El “yo” ha ido mutando a lo largo de los años. Cada época, cada generación, construye un “yo” diferente y esa es un poco la gracia del cambio, de crecer y de evolucionar. Sin embargo, ahora nos encontramos ante un momento muy particular, tal vez único: el yo deformado.
Las redes sociales merodean desde hace ya un buen tiempo en nuestras vidas, pero creo que hace no tantos años se han vuelto directamente indispensables. Y, como toda red social que ha ido también cambiando sus funciones y objetivos, así nosotres hemos ido cambiando nuestras necesidades. Ahora, me y les pregunto:¿Qué vino primero? ¿La necesidad o la función? ¿Es que Instagram ha armado su portal en base a lo que nosotres queríamos o es que empezamos a consumir esas funciones porque nos las pusieron frente a los ojos?
Para quienes aún no lo hayan visto, hay un documental sumamente interesante en Netflix que se llama: The Social Dilema (El Dilema de las Redes Sociales). Es bastante fuerte, no les voy a mentir. Impacta, confunde y por sobre todo asusta. Pero creo que es importante saber lo que pasa por detrás de las redes sociales, para poder elegir, desde la consciencia, si queremos seguir empleándolas o no y sobre todo, qué uso queremos hacer de ellas y de cada una de sus herramientas, sabiendo lo qué implican y volviéndolas a nuestro favor.
Por ejemplo, Instagram, al principio era una red más orientada hacia la fotografía. Hasta les que no éramos fotógrafes intentábamos sacar buenas fotos para subirlas. Luego todo fue mutando más a un espacio de encuentro social: foto con amigues, ver en qué andaban les demás, quién estaba de novie con quién y esas cuestiones. Luego, se empezó a implementar el chat y audios y entonces pasó a ser como un Whats App 2.
Ya no recuerdo si el uso de los filtros en las historias fue en simultáneo o más tarde, pero sí que a partir de eso, las cosas comenzaron a deformarse fuerte. Primero eran unos filtros “inofensivos” que a lo sumo cambiaban el color de la foto o le agregaban mariposas o perritos, pero después, casi que de un momento a otro, los filtros comenzaron a ser específicamente para “embellecer” las caras. Y por embellecer me refiero a deformar: narices más finitas, ojos más grandes, piel más tostada y con pequitas, ojos celestes y tantas otras opciones.
Con esto no quiero sonar hipócrita, yo también me veo más bella con un filtro que sin, pero lo curioso es que no me sentía así hasta que aparecieron esos filtros. Quiero decir... comenzar a sacarnos fotos con una herramienta que nos cambia la cara, nos hizo gustar menos de nosotres, al punto de casi ni subir selfies sin esos filtros. Esto nos ha llevado a un nivel de exigencia que hizo que el “error” quedara completamente fuera del mapa. Ahora, el único error que se admite es el que está calculado: lo trash, lo roto, lo casual, la cara escrachada, pero con filtro. El ser vs el pretender ser.
¿Qué significa esta repentina sobrevaloración de lo perfecto? Creo que hace tiempo se viene gestando esta suerte de ambición por el combo perfecto, desde los desfiles de Victoria Secret hasta las miles de veces que convocan a artistas más por una cuestión física que por un saber técnico. Como si el goce y el éxito solo estuvieran permitidos para aquelles que la sociedad aprueba como hegemóniques. Esta especie de insatisfacción propia y ajena nos está llevando a una obsesión que está muy pronta a entrar al terreno peligroso, si es que aún no entró. ¿Por qué peligroso? La consecuencia de esta insatisfacción es la de creer que entonces el mayor objetivo es el superficial. Y por superficial no me refiero a que no tiene importancia, sino a lo físico, es decir a lo que está por fuera. Como si eso nos colocase de tal o cual modo en la sociedad, como si eso tuviera más peso que todo lo demás.
Por ejemplo, si publicás en tu historia una foto de un extracto de un libro son pocas las personas que van a responderla. Ahora bien… si subís una foto en culo la mayoría de tus seguidores van a reaccionar ante ella. Me refiero sobre todo a quienes trabajamos con nuestra imagen y cómo las repercusiones de la misma influyen tanto sobre nosotres al punto de dejar de ver a través del espejo y empezar a ver a través de los filtros de Instagram y sus valoraciones. Esta conducta de auto-percibirnos más desde el afuera que desde el adentro, más por lo que dicen otres de nosotres que de lo que nosotres sentimos, nos vuelve adictes. Nos vuelve hambrientes de más y más likes, de más y más comentarios, de más y más ajenidad.
Entonces… ¿Cuándo es que somos? ¿Y qué somos?
Nos encontramos ante un momento en el cual pareciera ser que la regla es la constante productividad. Un momento en el que descansar, no hacer nada y boludear fueran cosas “inmostrables”. ¡No sea cosa que no subamos nada a Instagram! La gente va a pensar que no hacemos nada, cuando, muchas veces es todo lo contrario. A veces me pasa que me apeno luego de un rodaje o de un encuentro con amigues por no haber sacado ninguna foto, digo “uh, qué pena”, como si el hecho de no tener una captura de ese momento lo hiciera desaparecer, desvanecerse entre mis pensamientos. Sentimos que al tener una foto, podemos comprobar que sí pasó, algo así como una prueba para el mundo ajeno de que hicimos lo que dijimos que íbamos a hacer. Mientras lo escribo me doy cuenta de lo perverso y enroscado que suena este proceso. De lo cuidadoses que tenemos que ser con nosotres mismes y con les demás para no confundir la virtualidad con la realidad, las redes sociales de los encuentros sociales, el ser del pretender ser.
Insisto… ¿Cuándo somos y cuándo pretendemos?
Porque no se trata de dejar de pretender, creo que vivimos en un mundo que pide pretender algunas veces… no siempre podemos mostrarnos tal cual somos, lamentablemente. Pero es importante ser conscientes de ese mecanismo para protegernos de confusiones.
Si tuviera que bautizar a esta nueva era online, la llamaría: “la era de las pretensiones”. Mi generación y aún más les que nos siguen, somos representantes de esta época y creo que depende de nosotres no dejar que las pretensiones (muchas heredadas), que son parte de los tiempos que corren, nos invadan al punto de dejar de ser nosotres, que nos deformen al punto de ser únicamente lo que mostramos afuera y no nosotres mismes.
Nuestros modos de ser cambian frente a una cámara y frente a otres, eso es una realidad. Pero, no es lo mismo ese cambio que une ejecuta al actuar en un rodaje que al actuar en la vida por el miedo a mostrarse como une es. Claro que es natural y hasta muchas veces sano no exponernos de entrada, como decía antes, no mostrar nuestro yo más profundo con el primer hola. Pero sí me sorprende como lo que para mí era solo propio de un trabajo, lo que yo trataba de que suceda solo en un set, de pronto se ha ido comiendo otros territorios.
Entonces... ¿Quiénes somos verdaderamente? ¿Los que somos en Instagram o lo que somos en soledad? ¿Cuánto porcentaje de lo que somos en soledad mostramos cuando estamos con gente? ¿Cómo y por qué alguien es lo que es en tal o cual lugar? ¿De qué depende? ¿Qué “yo” es el que realmente nos construye como sujetos dentro de una sociedad? ¿Qué “yo” es el que nos define como individuos singulares y colectivos?
Nuestras vivencias están modificadas y hasta amoldadas por la interacción con les otres y con el mundo, eso es innegable. No somos solo lo que somos, es imposible afirmar que nuestro ser está solo influido por nuestros momentos de soledad. Por eso, resulta fundamental saber que somos muches y en muches lugares diferentes. Eso no es ser bipolar, eso es adaptarse al mundo multitasking en el que vivimos, al mundo ultrapolarizado que transitamos. Y saber que constantemente estamos sufriendo cambios de posibilidades de interacción. Hoy en día la posibilidad de hablar con personas diferentes es infinita. Suceden miles y miles de chats a la vez, miles y miles de temas de conversación a la vez, miles de cosas suceden a la vez con un nivel de rapidez que puede resultar abrumador, angustiante y estresante.
La experiencia subjetiva se altera y con ella nuestras manifestaciones del “yo” que hoy en día vemos reflejadas en las infinitas selfies que pretenden ser iguales. Nosotres, Instagram, el sistema… ya no sé quién comenzó con esto verdaderamente, lo que sí se es que nos resulta más fácil y menos traumático ser ese “yo” socialmente aceptado, ese “yo” que es el otre, ese “yo” que ya sabemos que funciona que el que nosotres queremos. Ojo… capaz es el mismo y no tiene nada de malo, no sería sincero de mi parte decir que sí, pues como dije antes, soy tan parte como cualquier otre de esa deformación del yo. Lo cierto es que no encuentro una respuesta para este problema. Tampoco creo que la solución sea borrar las redes sociales porque a la vez ya son parte de nuestro “yo” y eso no tiene nada de malo, en tanto y cuanto, ellas no nos borren a nosotres.
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