El triunfo de los energúmenos sobre los reflexivos

Los extremos se incitan mutuamente, entonces Máximo enfrenta al Presidente y Macri en lugar de hacer una autocrítica de su gestión plantea agudizar la contradicción

Protestas contra la invasión a Ucriania en París

El dictador Vladimir Putin es una horrible mezcla de Hitler y Stalin y quienes intentan salir en su defensa por origen marxista o pertenencia al Partido Comunista no tienen límites morales. El cuento de que Estados Unidos es peor sirve para cobrar los sueldos de agentes soviéticos pero nunca para volver a ser dignos en nuestro escenario. Duele y mucho la forma en que estos restos marxistas sin ideología se infiltraron en el peronismo, esta es mi principal diferencia con el kirchnerismo. Si cuando el mundo amenazaba convertirse al marxismo tuvimos el acierto de expresar “ni yanquis ni marxistas”, ahora que las mafias se hicieron cargo del Estado ruso y asesinan inocentes no hay razón alguna para quedarse en el lado del mal. Pertenecemos a Occidente, creer que ellos son “de izquierdas” o “progresistas” sólo por ubicarse en contra de los Estados Unidos termina siendo infantil y errado, importa ser libre y para eso necesitamos ser nación. Asombran los personajes que lo justifican más allá de la razón, que se abrazan a lo injustificable.

Macri convirtió una deuda en pesos y bonos en una dependencia del Fondo Monetario a cambio de absolutamente nada. La deuda es una cosa, otra muy distinta es transformarla en moneda extranjera y fugarla del país, ese acto es tan imperdonable como que ahora estos defienden a Putin. Dos maneras de no ser patriotas, de no entender ni hacerse cargo de nuestra historia, de nuestra realidad. Como esta pobre ministra que imagina a la humanidad a la espera del feminismo autóctono, antes solo hubo decadencia y patriarcado. No hay nada nuevo bajo el sol, sabia frase, imbéciles los hubo siempre. Lo triste es cómo se configuran las sectas, las parcialidades que debilitan el ser colectivo. Todo implica una triste degradación, Putin o el Fondo Monetario, el Género o la Justicia, todo en pedazos y convencidos de que la parte tiene derecho a imponerse al todo. Grieta y decadencia son una pareja perfecta, nosotros la supimos instalar exitosamente.

Cuando fui nombrado Secretario de Cultura convoqué a Don Adolfo Bioy Casares como Director de la Biblioteca Nacional. Me invitó a su casa, sin aceptarlo agradeció con emoción mi gesto y su deferencia se mantuvo en las muchas veces que nos encontramos, la mayoría de ellas por casualidad, por cercanía con ese bar “La Biela” que nos convoca a tantos de diferentes pensamientos. Tiempo después, con mi amistad con Néstor y Cristina Kirchner organicé un almuerzo con Beatriz Sarlo y Tulio Halerin Donghi, del que participó el actual presidente. En ambos gestos intenté impulsar un encuentro superador de distancias ideológicas o de recuperación de esa unidad que el General Perón había construido meticulosamente en su retorno. Aquel momento político se instaló con esfuerzo, y fue destruido por dos demencias, el germen militar de la dictadura y la imbecilidad de la violencia guerrillera.

Es más fácil ser duro, sectario, fanático, transitando el espíritu de la guerra, diferente al de la política ya que el soldado debe obedecer, mientras que lo opuesto implica pensar, es un trabajo arduo, demasiado para algunos personajes más aficionados al deporte que a la lectura. La sociedad se vuelve cada vez más injusta, los ricos se distancian de los pobres, la clase media agoniza, y la grieta de ideas termina expresando la nueva y triste realidad presente. Triunfo de los energúmenos sobre los reflexivos, en todas las fuerzas, en todas las instituciones. “Unidos o dominados” pronóstico el General, nada más triste que esta miseria de nuestras divisiones. Impotentes de unirnos, albergamos una horrible izquierda que defiende a Putin y una agresiva derecha que odia a los pobres, al Santo Padre, al peronismo y a todo gesto que no implique la defensa de los intereses y los negociados. Agresivos y enojados, ambos contendientes extraviados de la historia nos ofrecen sus odios al por mayor asumiendo estar castrados para engendrar propuestas. Nuestra actual dirigencia se ubica sin duda entre las más retrógradas del continente.

Duele, asusta, la forma en que se agudizan las contradicciones entre los grupos políticos, la manera en que vamos tomando distancia entre nosotros es como si cada vez nos alejamos más de la posibilidad de compartir un modelo de sociedad. Los extremos se incitan mutuamente, entonces Máximo enfrenta al presidente, Macri en lugar de hacer una autocrítica del fracaso de su gestión plantea agudizar la contradicción. Nos invadió el trotskismo, en manos de gente que en su mayoría ni sabe quién era Trotsky. Son tiempos de ausencia de jóvenes con vocación de estadistas, demasiados cultivan la viveza, acomodan parientes y se ocupan de temas secundarios a los que disfrazan de importantes. Grupos de poder ocupan el lugar de los partidos políticos, son épocas de miseria en el pensamiento nacional. Macri impone el más duro anti peronismo en su partido y confunden peronismo con kirchnerismo, uno no sabe si lo hacen por error o perversión.

El acuerdo con el Fondo no salva a la sociedad, importa asumir que nos evita un riesgo mayor. El Presidente no intenta abarcar o contener al peronismo, ni siquiera a las versiones provinciales de la política. Todo se circunscribe a un grupo corporativo porteño que dirime sus prioridades, la mayoría de ellas incomprensibles para el resto de la ciudadanía. Los candidatos se ofrecen sin siquiera proponer un modelo o un proyecto de sociedad. Ganan los agresivos y dogmáticos, esos que simplifican todo echándole la culpa al que eligen como enemigo. Horrible presente sin siquiera una esperanza depositada en un mejor futuro. Tiempos difíciles, es demasiado claro lo que agoniza sin que surjan propuestas que nos devuelvan la esperanza. En alguna medida la atroz circunstancia de la guerra expone en primer plano la dependencia intelectual de algunos personajes que nada tienen que ver con nosotros. Hay diferencias que merecen respeto, otras que no son dignas del mismo. Quienes justifican a Vladimir Putin no merecen ser parte de nuestra democracia y mucho menos merecen hablar de “derechos humanos”. Todo tiene su límite, la guerra lo impone.

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