Hoy todos somos Ucrania

Se está por la vida, la libertad, la paz y la democracia o no se está. No hay neutralidad posible

Postal de la marcha que se realizó en Buenos Aires para pedir por la paz en Ucrania ante la invasión rusa (Foto: Nicolás Stulberg)

Me cuesta creer que se deba dar explicaciones por estar del lado correcto.

La guerra es la negación de los derechos humanos, y no hay otra opción posible para aquellos que asumimos la defensa de esas banderas sin utilización ni especulación política alguna.

Somos quienes elegimos siempre la democracia oponiéndonos a las dictaduras, autocracias y teocracias. Quienes amamos la paz como bien supremo en las relaciones entre los Estados.

Es en este lugar donde me reconozco y donde quiero estar siempre.

Hoy estoy junto a Ucrania y la colectividad ucrania de Argentina con quienes tengo una relación de afecto, respeto y amistad genuina construida durante muchos años de trabajo compartido.

Me paré junto a ellos desde el minuto uno en que supimos del comienzo de la invasión ordenada por Putin y el inicio de una guerra planificada para someter un país, asesinando a mansalva y destruyendo con la firme pretensión de aniquilar para siempre su identidad nacional y cultural.

Para mi sorpresa a lo largo de estos días, en varias oportunidades me han preguntado el porqué de mi posición de defensa tan manifiesta en virtud de mi condición de ser judío y los hechos trágicos del siglo XX, en especial durante la Segunda Guerra Mundial.

Confieso que nunca creí que llegaría el día en que defender valores de vida, libertad y paz deberían ser justificados.

Me sorprende y angustia que suceda, del mismo modo que me enojó escuchar, al salir de la concentración convocada en el Obelisco, insultos y gritos xenófobos.

Por mis venas corre sangre ucraniana. Mi abuela paterna, a quien no conocí más que por boca de mi padre, nació en Odesa. Mi bisabuelo, a quien tampoco conocí, murió en la Shoá, en Kobryn hoy Bielorrusia, y de él orgulloso llevo su nombre.

Como cada integrante del pueblo judío, soy, y lo seré por siempre, heredero de la tragedia que representa para nosotros y el mundo el Holocausto. Herencia que ante los negacionistas nos convierte en testigos.

Y es justamente el ser víctima como pueblo del genocidio perpetrado por el nazismo y saber del silencio de las naciones del mundo en aquellos años ante los pedidos de ayuda e intervención como también por mucho tiempo luego, protegiendo a los culpables y silenciando con la indiferencia a los sobrevivientes, conocer perfectamente acerca de la historia del antisemitismo furibundo de Europa antes y durante la Shoá, y las aberrantes complicidades con el nazismo, incluso en Ucrania, lo que me dan la fortaleza moral y espiritual para estar con Ucrania y mis amigos ucranianos de Argentina, a quienes realmente valoro, y con quienes hago público mi compromiso personal.

No puedo, no debo, ni quiero quedarme en el pasado. Apuesto, igual que ellos, a la construcción de un mundo mejor. Y en ese camino nos encontramos juntos.

El pueblo ucraniano hoy es víctima. Frente a esta realidad no hay lugar para la indiferencia.

Se está por la vida, la libertad, la paz y la democracia o no se está. No hay neutralidad posible.

Quien defiende al agresor, calle o sea ambiguo y débil, no será un defensor de los derechos humanos, por el contrario, avala su vulneración.

Isaac Newton dijo que los hombres construimos más muros que puentes. Pues bien, cambiemos esta cultura. Hoy todos debemos construir puentes que nos lleven a Ucrania.

*Claudio Avruj fue secretario de Derechos Humanos y Pluralismo Cultural de la Nación del gobierno de Mauricio Macri, entre 2015 y 2019