Alberto en su país de las maravillas

Inflación, inseguridad y corrupción son los temas que aparecen en el tope de las encuestas sobre lo que les preocupa a los argentinos. Pero a los argentinos y al Presidente les preocupan cosas distintas

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Alberto Fernández (Juan Ignacio Roncoroni/Pool via REUTERS)
Alberto Fernández (Juan Ignacio Roncoroni/Pool via REUTERS)

Apenas había comenzado el mensaje de apertura de sesiones y una oyente me escribió: “Me quiero ir a vivir al país que describe el Presidente”. La autocelebración sería un problema menor si en el medio no desconociera tanto sufrimiento.

En su discurso, el Presidente sobrevoló los temas graves como sobrevoló Corrientes donde ni siquiera aterrizó en medio de la catástrofe de los incendios. Entre tanto farrago de palabras, ni mencionó a la provincia, ni a sus ciudadanos, ni a los bomberos, ni a los argentinos solidarios. La frivolidad no perdonó ni el minuto de silencio por la guerra, durante el cual, el mandatario tiraba besos y la vicepresidenta sonreía vaya a saber por qué. Se llama frívolo al que no concede a las cosas la importancia, la seriedad, o el sentimiento requerido. “El mundo está conmovido”, comenzó diciendo Alberto Fernández, que luego le pidió al mundo y no a Putin, comprender que “debemos darle una oportunidad a la paz”.

Por caso, la inflación es global, heredada o desatada por otros. No tiene nada que ver con haber emitido dinero sin control porque es multicausal y según el Presidente los factores que la causan podrán ser atacados coordinadamente. Uno se pregunta por qué no lo hicieron hasta ahora si suena tan fácil. Al menos a la palabra “inflación” la mencionó trece veces. “Inseguridad” sólo dijo dos. Y por suerte nos informó que luchan implacablemente contra el narcotráfico porque de otra manera no nos enterábamos. La palabra “corrupción”, en cambio, no se encuentra en su discurso.

Inflación, inseguridad y corrupción son los temas que aparecen en el tope de las encuestas sobre lo que les preocupa a los argentinos. Pero a los argentinos y al Presidente les preocupan cosas distintas.

El mandatario fue aplaudido en cambio por anunciar que no cambiará nada, ni del sistema previsional ni de la legislación laboral. El ajuste a las jubilaciones, la creciente población que trabaja en negro o que el estado haya sido en este tiempo el principal empleador no le indica que algo habría que hacer para no seguir igual. Todo está de maravillas.

En un discurso de relleno donde buscó tapar con fastuosa enumeración la insustancialidad, el Presidente dio cuenta de decenas de planes de asistencia del Estado que revelan cabalmente todo lo que la gente ya no puede hacer por sí misma como consecuencia del empobrecimiento. Y prometió profundizarlos.

“Quieren hacernos creer que si alguien consigue trabajo o un aumento en su salario es solo fruto de su logro individual”, dice el Presidente, confirmando cuánto deplora la autonomía de las personas en su visión de la cosa pública. “Quieren hacernos creer que el Estado no sirve ni impulsa el desarrollo personal y social y por eso buscan debilitarlo”, afirma Fernández, cuando lo único que crece en Argentina es el Estado y por su tamaño deberíamos ser al menos tan aburridos como Suiza y no cada vez más pobres. Estado rico, ciudadanos pobres. Será por todo esto que no mencionó la palabra impuestos en toda su alocución, por lo tanto tampoco anunció que bajarán en su carga desmedida, y sí festejó el crecimiento de la recaudación por encima de los precios.

Es curioso, en la lista de todas las cosas que andarán de maravillas de ahora en más, está el acuerdo con el Fondo que no implicará ajustes ni tarifazos. Pero que a pesar de ser el mejor acuerdo que se podía lograr, no concitó la valoración del hijo de la vicepresidenta, que pegó el faltazo, ni logró franquear la interna para que el mandatario pudiera presentar tan feliz entendimiento, en tiempo y forma en el Congreso, en vez de tener que apelar a tanto cotillón de cumpleaños.

Por suerte el Presidente contó con el talento de la oposición para mostrar su propia división. Sino se hubiera escuchado el poroteo tras las cortinas para ver si consiguen los votos de un proyecto que sube al doble de lo que quería el kirchnerismo las tarifas de servicios públicos.

Saber que necesita del apoyo de todos los signos políticos no podía ser más importante que el relato sobre la deuda donde parece no contar que a esta altura, el actual gobierno ya supera el endeudamiento de Macri ni que gran parte de lo recibido por el Fondo fue para pagar deuda vieja. En sus diatribas a los opositores el Presidente también les endilgó la responsabilidad por el fracaso en la aprobación del presupuesto. Lo hizo con tanto énfasis que la pasión le hizo olvidar que aquélla sesión fracasó por el boicot de Máximo Kirchner y que había un importante número de diputados de Juntos por el Cambio dispuestos a votarlo, a pesar del desacuerdo en su propio espacio.

Pero debe ser que todo es como él dice y haber llegado al borde de un default o a casi la mitad de pobres es sólo un detalle, porque la vicepresidenta se la pasó sonriendo y China nos va a prestar unos yuanes que al menos harán bulto en la miseria.

Cristina Kirchner fue quien le ordenó pedir el minuto de silencio por la guerra al principio del discurso y a instancias de reclamos del diputado Mario Negri. Cristina no podía ignorar que el micrófono haría escuchar la orden ni que las cámaras la tomarían a ella y a él que puso una cara de susto terrible al sentir que se le venía encima.


El Presidente le contestó al Senador Alfredo Cornejo que él no miente. Qué bueno saberlo. Ojalá, la realidad se impregne pronto con sus verdades para habitar ese mundo feliz, como decía la oyente. Por ahí, hasta Máximo Kirchner quiera habitarlo.

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