Que sí, que no: el Peronismo como nunca sin posición

El presidente del PJ nacional impulsa el acuerdo con el FMI mientras que su par del PJ bonaerense lo rechaza. Las contradicciones en estado de latencia crecen y gangrenan el cuerpo de la Nación

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Alberto Fernández y Máximo Kirchner
Alberto Fernández y Máximo Kirchner

El acuerdo con el FMI es sin lugar a dudas uno de los hechos de mayor relevancia para la vida política de nuestro país de los últimos años.

El presidente del PJ nacional, a la sazón Presidente de la Nación, dice sí al acuerdo. El presidente del PJ provincial, diputado nacional, dice no. Esta contradicción no hace más que profundizar el vaciamiento doctrinario del peronismo.

Estos tiempos nos interpelan y nos exigen estar a su altura, evitando la vacuidad de debates y la disolución de identidades como consecuencia de la falta de toma de posición frente a temas de trascendencia histórica. Estamos próximos al momento de decidir en el Congreso si se aprueba o no la refinanciación con el FMI, y el peronismo como fuerza política navega a dos aguas, atravesado por tensiones internas cuya resultante es una hibridez insulsa que es la síntesis de un modo de concebir la política como el arte de postergar decisiones y de decir hoy lo que negaremos enfáticamente mañana. La hibridez referida alude a la insustancialidad de un proyecto que se vacía al calor de un juego de posicionamientos tácticos que se multiplican en el espejo de las vanidades, mientras se acrecienta la perplejidad de un pueblo que se siente a la deriva por la falta de un liderazgo claro, la ausencia de objetivos firmes y la duda cotidiana de no saber hacia dónde vamos.

La verdad peronista número 13 dice: “Un gobierno sin doctrina es un cuerpo sin alma”. Las contradicciones en estado de latencia crecen y gangrenan el cuerpo de la Nación, que por la falta de síntesis conceptual pierde capacidad y potencia para transitar con decisión el camino de las transformaciones pendientes.

No alcanza con repetir que las coaliciones albergan opiniones diversas y que es bueno el disenso interno. Escudarse en la variopinta composición del frente gobernante deja un sabor amargo y no logra ocultar el desacuerdo monumental respecto de un tema nodal para nuestro destino como nación que se pretende soberana. Aquí no estamos hablando de matices o leves variaciones intrascendentes o inocuas. Estamos hablando de qué país queremos, de qué legado dejaremos a las generaciones venideras, de qué entendemos como la negociación más digna, razonable y sustentable en razón de las prioridades que tenemos como proyecto político.

La dinámica de funcionamiento está a la vista: se clausuran los ámbitos de discusión, los bloques no se reúnen, el PJ está sólo para la foto y los congresos partidarios se convocan sólo para cumplir las formalidades de la legislación electoral.

Se proclama la unidad pero se ejerce una práctica disolvente que consiste en vaciar la institución partidaria y someterla al mero rol de sello electoral sin sustancia, sin línea, sin debate interno, sin participación del afiliado y con una agenda más vinculada a los intereses de las élites cosmopolitas desterritorializadas que al verdadero sentir de una nación doliente en estado de subdesarrollo y atraso económico y social.

La debilidad de la política no es una abstracción que viene dada per se. La debilidad de la política es la consecuencia de nuestros propios actos, de la falta de legitimidad de conductas que se tornan endogámicas y que construyen una distancia vivencial insalvable con lo que sucede en el seno de nuestro pueblo. La debilidad de la política se vincula con la falta de definiciones disfrazadas de libertad de conciencia. Yo recuerdo al PJ de la provincia de Buenos Aires cuando evitó pronunciarse en forma categórica en contra de la posibilidad de tomar deuda en dólares por parte de la entonces gobernadora Vidal. El resultado fue cantado: muchos legisladores peronistas decidieron acompañar con su voto una política de endeudamiento inaceptable. En nombre de la diversidad y del respeto a todas las opiniones internas se terminó legitimando un acto que fue una verdadera calamidad.

Los peronistas somos seres gregarios. No nos gusta andar en soledad rumiando nuestras razones. No nos sentimos cómodos con la política del rumor, con la especulación insensata ni con la intriga palaciega. Por eso anhelamos recuperar una dinámica de debate que nos permita salir de un estado de anquilosamiento que adormece conciencias y anestesia sensibilidades. Si seguimos con la política de piloto automático, no será muy difícil anticipar el resultado final.

La disciplina partidaria se vuelve un imperativo inadmisible cuando se funda en la ausencia de debate interno. Negar el debate y exigir verticalidad y encuadramiento suena a anacronismo arbitrario y antidemocrático.

A su vez, la libertad de conciencia tiene un dejo de individualismo exasperante que no puede esgrimirse para justificar un comportamiento político disociado de la voluntad del conjunto del movimiento.

Resumiendo: se avecina una decisión trascendente. Ojalá encontremos los mecanismos que permitan unificar una posición que exprese la mirada estratégica del peronismo respecto al destino que anhelamos construir para nuestra Patria. Sin unidad de concepción, la unidad de acción se tornará una vana ilusión que se chocará con la realidad de una dispersión y atomización insalvables. Estamos a tiempo de cambiar el curso de los acontecimientos y escribir otra historia.

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