Si el Gobierno logra la aprobación del acuerdo con el FMI deberá someterse a durísimas revisiones cada tres meses: las de La Cámpora. La transitoriedad que le espera a la Argentina excede la de lo no deseado. Nada hay más desestabilizante para el populismo que hacer la paz con el enemigo. Aunque sea una paz de cartón. Por eso, una de las paradojas que atestiguamos estos días es que para convencer a su tropa de que apoye el acuerdo, el ministro Martín Guzmán haya iniciado su ronda de persuasión hablando de lo malo que es el entendimiento. “Si no puedes contra ellos, únete”, es la primera versión del dicho. La segunda es “si no puedes contra ellos, confúndelos”.
Guzmán intenta proveer un criterio de unidad porque sabe cuán líquida es la materia sobre la que el camporismo asienta sus convicciones en tanto tenga cajas: relato. Puertas adentro agrega algo más. La postergación de vencimientos que quedará como herencia envenenada para la oposición en caso de ser gobierno. Una devolución de favores, dicen. Y que el ajuste es el mejor de lo peor. Ya sabemos que para el kirchnerismo lo peor no es tragar sapos, sino tragarlos y que se note. Si a Cristina le costó entregar el poder a Mauricio Macri, y reconocer con los atributos que la ley manda su presidencia, difícilmente Guzmán pueda esperar escenas de legitimación en el caso del acuerdo con el Fondo. Nos esperan actuaciones desopilantes del manual de la contradicción. El guión tiene como objetivo encubrir. Hacer lo inevitable simulando todo lo contrario. Pero tanto camina el oficialismo al borde del rechazo y la sublevación, que ni siquiera eso parece seguro. Muchos aún tiemblan ante la posibilidad de que la madre o el hijo, apreten el botón rojo. La radiactividad es alta.
Por motivos totalmente opuestos, en la oposición el clima también es enrarecido. Cualquiera pensaría que la certeza de acercarse al poder amalgama las posiciones frente a un acuerdo con el Fondo. Pero no.
Si para el oficialismo, la fórmula se trata de una delirante preservación de la decadencia, es decir, asegurar que nada nada nada cambiará. En la oposición se trata de algo parecido: aceptar que con este acuerdo, precisamente casi nada nada nada cambiará. El jarabe contra la incertidumbre se toma con la nariz tapada. En algo coinciden, el acuerdo es malo para ambos, por motivos diferentes, pero es lo que hay. La fragilidad de Argentina es tal, que cualquier crisis o shock mundial la golpea con más impiedad que a cualquiera. Durante varios días, en la primera semana de la guerra, el tablero marcaba más riesgo país que en Ucrania, donde llovían bombas. Por eso es que el regreso del radical Ernesto Sanz a la mesa chica de Juntos por el Cambio, encierra una admisión: no alcanza con ingeniería electoral, hay que estar de acuerdo en cómo gobernar, pregonó siempre. El político mendocino escuchó decenas de veces que, si él hubiera sido el jefe de Gabinete en vez de Marcos Peña, las cosas hubieran sido distintas. En las dos coaliciones prima un internismo que es letal a la hora amarga de gobernar. Curiosamente es por motivos distintos. En el caso del kirchnerismo, se trata de lograr que nada cambie. En la oposición, de asegurar que algo algo algo cambie. En el nombre de la rosa está la rosa, y en el nombre de Juntos por el Cambio está su desafío: para cambiar hay que estar juntos, no solo para ganar. Y como demostró la ley de alquileres, hay sectores de la “opo” que se parecen inquietantemente al Gobierno. El populismo encubierto puede costar caro. Milei espera a los desencantados que a este punto sumarán sólo bronca.
Trabajos de amor forzados, es lo que veremos de ahora en más, en las últimas semanas que quedan para hacer a las apuradas lo que se postergó dos años. Ese fue el único plan de Alberto Fernandez, postergar. La procrastinación no es barata, pero sirve para disimular. Se ha escrito una nueva formulación nacida de tiempos inéditos. El populismo sin plata vive del humo, aunque eso erosione los cimientos del edificio y lo ponga al borde del derrumbe. Tarde, buscan apuntalar la construcción. Aunque las consecuencias hayan sido nefastas y los problemas se hayan agravado hasta lo insostenible, festejarán no haber hecho lo que no querían. Ser impotentes para solucionar los problemas no les provoca ni cosquillas. Su existencia misma depende de que esos problemas sigan existiendo porque lo que saben hacer es dar asistencia con la plata de otros mientras disfrutan de las bondades de ser el repartidor. Clink caja. La oposición no puede darse ese lujo, ya probó que sale demasiado caro hacer kirchnerismo de buenos modales. Les espera transitar la línea delgada de ser responsables para evitar un default, y de mantenerse unidos para no socavar sus bases como opción de recambio. El gobierno de Macri logró romper el maleficio según el cual los gobiernos no peronistas no terminaban sus mandatos. Y la próxima elección puede premiar la disciplina con un congreso sin antecedentes de signo político propio. Pero la magnitud de los problemas es tal, que asegurar la gobernabilidad futura es una tarea temprana. Por lo pronto, ordenar la interna para que no canibalice las posibilidades en la carrera por la presidencia. Y sobre todo, responder a dos preguntas sobre el poder: “¿para qué?”, y más que nada “¿cómo?”. En el horizonte la credibilidad es finita y un electorado enojado puede escapar por el extremo liberal.
El acuerdo con el Fondo tensa las dos grandes coaliciones en su punto existencial. La buena noticia es que están forzados a evitar el choque. Ya no se puede postergar más. La mala noticia es que esto no será un cabildeo de internas feroces durante unos días. Será un nuevo estado de cosas hasta 2023. Son tan cortitos los márgenes que el avión llamado Argentina entra en una zona de turbulencias para no caer que se prolongará hasta las próximas presidenciales. El drama real de Argentina puesto en perspectiva es la falta de sincronía. Los tiempos del poder siempre se adelantan, pero los tiempos del hacer siempre se postergan. Esa es la inercia de nuestra enfermedad.
Hay quienes dicen que la grieta le ha permitido a Argentina que el espectro político no se atomice en mil partes como en otras democracias, ante el descreimiento de sociedades hartas de no ver soluciones. Con la nariz olfateando los vértigos del abismo hay algo claro. Si no se ponen las pilas, esta vez con las soluciones, muchachos... no quedará ni grieta para pasar el invierno. Como decía la frase de la serie Game of Thrones: Winter is coming.
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