Al momento de escribirse estas líneas, buena parte de Ucrania y algunas grandes ciudades han sido ocupadas o están rodeadas por el Ejército Ruso, los aeropuertos han sido destruidos y la resistencia del Gobierno y el Ejército Ucraniano parece concentrarse en la capital, Kiev, y en la ciudad de Kharkiv, la segunda más importante del país. En medio de la desinformación normal de todo conflicto armado, diera la impresión de que la resistencia ucraniana ha sido mayor a la esperada y que el Ejército Ruso no ha recibido aún la orden de embestir la capital, para evitar así una batalla que podrían generar muchas bajas, especialmente entre la población civil de una ciudad de casi tres millones de habitantes, muchos de los cuales parecen decididos a resistir con los medios a su alcance a un ejército profesional que, en otras ocasiones (la batalla por Grozni en Chechenia) no ha dudado en arrasar una ciudad bajo el fuego de su artillería (hoy perfeccionada por el uso de misiles de corto y medio alcance y de alto grado de precisión). Al mismo tiempo, el Gobierno ruso y en particular el Presidente Putin, han estado enviando mensajes contradictorios al Gobierno ucraniano. Por una parte anuncian la disposición a reanudar las negociaciones siguiendo el “modelo de Minsk” y por otra, piden al Ejército Ucraniano que depongan al Presidente Zelinski por ser parte de “una banda de drogadictos y neonazis”, dado que a los militares les sería más fácil “entenderse conmigo”, según sugiere el Presidente Putin. En el interim, el Presidente Zelinski ha llamado a la población civil a armarse y resistir el embate del Ejército ruso (están distribuyendo 18.000 armas semi-automáticas a voluntarios) pero, a la vez, declara su decisión de aceptar el llamado a la negociación e incluso a aceptar la “neutralidad de Ucrania”.
Del lado “occidental”, es decir la OTAN y en particular los Estados Unidos, hasta aquí solo se han conocido una serie de represalias económicas aplicadas a algunas instituciones financieras importantes, a los principales dirigentes políticos y militares rusos y a diversos miembros de la nueva “Nomenklatura”. También se le impide a Rusia tomar nueva deuda o renegociar la existente en los mercados occidentales de capitales. En todo caso, ya sea por la aplicación de esas sanciones o por el pánico generado por la posibilidad de un conflicto armado que involucre a Rusia, la caída de valor de las empresas que cotizan en la Bolsa de Moscú ha sido superior al 25% en pocos días. Mientras tanto, el Canciller Alemán ha anunciado la suspensión temporaria de la concesión del acuerdo para el gasoducto Nord Stream 2 que atraviesa el Mar Báltico y que está llamado a independizar la provisión de gas ruso a Alemania (40% de su consumo) de los gasoductos que pasan bajo el suelo de Ucrania.
Sin embargo, resulta muy claro que, hasta aquí, los miembros de la OTAN no van a intervenir militarmente en Ucrania (no tienen ninguna obligación dado que no es miembro de la Organización) pero tanto Alemania como el Reino Unido y es posible que otros países de la Organización estén enviando armas anti-tanque, misiles y otros elementos en apoyo a la resistencia ucraniana, entendemos que a través de Polonia y a título individualo y no como miembros de la OTAN. Estados Unidos, a su vez, acaba de aprobar el envío de armamentos a Ucrania por el equivalente de USD 350 millones.
En este punto cabe señalar que estamos ante el primer gran conflicto militar en suelo europeo desde la guerra de los Balcanes y que la presencia militar rusa se ha extendido también en el territorio de su aliado Belarus, amenazando de este modo a sus vecinos, Polonia, Letonia y Lituania. En este último país, así como en la vecina Estonia, aproximadamente un cuarto de la población es de origen ruso. Por ello y como forma de prevenir los riesgos de una invasión desde Rusia o Belarús a esos países, Estados Unidos ha comenzado el envío a Estonia de algunas fuerzas de infantería y aviación de combate estacionadas en otros países de la OTAN. A su vez, las Ministros de Defensa de Suecia y Noruega han hecho declaraciones que podrían ser interpretadas que, ante la situación que se está creando, podrían abandonar su neutralidad, lo que ha sido contestado con duras amenazas de parte de los dirigentes rusos.
Sin embargo, toda acción genera una reacción. Y el ataque ruso a Ucrania ha puesto en marcha los mecanismos de la OTAN para hacer frente a situaciones de este tipo. Y hecho novedoso, Finlandia y Suecia fueron invitadas a participar en la reunión del Consejo de la OTAN que tuvo lugar ayer (viernes 25 de febrero) para considerar la situación creada en Ucrania y las amenazas a los restantes países de la región. De aquí, posiblemente surjan dos reacciones: a) el fortalecimiento de todos los mecanismos militares de la OTAN, comenzando por los de intervención rápida e incluyendo la participación de las fuerzas armadas de Alemania; y b) la aceleración del proceso de constitución de una capacidad de intervención militar estrictamente europea, al margen de la OTAN y ante la eventualidad de que los Estados Unidos mantengan la política declarada por el Presidente Biden de no intervención allí donde no estén afectados directamente los intereses de los Estados Unidos, y materializada con el acelerado y criticado (por la oposición del Partido Republicano) retiro de los cuerpos militares que aún quedaban en Afganistán. Y este pasa a ser justamente uno de los grandes interrogantes del futuro próximo ¿Estados Unidos, se va a mantener militarmente al margen de esta situación si el conflicto se agrava?
Conocidas las primeras sanciones y las posiciones expresadas por las grandes potencias, incluida China, en el Consejo de Seguridad, cabe ahora preguntarse cuál será el próximo paso de Rusia en esta partida. Podría contar con diversas opciones, entre ellas:
1 -No entrar en Kiev y aceptar alguno de los canales de diálogo abiertos (el “Formato de Normandía” utilizado para los Acuerdos de Minsk, el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, u otro) para seguir presionando desde allí por obtener objetivos más importantes, tales como:
-Obtener el reconocimiento formal de Ucrania y/o del resto de Europa a la independencia de las dos “repúblicas” y a la anexión de Crimea y estacionar allí sus fuerzas como “garantes de la paz”.
-Eventualmente, extender el territorio de las dos repúblicas al resto del Donbass;
-Obtener la “finlandización” de Ucrania, es decir una declaración unilateral o un compromiso internacional, de que no será miembro de la OTAN.
-Lograr, tal como lo ha reclamado el Canciller Lavrov, que la OTAN se retire de aquellos países que se unieron a esta alianza con posterioridad a noviembre de 1997. Es decir, los países bálticos, Polonia, Eslovaquia, la República Checa, Hungría, Eslovenia, Croacia, Albania, Montenegro y, “especialmente” (el énfasis es del Ministro Lavrov), Rumania y Bulgaria.
-Avanzar con otros acuerdos de limitación de armamentos y creación de condiciones de confianza en el teatro europeo entre Rusia y los miembros de la OTAN.
2- Entrar en Kiev, deponer al Gobierno, colocar allí un Presidente “títere” y llevar adelante el proceso de “desnazificación” prometido, cuyos alcances son difíciles de prever. Y recién después aceptar el comienzo de una negociación.
3 - Ante la falta de respuesta de “Occidente” expandir el conflicto, posiblemente hacia los países bálticos. Quizás (y en esto entramos totalmente en el terreno de la especulación) buscando unir al Territorio Autónomo de Kaliningrado (la ex Ciudad de Danzig o Koënisberg, cuando formaba parte de la Prusia Oriental) con el territorio de Belarús, a costa de Lituania, rodeando así por tierra a los tres países bálticos y aislándolos de Polonia.
Obviamente, estas posibilidades y objetivos podrán combinarse en función de la percepción rusa acerca de su capacidad de acción y de las posibilidades de reacción de sus enemigos. En todo caso, no podrá escapar a Moscú que ya ha generado reacciones que podrán dar lugar en el futuro próximo a una mayor cohesión en el plano de la defensa, dentro de la OTAN y en el marco de la Unión Europea. Por otra parte, también hay otros dos aspectos que la dirigencia rusa no podrá ignorar. El primero es China. La posición de ese país ha sido expresada con total claridad por el “Canciller” Wang Yi en una declaración de cinco puntos que es un verdadero llamado a Rusia a cesar el combate, negociar, atenerse a la Carta de las Naciones Unidas, y a no querer asegurar su propia seguridad a costa de la seguridad de otras naciones. Con mención expresa al caso de Ucrania y con una frase que resume la posición de su país: “es algo que no queremos ver”. El segundo, es la reacción de países que hasta hace no mucho tiempo estaban en posiciones cercanas a la de Rusia. El primero es Turquía, que a partir de la invasión de Crimea “volvió al redil” de la OTAN y ha estado enviando drones de uso militar fabricados en Turquía a Ucrania. El segundo es Kazakstán que, pese a que recientemente conoció la intervención de fuerzas especiales rusas para detener una insurrección popular contra el Gobierno local, hoy ha expresado una posición muy ambigua frente al conflicto en Ucrania, quizás por temor a ser víctima de una situación semejante a la de Ucrania, atento a la presencia de una fuerte población de origen ruso en su territorio.
En definitiva, este conflicto se encierra dentro de un proceso de acción y reacciones entre los miembros de la OTAN y Rusia que ya ha tenido varios capítulos y aún no ha finalizado. En todos los casos Rusia se ha apartado de las normas del derecho internacional y ha desconocido sus propios compromisos en las regiones en disputa. Hasta aquí, ha obtenido en cada capítulo alguna ventaja territorial. En algún caso (Crimea) muy importante. El actual conflicto es un salto mayor en ese proceso que, de continuar o extenderse, puede encontrar muy fuertes resistencias A lo que cabe agregar -y deberíamos ponerlo en primer lugar- las consecuencias humanitarias que surgen de este conflicto. Por lo pronto en Polonia, Hungría y Rumania, se espera la llegada de entre medio millón y un millón de refugiados que están escapando de Ucrania. Y se multiplican los hospitales de emergencia que se levantan en esos países para atender a los heridos evacuados desde ese país. En la misma Rusia es posible que, más allá de tocar el sentimiento de orgullo nacional de ver a su país de nuevo convertido en un actor importante de la escena internacional, surjan resistencias a involucrar al país en un nuevo conflicto armado. En un país donde costó mucho olvidar la experiencia de Afganistán y aún está fresca la de las guerras de Chechenia. Además, y esta es la visión predominante en ciertos medios occidentales: Rusia es un país con un gran poder estratégico, nuclear, misilístico y en el plano convencional, pero que se asienta sobre una estructura económica pequeña (el PNB de Rusia no es más grande que el de Italia), concentrada en el gas, el petróleo, el níckel, el oro y los cereales, con limitada capacidad industrial fuera de las industrias espaciales, aéreas y militares. Endeudada, con una moneda y con un sistema bancario muy frágil. En estas horas se está discutiendo en Europa la suspensión del sistema “Swift” de pagos a algunos bancos rusos (tema que tocamos más adelante) y el Instituto de Economía Internacional de Kiel (una de las instituciones de investigación más prestigiosas de Alemania) ha estimado que el embargo al gas proveniente de Rusia, le costaría a ese país la pérdida de 2,9 puntos del PNB, el embargo del petróleo otro 1,2 y el de ciertos productos como maquinaria industrial, casi otro punto. En total unos 5 puntos del PNB para un país que deberá, además, afrontar el enorme costo de esta importante movilización militar.
El impacto económico internacional del conflicto
Ya hemos comentado en una nota anterior que, en plano de la economía, este conflicto suma incertidumbre a la incertidumbre. El mundo no ha salido aún totalmente de la pandemia y de sus consecuencias económicas: Estados Unidos conoce una inflación de más del 7% anual y Europa no escapa al fenómeno del endeudamiento que originaron las políticas expansivas destinadas a evitar el impacto de la parálisis y disrupciones originadas por las medidas tomadas para hacer frente a la pandemia. La tensión e incertidumbre que genera este conflicto agrava marcadamente dicho cuadro. ¿Que se puede prever en este contexto?
1- Una mayor presión sobre el Euro, dado que el teatro del conflicto incluye a países miembros de la zona Euro.
2- Posiblemente la adopción, por parte de los Estados Unidos, la UE y otros países, de medidas monetarias más restrictivas que las que estaban prevista como prevención ante eventuales desarrollos de la situación política.
3- Riesgos de mayores interrupciones del transporte y aumento de fletes tanto en el Báltico como en el norte de Europa y en los puertos del Mar Negro, y por extensión en el resto del mundo.
4- Estos problemas se agregarán a los que ya están sufriendo diversas industrias afectadas por disrupciones en las cadenas de valor y demoras en el abastecimiento de insumos.
5- Aumento de los precios de los productos de exportación de Ucrania y de los procedentes de las regiones de Rusia y de Belarús cercanas al conflicto. Esto es especialmente válido para el aceite de girasol (Ucrania es el mayor productor y exportador mundial), para el trigo y la cebada (y para sus sustitutos, incluyendo la soja y sus derivados); el mineral de hierro y diversos metales básicos que también entran en las exportaciones de Ucrania. Y finalmente la madera en bruto, de la que Belarús es un importante exportador a otros países europeos.
6- El mayor problema, sin embargo, se presenta en torno al gas. Un porcentaje importante del gas exportado por Rusia está destinado a atender el 40% del consumo doméstico de Alemania y a buena parte del consumo de otros países de Europa central. Prácticamente la totalidad de ese gas pasa a través de gasoductos que atraviesan territorio ucraniano y son controlados por empresas rusas. Alemania y el resto de los países europeos que podrían ser afectados en su provisión de gas, ya sea por sanciones aplicadas a Rusia o por el conflicto mismo, han constituido tantas reservas como era físicamente posible en vista de esta situación, o están recurriendo a medios alternativos para atender las necesidades de calefacción y de generación de energía. Además, dada la situación del mercado mundial, con países como Estados Unidos, Qatar, Arabia Saudita, Argelia, y Egipto (quizás Libia) que cuentan con reservas y capacidad de exportación de gas, ya sea vía gasoductos (Argelia en particular) o en forma de gas licuado, la discontinuidad de los abastecimientos podrá ser más o menos rápidamente solucionada, posiblemente en un contexto de aumento de precios, especialmente en el corto plazo. Mientras tanto, si no se corta el abastecimiento de gas ruso o si no hay un embargo sobre sus exportaciones, Europa Occidental evitará excluir totalmente a la Federación de Rusia del sistema “Swift” de circulación de las transacciones financieras y bancarias internacionales, pues de ser así, no sería posible pagar las operaciones de provisión de gas.
Impacto económico para Argentina
Con este panorama por delante, cabe concluir, muy provisoriamente, que Argentina puede verse perjudicada por la creciente incertidumbre en materia monetaria y en particular si se concretara un aumento de tasas de interés superiores a las que ya estaban previstas. Estas incidirán sobre sus deudas y sobre las eventuales posibilidades de financiamiento externo (incluyendo el del FMI y de los otros organismos financieros internacionales). De allí la necesidad de una rápida conclusión del acuerdo con el FMI para evitar que el país caiga en “arreas” en medio de esta situación financiera y política mundial.
Argentina también se verá afectada por el aumento de los fletes del transporte marítimo y los seguros y por las perturbaciones que se pueden prever en el corto plazo sobre el transporte marítimo, especialmente el dirigido hacia los puertos del norte de Europa y el Mediterráneo Oriental. Con menor incidencia en el transporte de mercaderías pero sí en el turismo, también se verá perturbado el tráfico aéreo en buena parte del mundo “Occidental” y es posible que también hacia Medio Oriente.
Por otra parte, también cabe prever que, al menos en el corto plazo, los productos agrícolas de exportación de Argentina -salvo que sean afectados por una eventual devaluación del dólar- conocerán sensibles incrementos de precios. Esto vale para todo el complejo oleaginoso. Para el trigo, la cebada y para el maíz. Lamentablemente se produce en momentos en que el país es afectado por una dura sequía que resta capacidad a la producción y a la exportación. En la Bolsa de Comercio de Rosario han calculado que, bajo las condiciones actuales, Argentina podría aumentar el valor de sus exportaciones en unos 1.800 millones de dólares pero que, a su vez, podría haber un encarecimiento de las importaciones de urea y de fosfato amónico y de otros fertilizantes, de los que nuestro país importa 4,5 millones de Tn por año. Ese impacto es muy difícil de calcular dado la gran volatilidad de los precios de estos productos, que provienen, entre otros destinos, de Rusia y de Ucrania. El aumento de costos (interno en este caso) también provendría del incremento del precio de los combustibles, que seguramente se verán influidos por el aumento del precio internacional del petróleo, del que Rusia es un importante productor.
Si contáramos con un Gobierno previsor, esta es una situación que debería ser analizada con todo cuidado con nuestros socios del Mercosur. Brasil, Uruguay y Paraguay, enfrentarán en esta situación los mimos problemas que Argentina y contarán con las mismas oportunidades: una excelente ocasión para coordinar políticas con vistas a aumentar los beneficios y minimizar los riesgos.
Finalmente, en lo que al gas se refiere, el problema más serio que enfrenta Argentina es poder contar con las divisas necesarias para atender las importaciones de gas licuado entre los meses de mayo y agosto, cuando el consumo supera la producción y a veces hasta es necesario suplantarlo para la generación de energía con fuel-oil o gas-oil de mayores costos. A los precios actuales se trataría de una factura de unos 4.600 millones de dólares, que teniendo en cuenta los trastornos de mercado antes señalados, podrán ascender a una suma por ahora indeterminada. Del mismo modo que resulta indeterminado el impacto que podrá tener la continuación del conflicto sobre la marcha general de la economía argentina. Especialmente si esto diera lugar a sanciones que afectaran el comercio de nuestro país con Rusia y Belarus. Las cifras del INDEC nos hablan de exportaciones a esos dos países y a Ucrania por 873 millones de dólares en 2021, pero por un defecto del sistema de recolección de datos es posible que no tomen en cuenta un volumen importante de exportaciones que salen con destino a Alemania (Hamburgo), Rotterdam (Países Bajos) o Amberes (Bélgica) pero cuyo destino final son Rusia, Belarús o países de Asia Central.
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