“Y cuando el río arrastre atravesando Ucrania/hasta la mar azul/tanta sangre adversaria,/entonces dejaré los campos y los montes/y volaré hacia Dios/a alzarle mi plegaria” (Taras Shevchenko, Testamento, 1845)
La idea de suelos fértiles y cosechas abundantes está prácticamente implícita en Ucrania, seguramente a la par de aquella idea de sirviente de la poderosa madre Rusia. La historia de Ucrania es inescindible a la del trabajo rural de su gente. Los campesinos ucranianos están en el alma de dicha nación.
El siervo y gran poeta ucraniano Taras Shevchenko (1814-1861), apodado el Kobzar de su patria, tuvo que comprar su libertad y murió en el mismo año que el zar Alejandro II de Rusia abolía la servidumbre en su imperio, que incluía tierras de Ucrania. Se trataba de un sistema por el cual una minoría de terratenientes rusos podía someter a los campesinos a una vida de trabajos forzosos. Se calcula que el siervo estaba apenas un poco mejor que un esclavo y claramente por debajo de un ciudadano de la concepción de Rousseau.
No obstante la liberación de los siervos en Ucrania, sus condiciones no mejoraron durante la gran Rusia imperial de fin del siglo XIX. Fue únicamente con el acceso a la propiedad rural (reforma agraria de 1905) cuando los campesinos ucranianos comenzaron a tener una situación más favorable. Pero la llegada de los bolcheviques revirtió ese inicio de prosperidad. Aun así, en Ucrania, la tierra negra y su fama de ser la más fértil del continente permitía proyectar abastecimiento de comida para millones de rusos y europeos, con o sin servilismo. Eso, hasta la llegada de Stalin y su primer plan quinquenal (1928-1933).
El Holodomor (dar muerte por hambruna) sucedió de 1932 a 1933 en Ucrania, en aquel momento provincia rusa, cuya gente había confrontado las políticas comunistas de trabajo agrario colectivo y la abolición de la propiedad privada. Se calcula que 3,9 millones de ucranianos murieron de hambre porque Stalin y su gobierno decidieron que esa región necesitaba aleccionarse. Algunas malas condiciones climáticas puntuales y sobre todo las técnicas de cultivo del suelo, que buscaban lograr cuotas de cosechas imposibles, tornaron esa región fértil en campos desbastados. Confiscación de cultivos, razias para castigar a ladrones de comida, controles fronterizos para impedir que la gente salga a buscar comida a otra región, derivaron en un genocidio hoy reconocido por al menos 16 países además del Vaticano.
Por primera vez en la historia de la humanidad, una hambruna era causada por el accionar del hombre y no de la naturaleza.
Noventa años después del Holodomor y habiendo adquirido la independencia en 1991, las tierras fértiles ucranianas siguen siendo consideradas esenciales para la agricultura europea. Entre Rusia y Ucrania realizan más de un cuarto de la producción mundial de trigo.
Ucrania es, por ejemplo, el primer productor de aceite de girasol, seguido por Rusia y Argentina. En España hay una dependencia importante de dicho producto que es importado de Ucrania en un 30%, junto con el 30% de maíz y el 17% de las de trigo. Algunos organismos ya han dado la alerta en la Península Ibérica sobre el próximo encarecimiento de abonos, fertilizantes y piensos como consecuencia de la crisis bélica en Ucrania.
Peor es el tema para Turquía y Egipto, que dependen de las importaciones de trigo de Ucrania en casi un 70%. Sin hablar que los ucranianos están entre los primeros proveedores de maíz a China.
Existe un claro interés europeo en que Ucrania se mantenga como una república independiente de Rusia y la producción agrícola es de peso en este sentido. Pasada la Revolución Naranja (2004), en la que los ucranianos lograron revertir una elección presidencial fraudulenta, los líderes europeos comprendieron que en dicha zona se jugaba el mapa de abastecimiento agrícola y energético valioso para el continente. Estimaron que los buenos negocios traerían paz y serían una buena base para que la política ucraniana pueda confrontar males como el terrorismo, el tráfico de personas, la corrupción.
Pero el acercamiento europeo no fue visto con buenos ojos por el Kremlin y las presiones a Ucrania lograron que se suspendiera esa política proeuropea. Otra revolución en las calles, llamada Euromaidan o Revolución de la Dignidad (fin 2013), derrocó al entonces presidente ucraniano pro Rusia Víktor Yanukóvich, con diversas consecuencias para la región, entre ellas, la pérdida de Ucrania de la península de Crimea a manos rusas.
En ese mismo año 2014, se firma el tratado europeo llamado Acuerdo de Asociación y Acuerdo de Libre Comercio Profundo y Amplio, o AA/DCFTA por sus siglas en inglés, en el que la Unión Europea, cada unos de sus entonces países miembros, Euratom y Ucrania pactan la cooperación en 28 sectores claves de la industria, las finanzas, la minería, la exploración espacial, la protección del consumidor y otros. Se trata de una distribución de alianzas regionales no solo comerciales, sino políticas en tanto el tratado contiene un público rechazo a la anexión de Crimea y Sevastopol a Rusia.
Tal tratado crea por 10 años una zona de libre comercio profunda y amplia en los términos del artículo XXIV del Acuerdo General sobre Comercio y Aranceles de la OMC (GATT 1994). Las demandas de diversos factores de poder occidentales para la modernización económica de Ucrania con vistas de una futura adhesión a la Unión Europea se concretizan con dicho acuerdo que entró en pleno vigor tres años después.
Desde entonces, millones de euros provenientes de la Unión Europea y sus socios son invertidos en la economía ucraniana con vistas a frenar el avance ruso en Ucrania y a preservar la independencia de un pueblo con fuertes lazos tributarios de la era comunista y grandes aspiraciones al desarrollo económico del mundo occidental.
Las consecuencias de la guerra actual marcarán el fin de dicha dicotomía. Una Ucrania libre e independiente, es una nación lanzada al modernismo.
No se trata aquí de un reflejo de una antigua rivalidad de Estados Unidos contra URSS de la era de la Guerra Fría, sino de un auténtico conflicto económico regional en el que la subsistencia de europeos está en juego. Ahora, una organización político económica, como lo es la Unión Europea, debe transformarse en guerrera para preservar su zona de libre comercio y su principal granero.
La pérdida de vidas en Ucrania, es una tragedia para el continente europeo, donde ya se sabe que únicamente la paz trae prosperidad. Si la OTAN no pudiera evitar la invasión rusa, entonces los demás ciudadanos europeos tendrán que sincerarse sobre la importancia y el impacto que la crisis en el granero europeo traerá a sus vidas.
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