A los 81 años de edad, falleció en Buenos Aires el embajador Atilio Molteni. Nacido un 6 de julio de 1940, ingresó al Servicio Exterior después de graduarse de abogado, a mediados de los años sesenta. Su primer destino sería en la misión en las Naciones Unidas, donde se convertiría en una suerte de “protegé” de aquella leyenda del Palacio San Martín que fue el embajador Carlos Ortiz de Rozas. Corrían por entonces los años setenta. Una década que más tarde lo llevaría a Ginebra, integrando el equipo diplomático de la representación ante los organismos internacionales.
Pero tal vez el momento más relevante en su larga trayectoria diplomática tuvo lugar hace exactamente cuarenta años, en medio de los dramáticas circunstancias que condujeron a la guerra del Atlántico Sur en 1982. Entonces, cuando aun no había cumplido los cuarenta y dos años, el ministro Molteni se encontraba a cargo de la Embajada argentina en Londres. En ejercicio de la Encargaduría de Negocios a.i. Por ausencia de su titular, Ortiz de Rozas, quien pocas semanas antes había sido trasladado a Roma, como representante ante la Santa Sede.
Fue entonces cuando el destino quiso que se convirtiera en protagonista y testigo de acontecimientos que forman parte de nuestra historia.
Molteni mismo ofreció el siguiente testimonio: “No obstante las advertencias británicas, el día 26 de marzo, la Junta argentina, optó por la alternativa militar, cuando, en realidad, se debía haber elegido la vía diplomática. Fue un grave error intentar la recuperación de las Islas Malvinas, para después negociarlas”. Molteni recordó: “No existió un análisis adecuado de la situación internacional pues en el cuadro de la Guerra Fría, los Estados Unidos no podían aceptar que uno de los miembros militarmente más importantes de la OTAN y su aliado permanente, fuera obligado a un arreglo en una disputa de soberanía, impuesto por la fuerza de las armas. Tampoco se evaluó que se podría enfrentar un conflicto frente a un país poseedor de armas nucleares, que en la práctica, fueron llevadas al Atlántico Sur por la flota británica”.
Fue así como el día 2 de abril Molteni sería citado por el Secretario Permanente del Foreign Office: “Con gran hostilidad, se me notificó sobre un desenlace previsible -evocó él mismo años después-, demostrándome de que el orgullo imperial estaba profundamente herido y fui informado de que el Reino Unido rompía sus relaciones diplomáticas con Argentina, y que el personal diplomático a mi cargo debía abandonar Londres en tres días, a lo que respondí que nuestro país actuaría de igual manera. Cuando se me solicitó una explicación de lo ocurrido por nuestra acción en Malvinas contesté que Argentina había vuelto a lo que histórica y legalmente le pertenecía. Fue entonces que se me aseveró que esa situación sería discutida en las Naciones Unidas y en otros lugares”.
“Comprendí que muy pronto se desencadenaría un conflicto armado en el Atlántico Sur -recordó Molteni-, evaluación que transmití al entonces Canciller Nicanor Costa Méndez, cuando todavía el Gobierno argentino tenía la esperanza de que era posible una solución negociada. El día 2 de abril, al producirse el desembarco en las Islas Malvinas, el Canciller me informó personalmente acerca de los acontecimientos que se estaban produciendo. Un suceso singular que también ocurrió ese mismo día demostró que la intención original de la Junta no había sido permanecer en las islas, pues no se había tomado decisión alguna sobre el destino de los fondos argentinos en Londres, de modo que ordené que fueran transferidos a otros centros financieros. Fue así que, el día 2 de abril, un tercio de los 1500 millones de libras disponibles depositados en el Banco de Inglaterra, fueron retirados por el Banco de la Nación Argentina, nuestro agente financiero en Londres. Medida afortunada, ya que al día siguiente, el Parlamento dispuso el embargo de todos los fondos argentinos públicos y privados en el Reino Unido”.
Molteni relató: “Los tres días previos a nuestra partida de Londres, fueron extremadamente difíciles, pues hubo que adoptar decisiones referidas al estatus del personal que debía quedar allí como parte de una Sección en la Embajada de Brasil, arriar el pabellón argentino de los edificios pertinentes, destruir toda la documentación secreta, despedir e indemnizar al personal local, disponer la partida de los diplomáticos y sus familias y adoptar medidas prácticas de todo tipo con relación a los ciudadanos argentinos. En ese proceso, conté con la ayuda y colaboración incondicional de todos los miembros de la Embajada, que actuaron con la responsabilidad y valentía que caracteriza a los diplomáticos argentinos de carrera en circunstancias extremas, como las que les tocaba en suerte vivir.”
Tiempo más tarde, durante los años ochenta, sería trasladado a México. En el DF, Molteni se desempeñaría como número dos de la Embajada, por entonces ocupada por el dirigente radical Facundo Suárez. Años después, Molteni volvió a intervenir en otro momento singular de nuestra historia diplomática reciente. El que tuvo lugar cuando el gobierno de Raúl Alfonsín se vio obligado a realizar una serie de recortes presupuestarios que llegaron a incluir la venta de la sede de la Embajada argentina en Tokio (Japón). Precisamente donde Molteni estaba nuevamente a cargo de la representación, dado que el titular (Enrique Ros) había enfermado gravemente. “Un día tuve en mis manos un cheque por trescientos millones de dólares”, relató muchos años más tarde. Lo cierto es que Molteni ejecutó con su habitual eficacia las instrucciones recibidas.
Con la llegada del gobierno justicialista en 1989 regresó al país y acompañó como subsecretario a Juan Bautista “Tata” Yofre cuando éste fue designado secretario de Inteligencia del Estado (SIDE). A comienzos de los años noventa Molteni volvió a los EEUU. Un vez más secundaría a Ortiz de Rozas, designado embajador ante la Casa Blanca.
Ascendido al rango de embajador, Molteni presentó cartas credenciales ante el Rey de Suecia en 1994. Cuatro años más tarde, fue designado embajador en Turquía, donde comenzaría una intensa relación con un mundo que lo fascinaría y del que se transformaría en uno de sus mayores intérpretes: el siempre dinámico y complejo Oriente Medio. En 2002 sería designado en su último puesto diplomático: embajador ante el Estado de Israel. Un cargo del que me diría años más tarde: “Ser embajador en Israel es una de las experiencias más fascinantes a las que puede aspirar un diplomático y su ejercicio es el equivalente a un doctorado en Política Internacional intensivo”.
Una vez retirado, supo combinar lo útil con lo conveniente, amalgamando su pasión por la navegación a vela, sus nietos y su inagotable curiosidad intelectual. Siguió estudiando, convirtiéndose tal vez en el mayor experto diplomático argentino en asuntos de Medio Oriente. Un área de interés que lo llevó a ser designado director del Comité de Estudios sobre el particular en el Consejo Argentino para las Relaciones Internacionales (CARI).
Lo conocí por intermedio de un amigo en común -el diplomático Manuel Benítez de Castro- cuando regresó a Buenos Aires al alcanzar la edad de retiro. De inmediato y pese a la diferencia generacional, me honró con su amistad y siempre me profesó un gran aprecio personal. A la vez que me distinguió con un gran reconocimiento profesional por el que siempre le estaré agradecido.
Años más tarde, cuando me desempañaba como embajador en Israel durante el gobierno del presidente Mauricio Macri, tuve la enorme satisfacción de invitarlo a regresar a Tel Aviv para presentar su libro “La Argentina y Medio Oriente”, publicado poco tiempo antes.
La ocasión quiso que las fechas coincidieran con el aniversario de los setenta años de las relaciones diplomáticas entre Argentina e Israel y Molteni fue uno de los oradores en un seminario en el que participaron el Embajador Modi Ephraim (entonces director general para América Latina de la Cancillería israelí), Raanan Rein (historiador y vicepresidente de la Universidad de Tel Aviv), Mario Montoto (presidente de la Cámara Argentina-Israel), Polly Deutsch (presidente de la Asocicación de Amigos de TAU), Juan Domingo Manguel (hijo del primer embajador argentino en Israel nombrado por el general Perón) y numerosos académicos, dirigentes políticos, empresarios y diplomáticos representativos de todos los sectores de la sociedad israelí.
Fue allí, al comprobar el aprecio y el respeto que la comunidad argentina, los diplomáticos israelíes y el personal de la Embajada guardaban por él, donde terminé de conocer a ese gran argentino que fue Atilio Molteni. Un hombre que dedicó su vida al Servicio Exterior y quien me regaló su amistad y una infinidad de enseñanzas, consejos y lecciones de incalculable valor por los que estaré eternamente agradecido.
El autor es especialista en relaciones internacionales. Fue embajador en Israel y Costa Rica
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