A los ocho años supe que quería ser periodista. Sucedió cuando en el colegio leímos “Relato de un Náufrago” de Gabriel García Márquez. Había algo sobre la escritura, los tiempos, ponerse en la piel de la otra persona, estar en el lugar adecuado en el momento adecuado que me llamó la atención. Lo supe. También supe que no quería ser cualquier tipo de periodista, quería ser corresponsal de guerra. Tenía ese sueño loco que era muy difícil de explicar a mis ya doce años; tenía un sueño que esperaba, deseaba, rogaba, que jamás se cumpliera. Cumplir mi sueño era el acto más egoísta que podía sucederme, de cumplir mi sueño dependían la vida de millones de personas.
Tenía 11 años cuando Estados Unidos invadió Irak; ese es mi primer recuerdo de un conflicto armado. Puedo memorizar el momento en que izamos la bandera en el colegio a media asta para conmemorar a los caídos en combate, aún recuerdo las palabras de mi maestra Andrea explicándonos qué estaba sucediendo en el mundo con muchas dudas y pocas certezas. No era la época de las redes, en ese entonces los Millennials aún no éramos digitales, ni teníamos internet en casa.
Tenemos conciencia de la implicancia de una guerra, tenemos memoria construida. Somos los hijos e hijas de la generación que puso su alma y cuerpo en Malvinas, somos quienes tratamos de mantener con vida la historia de la segunda guerra mundial de nuestros abuelos y abuelas. Somos los que marchamos pidiendo verdad, memoria y justicia cada año. Somos la generación que vamos a gobernar y liderar el mundo que nos dejan; y no estamos tan lejanos a hacerlo; Gabriel Boric en Chile es la representación actual de que el momento está llegando.
Nos creen la generación de los memes, de restarle importancia a las situaciones, de los videítos y challanges de tik tok, de que somos la generación del “no me importa nada”. Sin embargo, la realidad es que somos la generación que lucha por la paz, que levanta las banderas medioambientes, somos la generación solidaria, somos la generación que toma conciencia del daño de las generaciones anteriores, generaciones con las que aún convivimos. Somos una generación que estamos lejos de ser tibios; y es allí donde reside nuestra principal indignación sobre este conflicto mundial.
La tibieza. La tibieza te lleva a decisiones mediocres, a acciones sin sentido, al corto plazo, a alejarse de las soluciones reales. La tibieza es lo que llevó hoy a uno de los principales líderes del mundo a llevar adelante sus ideologías calzadas de plomo.
Tantos modelos de ONU en la escuela secundaria, tanto se aprende de derecho internacional en la universidad, tanto nos hablan de los Objetivos del Desarrollo Sostenible, tanta importancia se le dan a los discursos que suceden 46th St & 1st Ave de Nueva York, pero aquí estamos, 77 años después de la creación de la ONU en 1945 frente a uno de los mayores líderes del mundo que no entiende de tibiezas, que ha estudiado en profundidad el modelo de guerra Nazi y a quien poco le importa la vida, no sólo de los ciudadanos ucranianos, sino de su propia sociedad.
Y así la historia se repite: el miedo. El miedo de perder el territorio, el miedo porque el accionar de los aliados puede llevar al conflicto bélico más importante y más temido de nuestro siglo XXI. Miedo de que nada vuelva a ser normal. Si, normal; que palabra ya desconocida.
Recuerdo mi profesora de historia de primer año de la secundaria cuando nos dijo en la primera clase: “aprendemos historia para entender el pasado y no cometer los mismos errores en el futuro”. Aquí estamos en el 2022, después de haber sobrevivido a una pandemia mundial (de la que aún no terminamos de salir) para pararnos frente a la puerta que podría abrir la tercera guerra mundial; como sucedió luego de la Gripe Española entre 1918 y 1920. No aprendieron. Las malas decisiones de unos pocos azotan la vida de millones.
Quiero retomar este concepto de “decisión” y reflexionar sobre la importancia de las decisiones que tomamos. Las decisiones tibias, las decisiones de plomo, las decisiones que pueden cambiar nuestras vidas; se necesita un segundo para tomar la decisión certera o equivocada que puede marcar un futuro entero. En nuestro país decidimos cada cuatro años quién nos gobierna en la presidencia; eso en Rusia sucede cada seis. En las últimas elecciones rusas, Putin alcanzó la victoria con más del 76% de los votos. En Argentina, Alberto Fernández ganó en primera vuelta con más del 47% de los votos.
¿Qué tenemos en común? Vivimos en democracia, elegimos a quienes nos representan y tenemos la oportunidad de hacerlo cada periodo de tiempo. ¿Qué importante es elegir quién está al mando de todos, verdad? Estoy muy lejos de creer que en Rusia las personas votaron por una persona que elegiría la guerra, casi convencida de que jamás lo hubieran aceptado.
Y aquí estamos, también, los argentinos, varios indignados por la tibieza con la que nuestro presidente se refiere al conflicto mundial, intentando explicar a nuestros compatriotas por qué se reunió a principios de febrero con Putin cuando sabíamos que sólo faltaba una gota que rebalse el vaso para que la guerra comenzara. Llamados al silencio, porque el pez por la boca muere.
Los Millennials no tenemos duda de que cualquier ataque a una democracia es injustificable, ante todo nos predomina la libertad y la diversidad. La agresión militar a Ucrania es todo lo contrario, es el reflejo de la Rusia imperialista y autoritaria que Putin desea construir desde que asumió su gobierno a principios del siglo.
Las democracias son el capital político más importante de nuestro siglo, es esa bandera que podemos levantar orgullosos en cualquier país del mundo al que nos trasladamos. Hoy, esa bandera se está despintando en todo occidente, los colores cada vez van desapareciendo más porque la democracia liberal es el argumento más potente para hacerle frente a cualquier conflicto armado. Sin embargo, los líderes mundiales se han mostrado tibios al levantar su bandera democrática y representativa de los pueblos que piden a gritos enviar ayuda a Ucrania para defender, también, esa democracia que tanto costó conseguir.
Mientras las generaciones que nos gobiernan toman las decisiones con el poder de representatividad que les hemos dado los ciudadanos en democracia, los Millennials estamos en vela –aunque no quietos- por el mundo que nos dejan, aquél que tendremos que seguir construyendo o reconstruir. Y ya no se trata de memes o de videítos de tik tok para ver quién hace mejor el challange del momento, se trata de nuestro futuro, se trata de si mi sueño de chica se cumple o no se cumple y de lo mucho que me va a doler tener que verlo hacerse realidad.
(*) La autora es periodista y tiene 29 años
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