Uno se pone en el centro de las maneras de obrar o pensar en el país y encuentra los trucos más agresivos contra la razón y la convivencia. Es como si personajes encumbrados con gran responsabilidad solo pueden moverse en una dirección sin atender a los llamados de la realidad: primero el dogma, la utopía misteriosa, una sociedad donde todo habrá de verse armonioso y justo para felicidad de todos una vez eliminados algún día lejano los obstáculos.
En este momento se pone en primer plano como obstáculo, el “patriarcado”. Se supone que los hechos brutales en una criminalidad que no para y en una escala escalofriante son el horno donde se cocina la injusticia a partir del machismo como factor por momentos excluyente.
La ofensa a la causa noble del feminismo que aquí han honrado, por ejemplo, Florentina Gómez Miranda o Alicia Moreau de Justo. Entre tantas argentinas con nobleza y claridad surgen por comparación el raquitismo farandulero actual. Una abogada, maestra y diputada. Doña Alicia, médica, política y firme defensora de los derechos de la mujer. Los jardines y berenjenales en que se meten dentro de un discurso incomprensible las presuntas encargadas de la condición femenina, los géneros y la diversidad, asombra y desconcierta.
Todo eso desde las alturas políticas, que las organizaciones arracimadas por la condición de la mujer y luchar por ella, se muestran cada vez más parciales. Más empleadas por el forrismo de los que las manejan hasta la reducción del caso Darthés-Thelma Fardin o la presunta satiriasis de Fabián Gianola. No importa que haya argentinas forzadas a ser madres a los once años, los atropellos constantes y violentos, los femicidios: uno cada 27 horas este años. Solo se movilizan por disparadores menores.
Por estas horas, lo ocurrido dentro de un auto, de día y en el barrio de Palermo. Como se sabe, seis hombres jóvenes violaron en grupo -dos con una guitarra fuera como para distraer: ¡tocaban la guitarra!- a una chica de 20 años cuya vida ha sido destruida. La violación, los golpes, el desgarramiento, las fracturas, reventados de drogas que se encuentran en cualquier parte, lo hicieron. Fue tanto que las imágenes de lo que ocurrió y cómo quedó la víctima no pueden verse.
Una doble víctima a partir de que la ministra Gómez Alcorta sostuvo que los violadores son el producto de la ya conocida matriz cultural. Casi a lo Rousseau, los humanos nacen buenos y la sociedad imprimen en ellos el mal, hasta la noción del delincuente redentor que pone al descubierto un sistema malvado -“San Genet , comediante y mártir de Jean Paul Sartre , al vuelo- entre tanta exégesis como existe. Se entrevera con el neoliberalismo, el capitalismo. En lo alto, la matriz cultural y sus consecuencias.
La ministra Gómez Alcorta atribuyó tan espantoso delito al hecho de que sea el producto de un sistema. Es decir, mezcló explicación, la que fuera, con la justificación: fueron jóvenes como podrían ser tu hermano, tu padre, tu vecino, así.
De modo que si todos pueden ser un violador, termina por justificar que en realidad nadie lo es: es nuestra matrix, que integra con mucho poder prolongado y un presupuesto de ciento sesenta mil quinientos millones de pesos. A la cabeza del ministerio como abogada diploma de honor en la UBA, tiene una maestría en ciencias políticas y un post grado en Sociología. Es defensora de Milagro Sala y de la líder mapuche Moira Millán.
La carrera académica se une a la política, sin parar estación en notar o ignorar en punto a las psicopatías en diverso grado pero siempre irreversibles y congénitas. Hay psicópatas presidentes, albañiles, porteros. Lo son desde el nacimiento según el estudio de mayor rigor y dedicación. Hay psicópatas de jardín de infantes.
Resulta difícil saltar los rostros de los violadores, una galería de seres repulsivos. Sí, ¿por qué mentir? Nadie dejó de sentirlo, así se les haga un sendero de pétalos para alegrar el prejuicio que habrán y gritar las buenas conciencias en cumplimiento de ideologías oxidadas. No es cuestión de volver a Lombroso y sus cráneos, narices y ojos como señales de criminales. Pero esas jetas producen miedo y repulsión.
En el cine, las historias con violaciones empujan más miedo que los films específicos de terror, notables unos y otros para diversión bizarra de adolescentes. En la violación los espectadores viven la violación como una terrible emoción que cuesta respirar. “La patota”, Tinayre con Mirtha Legrand. “Paulina”, remake de Santiago Mitre y Dolores Fonzi. “Acusados”, Kaplan con Josie Foster.
Los nueve minutos aterradores con Monica Belluci en Irreveresible, de Gaspar Noé. “La fuente de la doncella”, Bergman. Todos tocan que algo se destruye por completo. No es casual.
Y no es posible licuar explicación con justificación. La ministra agregó que no se trató de una manada, que no son ni monstruos ni animales. Pero, ministra: los animales no violan, no sé si se entera. Ni son consecuencias de una imaginaria matriz cultural mientras otra matriz se desarrolla: alcoholismo a los ocho o nueve años, drogas de todo tipo, pobreza y envilecimiento, la educación en ruinas, la subordinación de muchos docentes a las consignas partidarias, las mentes achicadas. ¿Es otra o la misma?
No todos los hombres son violadores potenciales -culpa de una sociedad perversa que iluminará un amanecer imprecisable-, de modo que, si quiere le presto un silogismo, ejercicio saludable para pensar sin tirarle de las barbas a Aristóteles: “Todas las violaciones son cometidas por hombres. Pero no todos los hombres son violadores“. No sé si lo pesca.
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