La ecuación bélica de Putin

Mientras Estados Unidos es cada vez más prescindente, Europa se muestra impotente y China, aquiescente

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El presidente de Estados Unidos, Joe Biden
El presidente de Estados Unidos, Joe Biden

A comienzos del 2022, durante más de un mes de encuentros políticos y diplomáticos -mesa larga mediante- Vladimir Putin y sus principales funcionarios llegaron a la siguiente conclusión en relación a una latente ofensiva militar hacia Ucrania que se terminó consumando: Estados Unidos es cada vez más prescindente, Europa cada vez más impotente y China cada vez más aquiescente.

La prescindencia de Estados Unidos -dificultad de involucrarse de manera directa- deviene del shift geopolítico en la tercera década del siglo. La crisis en Ucrania evidencia que Washington afronta, de manera incómoda, el entrecruzamiento de dos planos temporales. El primero, el vestigio de la inmediata post guerra fría y una geografía cada vez menos relevantes para los intereses vitales (Rusia, Europa y el espacio postsoviético). El segundo, el epicentro geopolítico del presente y futuro: China, la región del Indo-Pacífico y la amenaza a su primacía global. Mientras que en el primer plano Estados Unidos solo puede apoyar a terceros (aliados), en el segundo no puede no involucrarse directamente. Mientras Biden celebraba en 2021 la creación de AUKUS (Australia-United Kingdom-United States) y la consolidación de QUAD (diálogo cuadrilateral entre Japón, Australia, India y Estados Unidos) para contener a Beijing, Putin veía cada vez más factible la oportunidad de cambiar el status quo de su contexto contiguo.

La impotencia de Europa deviene de su imposibilidad de defenderse sólo (self-defence) en el plano militar. La idea de potencia normativa y económica se diluyen en un contexto internacional signado por el retorno de la geopolítica y la competencia entre grandes poderes. El mapping sobre edificios históricos y emblemáticos puede tener simbolismo mundial para concientizar sobre violaciones a los derechos humanos en el mundo, pero no son una herramienta que puedan detener tanques y misiles que se acercan a tu frontera. Asimismo, la impotencia europea deviene de la dependencia energética con Moscú que lo ata de pies y mano para sancionar a Rusia. En Bruselas son conscientes que pocos europeos están dispuestos a pasar frío para intentar hacer retroceder a Putin y de que pocos líderes quieren perder las próximas elecciones.

El presidente ruso, Vladimir Putin
El presidente ruso, Vladimir Putin

La aquiescencia de China se manifiesta claramente en estos primeros días de guerra. Ni apoya ni condena abiertamente la intervención militar rusa. Putin siempre supo que contar con lo segundo por parte de la superpotencia era suficiente. Beijing dice que respeta la soberanía de Ucrania, pero también las preocupaciones de seguridad de Rusia. La abstención en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas es el mayor indicador. La postura aquiescente deviene en la incomodidad del revisionismo de Putin sobre el orden internacional. Xi Jinping a diferencia del ex KGB no quiere cambiar el mundo, solo ajustarlo (a las características chinas) y eventualmente liderarlo. Por su parte, los efectos sobre la economía mundial de un shock geopolítico como el que estamos siendo testigos (pánico en los mercados, aumentos de las materias primas) pueden dañar las proyecciones del crecimiento del PBI chino. A su vez, Beijing sabe que el conflicto en Ucrania tiene sus dividendos estratégicos: hace que Estados Unidos y Europa tengan que dejar sus estrategias sobre el Indo-Pacífico para más tarde, obliga a Rusia a recostarse sobre China (sanciones de occidente). Una posible prolongación y agravamiento del conflicto sobre Ucrania -y más allá- son un gran signo de interrogación para el posicionamiento de China

La suma de la ecuación señalada ayuda a comprender la decisión de Rusia de comenzar una intervención bélica el 24 de febrero sobre Ucrania. Ahora bien, el gran dilema para pensar el futuro del conflicto -ya sea para una tener una ronda de negociaciones o para la ampliación del conflicto- radica en saber si Rusia se lleva el mote de resiliente o vulnerable frente a su incursión bélica. ¿Qué capacidad tiene Moscú de ejercer influencia plena militar (poder sobre) y qué capacidad tiene para lograr poder como autonomía (poder para) resistir las sanciones en el plano económico y financiero por parte de occidente? Con respecto a lo primero la incógnita es saber si Moscú logra traducir sus mayores recursos duros en resultados (outcomes). En relación a lo segundo, si como en 2014 a pesar del set de sanciones Rusia puede seguir aplicando su famoso dicho sobre el funcionamiento de su economía, en relación a la comparación con el famoso rifle Kalashnikov: de baja tecnología, muy barata y casi indestructible.

En las últimas horas, los problemas logísticos de las tropas rusas que trascienden de distintas fuentes de información en el campo de batalla y el lento consenso de Estados Unidos y Europa de avanzar sobre sanciones cada vez más duras que días atrás parecían difícil de aplicar (como la posible suspensión de Rusia del Swift, el sistema mundial de mensajes interbancario) realzan la importancia de dichas preguntas. Los próximos días serán claves para empezar a evaluar la osada jugada geopolítica de la Rusia de Vladimir Putin.

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