No comparto la utilización forzada e impostada del genérico en el castellano, pero la continuidad secular de los gobiernos no republicanos, su presunta ventaja comparativa contra las naciones que consideramos un eje básico de la institucionalidad democrática a la alternancia en el poder, y la proliferación de convenios internacionales que moldean la política global agilizada por su nominación a través de las siglas que las identifican, me permiten ofrecer este neologismo para titular este análisis del conflicto bélico desatado por la invasión rusa a Ucrania. Las siglas que influyen en estos siglos en los que vivimos.
Varios analistas han planteado en estos tiempos la dificultad de consolidación de las políticas públicas que sufren las democracias a la hora de compararse con las autocracias que “disfrutan” de estrategias de largo aliento.
Sostener esta tensión solo mirándonos al ombligo huele -a la larga- a una crítica al sistema democrático, aún cuando sea formulada involuntariamente y desde las buenas intenciones se proponga buscar alguna salida institucional que robustezca el sistema republicano. No lo necesitó USA o a la UE de Schuman, ni le sirvió de mucho a Chávez. Tampoco se mantendrá en la efímera e incomprensible reacción de Bolsonaro contra la estrategia de Itamaraty, que barajará de vuelta con la invitación a la OCDE.
Ríos de tinta deliberan sobre las diferencias nominales entre la aritmética del calendario y la atribución cultural denominativa que enarbolan los siglos desde la perspectiva de la historia. Los tranvías a caballo de las viñetas de Borges o la Gran Guerra como partidas de nacimiento para registrar el cambio de época del XIX al XX, o la era digital y los hitos del 2007, o el COVID-19, parecen entrar en crepúsculo ante la nueva anunciación con el sitio a Kiev.
A la ansiedad de Putin y su búsqueda del compromiso eterno de Ucrania contra la OTAN, y a la reacción automática de Zelensky pidiendo acceso a la UE -ambas postales de los años perros de la tecnología- habría que responderles con la implacable finitud de la existencia humana o con la lógica imbatible de la Iglesia y sus decisiones seculares, pacientes e inmodificables. Nostálgico del Pacto de Varsovia, el premier ruso sufre por generar el mayor campo de refugiados del siglo en la nación cuya capital bautiza el documento fundacional de su filosofía geopolítica y militar.
Volviendo a casa, el camino del rechazo a la invasión no puede dejar dudas. Como tampoco debería dejar dudas que esta es una oportunidad inmejorable para avanzar, codo a codo, en el proceso de adhesión a la OCDE. Ahí se debate el futuro, ahí Brasil no va a tener ninguna duda y va a seguir nuestros pasos o marcarnos el camino, mientras Moscú quedó excluido.
La catarata informativa sobre la guerra es obvia. Pero las declaraciones y declamaciones de gobiernos breves deben ir acompañadas de políticas públicas, con amplitud de horizontes y proyección de largo plazo. Esas decisiones se toman en el marco constitucional de institucionalidad que nuestro sistema le atribuye al Congreso y a la Integración regional. La fase embrionaria de nuestro esquema subcontinental es el MERCOSUR , y en él convivimos con una nación socia íntima y dilecta que muestra una lucha directa en el TOP TEN del PBI las naciones. Rusia y Brasil se alternan entre el décimo y undécimo lugar las estadísticas del ingreso per cápita y el ingreso nacional en los últimos años. No por cercanía, hermandad y republicanismo hay que subestimarlo. Como cualquier gobierno democrático, Brasil es parte de nuestra historia y de nuestro destino.
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