Mamá Antula, la mujer que puede convertirse en la primera Santa argentina

Nació en Santiago del Estero, fue Jesuita y promotora de la obra ignaciana en los tiempos coloniales prerrevolucionarios

Este año, la mujer que renunció a su vida acomodada para vivir como pobre, podría convertirse en la Primera Santa Argentina. Mamá Antula, como la llamaban en quichua los nativos de Santiago del Estero, donde nació, fue una mujer fuerte. Una feminista y rebelde, que enfrentó al sistema patriarcal de la época para seguir su pasión.

Hoy se conmemora un nuevo aniversario de la de esta mujer decidida y tenaz, que dio muestras de coraje, perseverancia, altruismo, empatía y solidaridad. Murió en Buenos Aires, el 7 de marzo de 1799. Dejándonos, además, la devoción por San Cayetano, el Patrono del Pan y el Trabajo, ya que trajo su imagen a nuestro país.

María Antonia de Paz y Figueroa, conocida como Mamá Antula, nació en 1730. Y se adelantó siglos a lo que hoy son los derechos humanos. En una época en que las diferencias sociales y la esclavitud eran moneda corriente, ella, dueña de una actitud revolucionaria, defendía el trato igualitario a todas las personas.

A los 15 años, edad en la que muchas mujeres de su clase se casaban, ella se enfrentó a su padre, un poderoso encomendero. Le dijo que no iba a tener un matrimonio arreglado, como estaba previsto para las mujeres de su condición social. Sentía que no pertenecía a ese estilo de vida. Su deseo, en cambio, era servir a los más necesitados y vivir como pobre. Su padre le dijo que las puertas de su casa se cerraban para siempre para ella.

Renunciaba así, a su vida de privilegios en la alta sociedad santiagueña, desobedeciendo las reglas, los mandatos sociales del momento. Y se iba a vivir con los jesuitas, con quienes colaboró, a la par. Hacia mediados de 1700 no había lugar en la sociedad para una mujer que se movía con independencia.

Años más tarde, en 1767, desobedecía las reglas una vez más, desafiando las órdenes de las máximas autoridades. Lo hizo para mantener vivo el legado de la Compañía de Jesús. Fue cuando la Corona española decidió expulsar a los jesuitas. A pesar de sentirse desconsolada, recobró fuerzas y continuó la obra de la orden religiosa. Mamá Antula mantuvo vivo el trabajo social, alfabetizando, alimentando y ayudando a las personas de los estratos más vulnerables. Atendiendo a las mujeres, procurando realizar actividades donde la división de clases no existiera, como cuando las señoras cocinaban para las esclavas.

Y se embarcó en el desafío de llevar la obra de los jesuitas a todo el país. Acompañada por un grupo de mujeres, valientes como ella, decidieron que emplazarían una casa de ejercicios espirituales en Buenos Aires. Así comenzaron su peregrinación. Desde Santiago del Estero, caminaron hacia las provincias del norte del país. Luego pasaron por Córdoba. Y, desde allí, hacia la ciudad de Buenos Aires. Caminó descalza durante kilómetros cuando las suelas de sus sandalias se deterioraron. Durmieron acurrucadas debajo de un árbol, cuando no encontraron refugio donde pasar la noche. Fueron agredidas y consideradas locas y brujas cuando llegaron a la ciudad de Buenos Aires. Pero nada la hizo bajar los brazos. Ella repetía la frase con la que superaba las dificultades: “la providencia del Señor hará llanos los caminos que a primera vista parecen insuperables”.

Después de muchas trabas y con mucho esfuerzo, obtuvo donaciones para construir la Santa Casa de Ejercicios Espirituales, una de las construcciones más antiguas que sobreviven en la ciudad de Buenos Aires. Ubicada en Av. Independencia 1190, llegó a alojar a más de 100 personas por día y es testigo de las luchas que dió.

Formar parte de los retiros espirituales de Mamá Antula era una actividad de prestigio social para los porteños. Mujeres de la alta sociedad, políticos, pobres, esclavos, gauchos eran libres de participar. Nadie quedaba afuera. Las personalidades más destacadas del país pasaron por ellos, ya que la beata se había convertido en persona de consulta para políticos, virreyes y obispos. Años más tarde, los realizó, también, en Uruguay.

Mamá Antula comenzó la obra, pero no pudo verla concluída. Después de su muerte, algunas autoridades quisieron cerrar la Casa. En 1822, cuando Bernardino Rivadavia era Ministro de Gobierno, ordenó el cierre de instituciones religiosas. Pero no pudo firmar el decreto que afectaba a la Casa: el papel se llenaba de borrones de tinta. Tuvo temor y lo dejó sin ejecutar. Diez años antes, había ordenado quemar todos los informes de María Antonia. Eso hizo que se perdieran documentos de su importante actividad en Buenos Aires.

Miro este presente que tanto nos duele y preocupa y me pregunto qué rol habrían cumplido personas como Mamá Antula. No puedo no imaginarla pidiendo ropa, agua y alimentos para el pueblo correntino. O acercando su ayuda a los refugiados de la guerra entre Ucrania y Rusia. Ella, que dejó su casa y su provincia natal, entendería muy bien lo que es dejarlo todo. No puedo no imaginarla involucrándose y contagiándonos su espíritu solidario.

Casi tres siglos atrás, cuando la mujer debía estar siempre acompañada por un hombre, fue una líder que transmitió su compromiso con los demás. En un sistema patriarcal en el que la mujer no podía actuar ni hablar por sí misma, Mamá Antula se puso a la altura de los grandes hombres de su época.

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