La necesidad de argumentar a favor de la producción en medio de la desolación económica, que ha llevado a mi querido país a la desesperanza del desempleo y la pobreza, admito que me parece tan sorprendente como indignante.
Lo que debería ser obvio en este escenario económico lamentable -tenemos que producir más, comerciar más, exportar más- parece no entrar en las cabezas disociadas de la realidad de los militantes del más obtuso anticapitalismo, hoy vestidos con ropajes de “ambientalistas” (título que por lo general no requiere estudios en ciencias del medio ambiente, sino la mera autodefinición como tal).
A instancias de varios de estos grupos y a caballo de postulados tan apocalípticos como pseudocientíficos (“se va a terminar la vida marina en el Mar Argentino”, “se van a ver las plataformas desde la costa”), la Justicia Federal marplatense suspendió el proyecto de exploración de recursos hidrocarburíferos en la Cuenca Argentina Norte (CAN), un proyecto que podría producir solo en uno de sus bloques iniciales (CAN100) más de 250.000 millones de dólares (alrededor la mitad del PBI argentino) y crear más de 20.000 empleos formales y de alto nivel salarial.
Los datos, la evidencia empírica, parecen no importar demasiado a los promotores de la cautelar, ni al juez que suspendió el proyecto ni, lamentablemente, a buena parte del arco político que prefiere no exponerse frente a temas colonizados por discursos políticamente correctos y científicamente incorrectos que instalan la falsa dicotomía entre producir o cuidar el medio ambiente. En lugar de hacer docencia sobre temas complejos pero necesarios para el crecimiento y el desarrollo, la política, en general, pone en un plano secundario las explicaciones. Entonces, las cuestiones importantes, como la exploración de petróleo offshore, quedan a merced de simplificaciones erróneas y demagógicas.
Aunque nadie ignora que la transición hacia “energías limpias” requiere décadas y que no existe prácticamente ningún país en el mundo cuya matriz energética no tenga un mínimo de 70% de combustibles fósiles, la corrección política manda estar en contra de los hidrocarburos: “Petróleo malo, sucio y feo”. Virtue signaling lo llama la literatura actual. Pavoneo moral del nuevo anticapitalismo zonzo que, si en algunos países desarrollados es un moderado incordio, en Argentina resulta una irresponsabilidad casi suicida. Necesitamos desesperadamente recursos para sacar de la pobreza a nuestros compatriotas y decidimos jugar a la ecolatría insensata.
La preocupación ecológica seria y basada en datos es una cosa, mientras que la ecolatría, el fundamentalismo basado en ideología, es otra muy distinta. A las demandas ecológicas se las debe atender con total seriedad, habida cuenta de su importancia para todos.
En lo relativo a las preocupaciones ambientales, cabe recordar que en las últimas décadas más del 90% de los grandes descubrimientos de hidrocarburos convencionales en el mundo se dieron en yacimientos offshore, bajo las aguas de los mares. Brasil, actualmente tercer productor de petróleo de América y primero en producción offshore, desarrolla la actividad en paralelo con la actividad turística costera sin que medie ningún inconveniente. Noruega, por citar un ejemplo europeo -tercer exportador de gas natural del mundo y el treceavo exportador de petróleo-, realiza íntegramente toda su producción de gas y petróleo en plataformas marinas, que conviven sin problema alguno con su importante producción pesquera.
En nuestro país hace medio siglo realizamos exploración y explotación de hidrocarburos costas afuera. Sin daño ambiental significativo, desde 1950 hemos realizado 187 pozos en el Mar Argentino, de los cuales 36 siguen activos, proveyéndonos del 18% del gas natural y el 2% del petróleo que consumimos a diario.
La opinión de los expertos, los estudios de impacto ambiental de las empresas y las evaluaciones de diversas entidades, como el Instituto Argentino del Petróleo y del Gas (IAPG), indican que el proyecto CAN100 no representa ninguna amenaza al medio ambiente, ni afectación costera, ni contaminación visual en las costas de Mar del Plata.
Sin embargo, por el momento, prima una visión negativa más anclada en prejuicios ideológicos que en argumentos científicos. Insisto, un lujo que no podemos darnos en un país hambreado y necesitado de recursos para crecer y crear trabajo.
Nuestro sector hidrocarburífero representa una de las actividades con mayor efecto multiplicador de toda la economía, generando cinco empleos indirectos por cada empleo directo. Además, se trata de un rubro altamente formalizado, con más del 95% de su empleo en blanco y con uno de los niveles salariales más altos de la economía.
El sector presenta una importancia muy destacada en la estructura productiva argentina, tanto en su contribución al PIB, al balance externo, al desarrollo territorial y al desarrollo de proveedores locales, con casi 8.000 MiPyMEs trabajando y dando empleo para abastecer a esta cadena de valor. Como registran los datos oficiales, 1 de cada 10 MiPyMEs empleadoras que participa de esta cadena es exportadora de bienes. Se trata de 756 empresas que venden al exterior. Esta cifra es diez veces mayor a la del promedio de la economía (1%).
No podemos darnos el lujo de seguir trabando la producción y el crecimiento, ni en este sector ni en ningún otro. Necesitamos ávidamente que la industria, el campo, los servicios y el comercio interno funcionen a toda máquina. A pesar del desolador presente, este país aún tiene salida y hasta destino de grandeza, si dejamos de entorpecer la producción y el trabajo.
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