Uno de los temas que más fuerza ha cobrado tanto en los espacios feministas como en la agenda de género nacional es la necesidad de seguir trabajando en políticas orientadas a las masculinidades. El caso de la violación grupal en Palermo no hizo más que recrudecer esta urgencia que además se sostiene en estadísticas para nada esperanzadoras: en los primeros dos meses del 2022 se registraron 51 femicidios y 33 intentos de femicidios.
Hace siete años, durante el primer grito de Ni Una Menos, aquellos varones acusados de la violación grupal que volvió a poner a la violencia de género en boca de todos tenían apenas entre 13 y 17 años. Eran estudiantes secundarios, uno de los espacios donde los feminismos ganamos más fuerza. Eran pares de nuestras nietas e hijas, las pibas que llenaron las plazas, que ataron los pañuelos en las mochilas y que denunciaron acosos y todo tipo de violencias en instituciones en las que durante años se había perpetuado el silencio. ¿Pero qué pasó desde entonces con los varones? ¿Qué pasó con esos chicos que fueron testigos del grito y el empoderamiento de sus compañeras? ¿Qué es lo que se nos está escapando? ¿Qué es lo que no estamos viendo?
Sabemos que la violencia no es exclusivamente ejercida por los varones, pero también sabemos que son ellos quienes la ejercen por abrumadora mayoría. ¿Entonces alcanza con pensar qué es lo que no vimos o no estamos haciendo nosotras? No. Lo que necesitamos es que los varones también reflexionen sobre lo estructural de su violencia porque las cifras no bajan y nuestras vidas corren peligro todos los días, ya que ocurre 1 femicidio cada 28 horas en el país.
Aquellos hombres que deseen acercarse a nuestra lucha deben saber que no necesitan un lugar definido dentro del feminismo, sino que deben ocupar el espacio que ya tienen dentro de la sociedad y convertirlo en feminista. Esta es una tarea que sin dudas supone un significativo desafío y responsabilidad. Llevar los feminismos a los terrenos más impermeables y resistentes a los mismos, adonde se sabe o se sospecha que, al menos en principio, hay mucho que perder, adonde comportarse de manera feminista no va a ser promesa de aplauso, sino amenaza de traición.
El verdadero desafío para romper el pacto entre varones consiste en hacerlo de manera colectivamente elaborada. ¿Cómo van a hacer para traicionar a la complicidad machista? ¿Cómo van a vencer el miedo de dejar de pertenecer a espacios en los que se reproduce violencia mientras construyen otro tipo de lugares? ¿Cómo van a hacer para no rendirse ante la fragilidad de estar perdiendo poder?
Las mujeres no podemos ser las responsables de educar ni de seguir sosteniendo a los hombres en este camino. Tampoco podemos orientarlos ni responder los interrogantes que ellos mismos van a tener que atravesar. Somos, desde el Estado, quienes debemos seguir generando y profundizando programas de concientización, sensibilización y acompañamiento para poder impulsar otros modelos de masculinidades. Desde AySA venimos promoviendo desde el inicio de mi gestión, con la creación de la dirección de género y diversidad talleres sobre nuevas masculinidades, espacios de reflexión donde pensar y repensar la masculinidad hegemónica en clave de promover espacios más saludables para todas las personas y que permitan el desarrollo en libertad.
Necesitamos hombres dispuestos a repudiar, desarmar y poner límite a los mandatos de masculinidad que hacen del sometimiento y el abuso su regla de validación. Necesitamos hombres que se hagan cargo de sus formas de crueldad naturalizadas, que no son solo culturales sino que sobre todas las cosas son relaciones de poder. Si nos quieren demostrar que ustedes también quieren que el patriarcado se caiga, en este nuevo Día Internacional de la Mujer les pedimos que dejen de sostenerlo.
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