La violación colectiva en Palermo es un síntoma de la impunidad judicial en las denuncias de abusos sexuales

Las denunciantes de abuso sexual son juzgadas por pedir justicia. No se puede denunciar en este lugar, no se puede juzgar ahora, no se puede escuchar el juicio, no puede tener una abogada, no se puede señalar a un profesor. La violación a una joven en Palermo debe ser un punto de inflexión

Ignacio Retondo, Fabián Domínguez, Steven Cuzzoni, Lautaro Ciongo Pasotti, Angel Ramos y Franco Lykan, los sospechosos detenidos

No es por placer. No es por deseo. No es por sexo. No es por estar de fiesta. No es por la droga. No es por el alcohol. No es por estar entre amigos. No es por diversión. No es por pasarla bien. Es por la dominación sobre un cuerpo con dolor, al que no se respeta, no se quiere, no se disfruta ni se hace disfrutar. Es por lastimar.

No es por ignorancia, no es porque no sepan que no es no y que no hay consentimiento si no se puede ni irse, ni frenar. No es por casualidad. Es porque se lo permiten. Y es porque se muestran signos de permiso para abusar y de castigo a las abusadas.

La violación colectiva en Palermo es brutal, espantosa, dolorosa. Hay situaciones que exceden el dolor y pasan al asco. Hay dolores que son inimaginables y que se escriben con la panza revuelta y una puntada en cada paso al que no llegamos o al que no llegan las que queremos o esperamos.

La violación es intolerable, pero se tolera. No pasa de casualidad y, mucho menos, cuando dijimos “Ni Una menos”. No es que ya no pasa nada, sino que dijimos que a nosotras (#MeToo) también nos pasaba. No es que no se puede creer, sino que dijimos #YoTeCreoHermana. No es que dejamos que suceda, sino que dijimos que el Estado es opresor y señalamos que no es por la ropa, ni si estaba bebida, ni por lo que hizo o dejo de hacer, sino por lo que le hicieron.

Las violaciones colectivas no son nuevas, pero sí son una respuesta a las mujeres que son capaces de desear. El deseo masculino legítimo desea una mujer que desee y que pueda dar y recibir placer. El deseo masculino de dominación no soporta a las mujeres que desean y, a pesar que hoy el placer sexual, es más accesible que en ningún otro momento histórico, dan nauseas con tal de ganar una pulseada en donde el otro cuerpo no importa o importa solo para dominarlo.

Se conocieron las imágenes que muestran a la víctima minutos antes del ataque sexual

Hoy que las mujeres quieren, como nunca en la historia, tener sexo, muchos varones no quieren o quieren lo que ellas no quieren. En la escucha de los relatos de violencia sexual o en la lectura de las denuncias de abuso está claro que dos formas de sexo se volvieron una lava contra el terremoto del cambio en la posición sexual: el sexo anal y el sexo colectivo.

Por supuesto que –muchas mujeres- y en muchas circunstancias pueden elegir tener sexo anal o participar de sexo grupal. Pero ese no es el punto, sino que si las mujeres quieren tener sexo y no quieren tener sexo anal o con muchos hay un oscuro lugar en donde la revancha hace carne en lo que no quieren para verlas padecer y no disfrutar.

Pero eso que parece estar en el infierno de las pesadillas en realidad está convalidado socialmente y, últimamente, judicialmente. Esta violación que nos quita el sueño, nos arquea el alma, nos derrama lágrimas y nos preocupa por cada paso que dan las jóvenes que tienen derecho a divertirse pero que no podemos arrojar al azar de la crueldad no llega a conmocionar a la sociedad de casualidad.

Por suerte, hubo vecinos que no miraron para el otro lado y se metieron. Y esa reacción social tampoco sale de la nada, sino de una sociedad a la que le dijimos que sí se metan, que no es un asunto privado, que no se puede dejar sola a las víctimas de violencia machista y que hay una responsabilidad compartida.

Gracias a los que se metieron y salvaron a una piba. Imperdonable la actitud de quienes sembraron, en estos últimos meses, un clima de impunidad que derivó en la venganza consumada contra el cuerpo de una joven.

En cada juzgado que postergó con tecnicismos juicios y castigos hay una cuota de responsabilidad en las acciones que no encuentran freno y que vuelven a tener zona liberada.

A partir del 2015 con “Ni Una Menos” las mujeres dijimos basta y se relataron los abusos que siempre habían permanecido callados. A partir del 2017 el fenómeno de la liberación de la palabra se convirtió en un comportamiento masivo. No es no. Y parecía que ya nada podía detenernos al grito de “no nos callamos más”.

Pero sí nos quieren callar. Y la violación no es un hecho excepcional, sino una muestra que si silencian a las víctimas y dan mensajes de impunidad a los violadores la sociedad muestra que la violación está legitimada y la que va a padecer si denuncia es la violada y no el agresor.

El retroceso es claro y tiene muchos hechos concretos que llevan a este clima de impunidad que, ojalá, encuentre un punto de inflexión y pueda detenerse. No son excepciones, no son errores, no son bestias, no son animales, no son manada.

No son condenados como parece cuando la sociedad hace un gesto de indignación que después esconde. La sociedad sobreactúa espanto y, después, a la hora de la verdad, justifica y encubre los abusos e invalida a las denunciantes y legitima a los denunciantes.

En los últimos meses las denuncias de abusos sexuales entraron en un callejón sin salida y se desalentó que se pueda contar los padecimientos en redes, medios de comunicación o la justicia. Y los agresores ganaron por prescripciones, jurisdicciones, dilaciones o intimidaciones.

Nadie dice que la justicia no tenga reglas y los acusados posibilidad de defenderse. Pero si hay un compromiso real para terminar con las violaciones la impunidad debe terminar. Y, si no, las consecuencias las padecen las chicas en la calle y las madres y padres que tiemblan ante cada salida.

¿Cuáles son las señales de impunidad social? El 8 de febrero la justicia de Brasil detuvo el juicio de Thelma Fardin por estupro agravado porque aceptó un pedido de anulación de Juan Darthés. No decía que no era cierta la acusación, sino que lo debía juzgar un tribunal en San Pablo y no la justicia federal.

¿Alguien que se va de su país de residencia (Argentina) y no acepta ir a la justicia de Nicaragua (donde sucedieron los hechos) y en el que hay un pedido de captura por violación agravada puede seguir jugando al ta-te-ti para elegir donde ser juzgado sin que la justicia entienda que no son las víctimas las que tienen que volver a empezar una y otra vez sino los imputados los que tienen que responder?

“Brasil está dándole un ejemplo a la región -a través de mi figura, en un caso emblemático-, que el camino de la justicia que nos obligan a hacer es para revictimizarse y que pueden hacer con nosotras lo que quieran porque el poder permite la impunidad”, le dijo Thelma Fardin a Infobae y recalcó: “”Me quieren cansar y quebrar para que no haya justicia”.

Si la justicia cansa no es justicia. Si se la pasa peor denunciando que no denunciando la justicia está desalentando. Si las formas son más trascendentes que el fondo se tergiversa el objetivo central de la posibilidad de denunciar. Si denunciar es tan duro que no tiene sentido el sentido social convalida la violencia sexual.

En 2012 una joven que tenía, en ese momento, 16 años, denunció una violación colectiva frente a Playa Unión. El juicio estuvo a punto de postergarse y, finalmente, comenzó pero no es público por pedido de uno de los imputados.

El momento en que vecinos frenan a los sospechosos

Luciano Mallemacci, Ezequiel Quintana y Leandro del Villar llegaron a juicio en libertad. Las audiencias del juicio oral no son públicas. El abogado Francisco Oneto, defensor de Mallemaci, requirió formalmente a la Oficina Judicial de Rawson que el juicio sea secreto, detalló la periodista Mariana Carbajal en la nota “Chubut: empezó el juicio por la violación en patota cometida en una fiesta de Playa unión”, del 25 de febrero, en Página/12.

Ella se animó a denunciar y no por casualidad. La impunidad es un dominó que hace caer las fichas o levantarlas. La joven contó que tomo coraje, en 2019, después de ver a Thelma Fardin, en la conferencia de prensa con el hashtag #MiraComoNosPonemos, para contar su experiencia con un actor tomado como un galán que hacía de padre protector en la pantalla de televisión.

¿Ahora a quién se protege? ¿Qué mensaje se da? ¿A quién se desalienta cuando la justicia no quiere juzgar? ¿A quién se silencia cuando no importa si las víctimas hablan y se vuelve a foja cero? ¿Qué escuchan las que fueron violadas cuando no son escuchadas? ¿Qué vía libre reciben los que son liberados o siguen libres porque la violación es un delito que castiga más a quien la denuncia que a los denunciados?

En septiembre del año pasado una denuncia de violación colectiva quedo trunca. Un jurado popular declaró que no eran culpables Lucas Pitman (24), Tomás Jaime (26) y Juan Cruz Villalba (25) que habían llegado a juicio imputados por violar a una adolescente en el camping El Durazno de Miramar el 1 de enero del 2019.

Los jueces Ricardo Borinsky y Víctor Horacio Violini resolvieron que el juicio se vuelva a realizar por varias irregularidades, entre ellas, la falta de una defensora de menores, durante el testimonio de la víctima, a raíz de una presentación de los abogados Juan Pablo Gallego y Maximiliano Orsini.

Después del auge de los escraches las denuncias no se encarrilaron hacia mejores formas de interpelar, cuestionar, graduar las situaciones más graves con más severidad y las acciones más leves con medidas más flexibles. No. Ahora se busca cancelar las denuncias hiper victimizando a los varones señalados y generando sanciones para las que hablan.

Un ejemplo del anti #MeToo y del efecto “ahora sí las callamos para que no hablen más” es la decisión de una universidad peruana que amenaza con castigar a las alumnas que abran la boca y no a los profesores que pudieron incurrir en acoso o abuso.

“Seis representantes estudiantiles de la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP) podrían perder hasta un ciclo académico por difundir denuncias de hostigamiento sexual contra profesores”, informa el sitio Wayka, en una nota del 23 de febrero de Claudia Risco, en donde se advierte “Las quieren silenciar”.

Una estudiante de 19 años podría perder todo un ciclo académico al ser acusada de “difamación” por un profesor al que ella señaló por conductas incorrectas. Las denuncias eran por abuso sexual, acoso, actitudes sexistas severas, explotación sexual, etc. Pero no se trata de puntadas deshilachadas, sino de un hilo que conduce a un revés para las jóvenes y un ataque de los denunciados por agresión sexual.

No son errores, no son excesos. Son violaciones que son permitidas socialmente, son horrores que frenamos con mucho esfuerzo y que hoy se quieren frenar para que no se sigan denunciando. Pero esa doble impunidad debe terminar par que se terminen las violaciones.

La escritora Kathy Serrano (peruana nacida en Venezuela), escribió en el libro “Húmedos, sucios y violentos”, editado por Estruendomundo: “En este momento, en cualquier parte del mundo, una mujer, niña, adolescente, adulta, camina hacia la escuela, el trabajo, la casa, el parque y se encuentra con un hombre conocido, desconocido, padre, hermano, amigo que deseará, imaginará, violentará su cuerpo, espíritu, mente, sin que nadie pueda, quiera, busque evitarlo. Inevitable”.

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