Los recientes acontecimientos políticos y sociales tanto en el orden local como internacional nos muestran a los humanos sin distinción –ya sean argentinos, rusos, chinos, americanos, europeos o ucranianos-, como seres que por nuestra sola condición nos hemos movido a través de toda la historia entre la cooperación y el conflicto; el conflicto y la cooperación, sin olvidar que hay algo que nunca ha dejado de acompañarnos: la estupidez humana.
Tanto historiadores como antropólogos y los estudiosos de las sociedades han visto y analizado esta forma de comportarnos. En función de esas conductas se han producido los grandes cambios políticos, económicos y sociales a nivel global.
Lo cierto es que la cooperación consiste en un mecanismo de colaboración mediante el cual hombres y mujeres potenciamos o multiplicamos nuestras capacidades y rompemos barreras que individualmente sería imposible hacerlo. Ello nos ha llevado en multiples actividades o ítems a niveles de desarrollo impensado en un muy breve lapso de tiempo.
El conocimiento científico podría ser la evidencia por excelencia de esto. Los avances en ciencia y tecnología no hubieran sido posibles de no ser por la acción conjunta que permite que unos científicos en algún lugar del mundo puedan utilizar los conocimientos adquiridos por otros en otro sitio lejano y obtener resultados en cualquier campo de la ciencia y la tecnología. Un ejemplo reciente podría ser el descubrimiento de la vacuna contra el Covid-19 en apenas 8 o 9 meses después de que estalló la pandemia. En realidad, todos los cambios y avances desde que el hombre habita este planeta en comunidad dan cuenta de ello. Lo llamativo de esto es que pareciendo una obviedad, hoy tenemos que explicar hasta lo obvio.
La comunicación, la estrella de los últimos 30 años, la solidaridad como valor –lo vimos en el caso de Corrientes que es importante pero no reemplaza al Estado-, o hasta el lenguaje que es algo que tiene miles de años, son producto de la cooperación. También el capitalismo en su origen, pensado en términos de comercio, como forma de relacionarse y beneficiarse mutuamente entre individuos y pueblos.
Desde el punto de vista político, por ejemplo, el Estado es la creación humana por excelencia de la cooperación y el acuerdo, y con más razón en su versión como Estado de Derecho. Ese por el cual todos nos sometemos a la ley. Al mismo tiempo, es el que nos acompaña en el acceso a bienes, servicios, bienestar y, con un buen gobierno, a oportunidades y desarrollo Y todo ello, a pesar de los ataques continuos de la derecha radical que recuerdan a los años ochenta y noventa con las diatribas de Thatcher negando a la sociedad como tal (“no existe la sociedad, solo los individuos”) o Reagan negando el Estado (“el problema no es más o menos gobierno, el problema es el gobierno”), pero hoy con un lenguaje mucho más violento y con representantes que son caricaturas de sí mismos.
La integración ya sea a nivel intrasociedad, o como ocurre entre Estados, como miembros de una comunidad internacional son otras consecuencias relevantes de la cooperación y Argentina -lo expresa siempre el Presidente-, apuesta a eso en forma permanente.
Sin embargo, frente a la cooperación se encuentra su némesis: el conflicto. Este también atravesó la historia, y hoy en una era de incertidumbre global y de problemas locales, se ha constituido en una herramienta para obtener egoístas beneficios en el corto plazo y por lo tanto encuentra adeptos en sociedades desencantadas, que hoy después de la pandemia, son casi todas.
La guerra, los fundamentalismos, los racismos, la discriminación, la xenofobia, el fomento de “la grieta” por parte de algunos medios de “manipulación”, así como el individualismo y los discursos de odio alimentan el conflicto. En todo subyace la idea de negación o rechazo “al otro”.
Lo cierto es que históricamente la vida en sociedad o en comunidad, ya sea en el orden nacional e internacional ha intentado siempre canalizar por vías institucionales el impacto negativo de ese conflicto que se sabe parte de la esencia humana.
El problema grave emerge cuando la estupidez y el conflicto funcionan en tándem y vemos personas devenidas en personajes que a tráves del negacionismo, la violencia verbal, la manipulación o la ignorancia intentan llevar a las sociedades a lugares peligrosos. Nosotros los tenemos en Argentina los vemos todos los días buscando, como piromaníacos, apagar incendios con nafta.
Lo mismo y a otra escala ocurre por ejemplo con la guerra. Fenómeno de otros tiempos cuesta dar crédito a lo que estamos viendo. Hoy esos métodos de conflicto sólo pueden generar victorias pírricas o espejismos de triunfos que a la larga suelen traer consecuencias dañosas. La paz debe ser el fin y el camino la cooperación.
Uno de los grandes logros de la humanidad en la posguerra ha sido el llamado “consenso del bienestar”. La idea del conflicto entre capital y trabajo planteado por Marx fue transformada en cooperación. Ese capitalismo “cooperativo” que generó avances sin precedentes en materia de desarrollo y derechos fue expresado aquí por aquel primer peronismo.
En este difícil contexto que nos toca vivir a los argentinos luego de la pandemia de Macri entre 2016-2019 y la pandemia del Covid-19, el presidente Alberto Fernández y el gobierno del Frente de Todos apostamos a la reconstrucción argentina desde esta idea de cooperación, tal como lo hizo aquel Perón o Néstor Kirchner luego de 2001, defendiendo los intereses de los argentinos, marcando un rumbo, un sendero que es largo y complicado pero que está definido. Sus adversarios están representados por el conflicto permanente de quienes buscan sacar réditos políticos personales y por la estupidez, que es tan vieja como la humanidad, pero que va renovando sus exponentes.
Una frase tan simple y vieja como “tirar todos para el mismo lado” es la apuesta a la cooperación de un gobierno que va por una Argentina del trabajo, el desarrollo y la justicia social.
Como dijo Alberto Fernández en su discurso ante la Asamblea Legislativa: “Ahora el destino nos enfrenta a un futuro que debemos construir como sociedad. De nosotros depende cómo edificar ese mañana más próspero. En vísperas de cumplir los 40 años de democracia debemos sacar la utopía del pasado y volver a ponerla en el futuro”.
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