquen el culo en el colectivo y en el subte; ¡el aborto es legal!

Y a la vez, nada es suficiente, tenemos que seguir peleando, incluso más. Porque ninguna conquista es un punto de llegada ni está asegurada, y porque ya nos dimos cuenta de que no alcanza –no alcanzó– con enunciar lo que falta ni con enseñarle a los demás lo que se debe hacer. Porque ya nos dimos cuenta de que nos siguen matando –y más–, y de que aunque repetimos que hay que denunciar la violencia, sabemos que el sistema de Justicia casi nunca responde en tiempo ni en forma. Porque lo vimos la semana pasada: nos violan en banda a plena luz del día en los barrios más seguros del país y todavía hay quienes culpan a las víctimas.

Me parece –me pareció– que eso era mucho, demasiado, para hacer silencio otra vez frente a algunas diferencias entre nosotras. Mi sensación es que, en este contexto, que la primera consigna de la convocatoria y del documento que firmaron distintas organizaciones en el Día de las Mujeres Trabajadoras haya sido contra el FMI –”La deuda es con nosotras, nosotros y nosotres, que la paguen los que la fugaron”– fue un poco desconocer la diversidad del movimiento y también regalarle una agenda que nos costó y nos cuesta demasiado instalar a las mujeres a una cuestión que la excede.

Claro que seguramente la mayoría de las feministas estaremos de acuerdo en la feminización de la pobreza; es evidente que la inequidad nos afecta más si somos con mucha más frecuencia las que estamos a cargo de los hogares y las que criamos solas a los hijos, tal como se vio y se intensificó en la Argentina con toda crueldad en estos dos años de pandemia y aislamiento obligatorio, con el agravante de un sistema educativo que nos abandonó y exponenció nuestra carga de por sí duplicada. Pero sobre las soluciones para salir de esa pobreza y del ajuste que ya nos afecta a tantas por vía de la inflación, tal vez pensemos distinto. Y es lógico que lo hagamos: el tema divide a los argentinos de todos los géneros.

Es el patriarcado el que espera de nosotras que seamos un conglomerado uniforme que piense siempre igual sobre todas las cosas, ¿por qué darles el gusto a ellos, a los que nos pretenden uniformadas? ¿Por qué no asumir como tantas otras veces que aunque somos un colectivo que coincide en las cuestiones básicas y urgentes, nuestro pensamiento no lo es ni tiene por qué serlo? ¿Cuál es la ganancia de un documento que pone en primer lugar al acuerdo con el Fondo que podíamos discutir otro día sin restarle fuerza a otros reclamos imperativos que necesitaban ser escuchados y ahora perdieron lugar, cuando la deuda ocupa la mayor parte de los debates sobre la actualidad nacional?

Las mujeres tenemos cuatro o cinco fechas al año para marcar agenda y que nos escuchen y esos espacios no se pueden desperdiciar (Nicolás Aboaf)
Las mujeres tenemos cuatro o cinco fechas al año para marcar agenda y que nos escuchen y esos espacios no se pueden desperdiciar (Nicolás Aboaf)

Las mujeres tenemos cuatro o cinco fechas al año para marcar agenda y que nos escuchen, y esos espacios cada vez parecen acotarse más. Como si todas las luchas, todas las conquistas, el ya no callar, se hubieran resuelto dándonos algunos lugares para que conversemos tranquilas hasta que se nos pase: un Ministerio, un día, un hashtag, una categoría en una premiación. Y mientras tanto, nos violan y nos matan igual o más que antes, conversatorio mediante. ¡No podemos desperdiciar ningún espacio! Ni los que les parece que nos conceden, ni los que nos ganamos marchando juntas y apostando a lo heterogéneas que éramos.

Ese fue el gran capital que marcó la diferencia en junio de 2015, en el primer #NiUnaMenos. Aquella convocatoria no fue “sin banderas políticas”, sino con las de todas, pero unidas en la urgencia de nuestros reclamos. Y es lo mismo que hizo posible la legalización del aborto: la transversalidad con la que exigimos nuestro derecho.

Sabemos que en la calle volvemos a abrazarnos siempre. Que la foto de la Catedral meada es carne de los machitos y que sobran fotos mucho más hermosas de este martes: grupos de amigas, madres e hijas, artistas performáticas, militantes, activistas trans, señoras grandes, chicas que fueron por primera vez a una marcha de mujeres. Que todas queremos que se caiga de una vez. Que después a Canosa diciendo que tenemos que bañarnos, depilarnos y laburar nos la bancamos todas, y lo peor es que cada vez tiene más aire.

No le hagamos el juego a ella ni a los que siguen buscando debilitarnos. Ahora que estamos juntas, tampoco tiene sentido que ninguna grite más fuerte. No nos callemos más, ni siquiera entre nosotras, que todavía hay mucho por hacer. Y tal vez incluso más que antes, porque ahora también es más fuerte la resistencia.

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