Pocos pensadores han sido tan mencionados en estos días como John J Mearsheimer, profesor de Relaciones Internacionales de la Universidad de Chicago. La razón de esta exposición es que “anticipó” la Guerra de Ucrania en junio de 2015 en una conferencia en su universidad. El núcleo de su argumento fue que Occidente tiene una responsabilidad compartida de la invasión de Crimea y de la guerra civil que siguió desgarrando a Ucrania como consecuencia del dilema de seguridad y la posición de debilidad relativa de Rusia.
Para entender esta idea debemos revisar dos de sus libros: Disuasión Convencional (Conventional Deterrence) de 1983 y La Tragedia de los Grandes Poderes (2001). El primero es su tesis doctoral y tiene el valor de analizar las condiciones de la guerra convencional en un mundo nuclear. Mearsheimer revisa las condiciones en las cuales una guerra convencional puede surgir inclusive a la sombra de la disuasión nuclear. Preocupado por las tensiones crecientes entre la OTAN y el Pacto de Varsovia el inicio de una guerra no sería el producto del fracaso de la disuasión nuclear, sino de la convencional y Europa era el teatro de operaciones. Convencionalmente los estados pueden seguir tres estrategias, la guerra rápida, la guerra de desgaste y la guerra de objetivos limitados. Disuadir convencionalmente supone entender la estrategia del otro y anticiparla. Occidente desde el 2014 viene armando a Ucrania para que Rusia enfrente las realidades de una Guerra de Desgaste. Rusia mientras tanto fue preparando su instrumento militar para conducir una guerra rápida y/o de objetivos limitados. En ese contexto la disuasión fracasó y tenemos la presente guerra. La guerra convencional todavía es útil como herramienta de política.
Hijo dilecto del realismo estructural de Kenneth Waltz, provocó un cisma en dicha corriente dando sustento al Realismo Estructural Ofensivo con su libro La Tragedia de los Grandes Poderes (2001). Como todo realista asume que la política internacional es un “gran teatro de operaciones” donde rige el principio de autoayuda; los grandes poderes definen la dinámica del mundo; las transiciones de poder son particularmente peligrosas, y que la relevancia del poder militar en tanto poder de coerción inclusive en un mundo nuclear es clave. El resto de las capacidades materiales de poder son consideradas “latentes” en tanto son efectivas cuando se transforman en capacidades militares. El llamado poder blando es el equivalente a la esperanza en una situación de fuerza.
Para este autor hay tres máximas que conducen el accionar de los lideres políticos: el miedo y la necesidad por supervivencia; la oportunidad para expandirse, siempre por la línea de menor resistencia, siendo particularmente “víctimas” de esta situación los Estados que no tienen armas nucleares y en especial aquellos que son contiguos en el espacio terrestre donde prima con mayor intensidad el dilema de seguridad.
La dinámica entre poderes navales y terrestres es un tanto distinta porque opera aquello que él llama “el poder de detención de las aguas”, que actúa como un factor más en la disuasión ya que complica la proyección de poder de un continente a otro. Para ser una amenaza extra-regional se necesita tener una capacidad que solo unas pocas naciones disponen siendo EE.UU. el principal actor en este campo. Por otra parte, si disponen de dichas capacidades además son poderes nucleares. Finalmente es un defensor de las ganancias relativas: esto significa que en la interacción entre los países algunos se benefician más que otros como consecuencia que no hay simetría en la cooperación. En el mundo del comercio y de las finanzas esto puede ser tolerable, pero en el campo de la seguridad internacional no lo es, ya que toda cooperación genera dependencia y vulnerabilidades. Configure el lector la tensión existente en el campo de la infraestructura de las comunicaciones, el espacio digital, la explotación del espacio ultraterrestre se han vuelto parte de la dinámica de la seguridad nacional y un ejemplo de por qué EE. UU. elimina de sus fuerzas militares a todos los proveedores chinos y condiciona a sus aliados en el uso del 5G chino tanto en su despliegue como desarrollos conjuntos.
La política de poder y de (in)seguridad lleva a que la política internacional este dominada por los grandes poderes y la dinámica de competencia posicional conlleva una inevitable colisión. Su pensamiento es determinista en tanto las fuerzas de la política internacional empujan a los líderes a actuar de la forma en que lo hacen y está convencido de la inevitabilidad conflictiva de la dinámica competitiva. Si Mearsheimer fuera un personaje del universo de Star Wars sería un Mandaloriano, ya que todo Gran Poder en su ascenso y declinación transita un camino determinado; “it is the way” también sería su lema.
Resulta interesante remarcar que la publicación del libro anticipó, no tanto la guerra de Ucrania, sino la rivalidad y potencial para la guerra entre EE.UU. y China. Sin embargo, sus ideas quedaron enterradas como consecuencia de los atentados del 11-S. La llegada de los neoconservadores y una política exterior norteamericana expansiva fue criticada por Mearsheimer desde que se puso en marcha, no por razones ideológicas, sino por las consecuencias que tendría para la seguridad norteamericana. La expansión unilateral en el Medio Oriente provocó exhaustamiento militar y languideció las arcas del Estado dos elementos claves para enfrentar a China en el largo plazo. Pensemos qué hubiera sucedido si la guerra de Ucrania hubiera sido una acción coordinada con China para tomar Taiwán y Ucrania. Sin lugar a duda estaríamos en la Tercera Guerra Mundial.
Crítico acérrimo del uso del internacionalismo liberal por la inestabilidad que genera en el sistema internacional, por el componente de superioridad moral que lo lleva a enfrentarse indiscriminadamente con regímenes que considera inferiores. Cuidado, eso no significa que esté en contra del liberalismo ni de la democracia como forma de gobierno doméstica, pero le preocupa sus efectos en el ambiente internacional. Esa fue la razón por la cual chocó con la administración Bush (jr) y su National Security Strategy del 2002. El carácter “transformacional” del liberalismo iba a provocar la pérdida acelerada de la posición unipolar. Al respecto su pensamiento se plasma en el libro El Gran Delirio publicado en 2019. Para este autor esa es la razón por la que comenzó a conformarse un orden de contrabalance que con el paso del tiempo cimentó la relación entre Rusia y China. Fue rescatado del olvido relativo por otros realistas. Robert Kaplan con su libro La Venganza de la Geografía (2012) y más tarde Graham Allison en su libro Destinados a la Guerra (2016) Mearsheimer comenzó a capturar la atención de la esfera académica china y rusa cuando Obama anunció su estrategia del Pivot asiático, dando origen al reposicionamiento global norteamericano en la región Euroasiatica, política continuada -con diverso grado de agresividad- por parte de la administración Trump y Biden.
Si la rivalidad es con China, el pensamiento de Mearsheimer es claro: no puede haber apaciguamiento porque entre Grandes Poderes no funciona. Lo mismo aplica a Rusia. Sin embargo, para él, Rusia y China no representan lo mismo. Mientras que a China aplica la política de Balance para evitar que consolide su posición de potencia asiática, ya que a largo plazo es la amenaza real. Por lo tanto, EE.UU. no debería entregar a Rusia a los brazos de China, que es lo que acaba de ocurrir al soltar con tanta velocidad las sanciones sobre Ucrania. Eso consolidaría dos cuestiones negativas para occidente: la primera es la influencia que China va a ganar sobre la economía de Rusia y sobre todos aquellos regímenes que miren con recelo al mundo occidental y en especial la capacidad sancionatoria económica ya que van a volcarse a la alternativa que consideren menos peligrosa, brindando los incentivos necesarios para que China genere un orden económico capitalista alternativo, que ciertamente no será liberal. Mearsheimer -y todos los realistas- estamos viendo la actual guerra bajo la óptica del 2035, como se veía la desnuclearización de Ucrania -en 1996- y la expansión de la OTAN de cara a la década del 2020. Su propuesta era hacer tener una relación buena con Rusia para transformarla con el tiempo en el objetivo a ser balanceado por China evitando la consolidación de Beijing como hegemón regional.
Finalmente, se ha puesto de moda la pregunta acerca de las mentiras de Putin hacia occidente. Mearsheimer tiene una respuesta también a esa pregunta: claro que mintió, como todos los líderes que conducen los destinos de sus naciones y en especial aquellos que están a cargo de los Grandes Poderes. En su libro Por qué los Líderes Mienten (2011) explica que lo hacen por razones domésticas y externas. En el primer caso para ocultar cosas a sus audiencias y los líderes democráticos y autocráticos suelen ser afectos a esto, de ahí la importancia de los sistemas de control en las democracias. Cuando deciden hacerlo a nivel internacional, lo hacen por aquello que consideran “buenas razones estratégicas”. Hay tres maneras: el engaño liso y llano; contar la historia dando a conocer algunos detalles, por lo general los más favorables, evitando aquellos que te comprometen negativamente; y finalmente el ocultamiento de la información. El armado de la guerra de Ucrania entra en la segunda categoría, que en lenguaje local es el equivalente al “armado de una causa”. Seguramente Zelensky contribuye con su parte de mentiras en esta guerra ya que tiene la mejor de las razones estratégicas: salvar a su país.
Una nueva controversia lo acecha. ¿Es su pensamiento Pro-Ruso? Si se lo lee con atención, la respuesta es un tajante no. Es un conservador norteamericano comprometido con su país. Desde ciertos sectores de la academia liberal norteamericana se está realizando una campaña para que se lo remueva de los programas académicos por ser “un ideólogo de la invasión”. Ni aun cuando editó el controversial libro conocido como El Lobby Israelí y la política exterior norteamericana (2007) -el cual fue cuestionado por las implicancias políticas del mismo y por sus fallas metodológicas- se promovió un esfuerzo sostenido por sacarlo de la discusión académica norteamericana. Menuda la suerte de una nación liberal si uno de sus intelectuales más profundos y provocadores van a pasar por el tamiz de la cultura de la cancelación. Mearsheimer ha demostrado que como profeta del realismo ha cumplido su misión.
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