La barbarie no es realismo

La línea roja que cruza el gobierno de la Federación de Rusia no constituye el retorno del realismo ni la resurrección de la geopolítica

Rescatistas remueven escombros de una escuela alcanzada por el bombardeo ruso en Chérnigov (Service of the State Emergency Service of Ukraine/Handout via REUTERS)

A raíz de la invasión a Ucrania por parte de la Federación de Rusia, se ha abierto un interesante debate teórico/ práctico sobre el regreso del realismo. Muchos académicos ven en esta violación al Derecho Internacional, a los propósitos y principios de la Carta de las Naciones, el regreso de la historia. Queda atrás, nuevamente, la visión idealista de un mundo de cooperación y colaboración internacional.

Entiendo el atractivo de buscar abstraernos de lo que ocurre y generar un debate en el plano teórico, a fin de convalidar una visión del mundo -una suerte de determinismo histórico- para aprender el funcionamiento de nuestra polis global.

El problema con esta visión es que, en definitiva, se cae en una suerte de ley de hierro de las relaciones internacionales: el elemento ordenador del sistema global es el great power competition, centrado en torno al poder duro militar.

Además, se corre el riesgo de, indirectamente, legitimar el accionar de la Federación de Rusia, ya que en definitiva está actuando en el marco de la lógica de la estructura de poder que rige el mundo.

Ningún observador u actor avezado de la política internacional reniega del realismo, ya que el realismo no es solo una teoría más de las Relaciones Internacionales, sino que es ante todo la única aproximación seria y responsable para ver, analizar y entender todo fenómeno político.

Si esto es así, entonces, el dilema ya no es entre realistas e idealistas, sino entre visión realista fundada en principios morales y una visión realista aséptica y éticamente neutra.

Aquellos que adhieren a la visión realista suelen remontarse históricamente al clásico libro de Tucídides “Historia de la Guerra del Peloponeso” y, más modernamente, a Hans Morgenthau y su obra “Política entre las Naciones”, opera prima de esta visión.

Esta corriente de pensamiento, que considera que ha vuelto la historia y su gran correlato, la geopolítica, debería releer el cuarto principio del realismo, acorde al propio Hans Morgenthau:

El realismo político es consciente del significado moral de la acción política. También es consciente de la tensión ineludible entre el mandato moral y los requisitos de una acción política exitosa. Y no está dispuesto a pasar por alto y borrar esa tensión y, por lo tanto, ofuscar tanto la cuestión moral como la política, haciendo parecer que los hechos crudos de la política eran moralmente más satisfactorios de lo que realmente son y la ley moral menos exigente de lo que en realidad es.

Y es precisamente esta tensión es la que esta en juego hoy.

Ser realista en el siglo XXI, en este nuevo siglo XXI, hibrido -territorial y desterritorial, temporal y atemporal, virtual y presencial- es precisamente reconocer que una percepción centrada únicamente el uso de la fuerza bruta, no es realismo. Reducir las relaciones internacionales a un juego de suma cero -como sostienen los llamados realistas- es generar no solamente ganador, sino por sobre todo perdedores...

El realismo del siglo XXI, exige colaboración y cooperación para abordar los grandes desafíos que aquejan a todos los habitantes del mundo: ecología, pobreza, inequidad, violencia desmedida y violación de los DDHH, desafíos de la ciencia, tecnología e innovación en nuestra vida cotidiana.

La línea roja que cruza el gobierno de la Federación de Rusia el lunes 21 de febrero al reconocer la independencia de los territorios ucranianos de Donetsk y Lugansk y luego sigue a partir de la invasión del jueves 24, no constituye el retorno del realismo ni la resurrección de la geopolítica.

La invasión de Ucrania por parte del gobierno de la Federación de Rusia, el país territorialmente más grande del mundo, con el mayor armamento nuclear del mundo, miembro permanente del Consejo de Seguridad de la ONU -con el privilegio del poder de veto y, por consecuencia, con la adicional responsabilidad de velar por la paz y seguridad internacionales- constituye la emergencia de una barbarie moderna. Y que está claro que el gobierno de la Federación de Rusia sigue viendo el mundo en términos de siglo XX y no se da cuenta que estamos en el siglo XXI, en el que los grandes desafíos exigen multilateralismo y cooperación.

El mundo del siglo XXI no puede ser más percibido ni estructurado solamente en términos realistas de relaciones de poder duro: el resultado está a la vista. La intención de recrear el mundo en términos de relaciones de poder, en la práctica, erosiona aún más el multilateralismo, que la Federación de Rusia dice adherir firmemente bajo su vocablo de policentrismo.

Esquemas arcaicos y peligrosos de estructuración del poder global, centrados en la bipolaridad, no deben ser reeditados, ya que tienden a reducir la agenda global a una mera relación de poder duro. Problemas globales exigen soluciones globales.

¿Qué hacer?

En primer término, es imperativo que el gobierno de la Federación de Rusia cese la invasión de Ucrania -la llamada guerra de elección del presidente Putin- y se retire de todo el territorio ucraniano para que se restablezca su integridad territorial. Luego, es imprescindible que el gobierno del presidente Putin asuma su responsabilidad jurídica por la violación de principios elementales del Derecho Internacional y de la Carta de la ONU.

También es necesario caminar en el fino desfiladero diplomático para evitar que el pueblo ruso, sufra las consecuencias de la barbarie cometida por su gobierno. La Federación de Rusia, deberá retomar su lugar entre los miembros de la comunidad internacional. El desafío de este nuevo siglo XXI es inmenso, aunque no necesariamente análogo al Mito de Sísifo.

Termino, citando el mensaje radial de nuestro primer premio Nobel de la Paz, Carlos Saavedra Lamas, en ocasión de la recepción de ese honor en 1936:

La guerra de agresión, la guerra que no implica la defensa del propio país, es un crimen colectivo. En sus consecuencias sobre la gran masa de los pobres y humildes, no posee ni siquiera ese resplandor de valor, o heroísmo, que conduce a la gloria. La guerra implica una falta de comprensión de los intereses nacionales mutuos; significa el socavamiento e incluso el fin de la cultura. Es el sacrificio inútil de la valentía mal aplicada, frente a esa otra valentía silenciosa que significa el esfuerzo por ayudar a los demás a mejorar la existencia elevando a todos en este fugaz instante nuestro a niveles superiores de existencia.

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