Paul Auster publicó en 1987 la novela El país de las últimas cosas, estrenada como película bajo la dirección del argentino Alejandro Chomski en 2020. Tanto al leer la novela como al ver el film nos enfrentamos a una cruda y distópica realidad, propia de un lugar en el mundo que se desintegra conforme transcurren los días y los años. Cualquier argentino podría interpretar el rol de “Anna Blume”: cuenta en una carta a un desconocido, enviada desde una ciudad sin nombre, lo que sucede en “El país de las últimas cosas”. Describe una tierra donde reina el caos, la decadencia y la degradación humana en su concepción más profunda. Esa descripción se asemeja a lo que nos toca vivir en un país donde la letra de la canción “Amor Planero” del grupo Sudor Marika le moja la oreja a “Cambalache” de Discépolo. Alberto Fernández es un presidente que pide mucho pero ofrece muy poco en un gobierno que hoy luce una desorientación absoluta y una inocultable grieta interna.
La degradación de la moral pública argentina pareciera no tener fin. Hemos empeorado como conjunto social convirtiéndonos en ese País de las últimas cosas que describe la pluma de Paul Auster. La apuesta del Presidente, en el frente externo, al ofrecerse como puerta de entrada de Rusia a nuestro continente fue tan desafortunada en el momento que se hizo, como torpe a la luz de los hechos bélicos que tristemente se desataron esta semana con el avance de las tropas rusas en suelo ucraniano, dejando cientos de cadáveres tras su paso y una flagrante violación a los derechos humanos.
Se suma el presente apocalíptico al que nos expusieron las llamas de Corrientes en el frente interno. Alberto Fernández sigue siendo el presidente de los “memes”. Uno se destacó por la agria realidad que expone. En la imagen se ve cómo el anaranjado intenso del fuego incendia un bosque, del que surgen llamas y humo dando cuenta de la tragedia. Del fuego sale un camino de tierra, justo en el medio, agazapado, atento, con la mirada fija en lo que se viene, el barbijo puesto y las manos abiertas está la figura de nuestro presidente, presto para atajar un penal. Resulta dramático que eso haya sucedido al mismo tiempo que las llamas ardían a más de 50 metros de altura en Corrientes, y el ejército Ruso se aprestaba para avanzar sobre Ucrania.
Fue peor aún que el Presidente de todos los argentinos no visitara la provincia incendiada, donde “no” gobierna el Frente de Todos, en el momento de mayor angustia. Solo dio un paseó en helicóptero este viernes “para la foto”. Hacerlo tarde es hacerlo mal. Obligado por las circunstancias y demostrando que nuevamente no estuvo a la altura de un cargo cuyo traje le queda grande. Vivimos con trágica naturalidad, casi mansos, las permanentes contradicciones de nuestros gobernantes, donde por ejemplo los presos tienen un sueldo y los bomberos son voluntarios.
La torpeza, casi naif, con que se ha manejado la política internacional nos expone ahora al dilema del “tarado” que nunca sabe cuál es el lugar que debe ocupar. Quedar parados del lado equivocado puede terminar de sellar una decadencia sin retorno. El Frente de Todos no tiene una posición unificada frente al conflicto bélico desatado por Rusia. Un halo de luz fueron las declaraciones del siempre versátil Sergio Massa, el primero que dio un mensaje categórico de rechazo a la invasión Rusa. Se le sumaron silenciosamente Manzur, el embajador Argüello y Beliz. En la vereda de enfrente se destaca Alicia Castro (en sociedad política con Boudou y Mariotto), conocida por sus vínculos con el chavismo y su fuerte inclinación pro-rusa, mientras Cristina, Máximo y las huestes de Instituto Patria se llaman a silencio. En tanto que desde el Gobierno se dio a conocer primero un mensaje tibio, para luego, también tardíamente, subir un poco más la temperatura.
Todo lo que nuestro Presidente dijo frente al dictador ruso hace tan solo tres semanas, hoy se ha vuelto no solo en su contra, sino en contra de todos los argentinos. La importancia de una política internacional coherente no ha sido suficientemente entendida por el Gobierno. Se suma el llamativo silencio de Cristina Kirchner, quien siempre se sintió atraída por los efectos poco carismáticos de la personalidad de Putin. Alcanza con mirar los videos donde se los ve juntos para entender el lenguaje corporal de una dama frente al depredador ruso. Con los tanques en las calles de Ucrania aplastando literalmente autos con personas adentro, lanzando miles de misiles, muertos por doquier, es imposible sostener una posición de neutralidad como proponen algunos aventurados. ¿Y los derechos humanos? Argentina debe pararse en el lado correcto y ese es el rechazo absoluto a toda acción bélica de una nación soberana sobre otra. Nuestra parcelada Cancillería aún no pudo encontrar el tono necesario. El próximo viaje de Cafiero a Ginebra será decisivo para el futuro de nuestra nación.
El mundo sabe que en Argentina tenemos un gobierno partido, donde habitualmente Hebe de Bonafini hace de avanzada con sus declaraciones estridentes, en este caso contra la portavoz oficial. Con un Presidente que llegó como delegado de la dueña del poder y de los votos, y que ahora ha decidido ir por su reelección aún a costa de romper con su jefa política, mientras Máximo Kirchner a los gritos le reprocha sus deslealtades. Estos juegos de tronos berretas que se practican en el país de las últimas cosas, mientras Ucrania es invadida, revelan la poca capacidad que tienen nuestra dirigencia política.
Alberto Fernández no tuvo el buen criterio de evitar colocarse en un lugar incómodo al viajar a Rusia cuando ya se sabía de la posibilidad cierta de una invasión Rusa a Ucrania. No contento con su falta de timing, se entregó, políticamente hablando, al presidente Putin, quien sólo se limitó a escuchar lo que para él eran palabras huecas, ya que, como todo mandatario, antes de reunirse con otro, tiene el correspondiente “brief” que lo describe. Putin sabía que estaba frente al Zelig argentino, quien a su vez debió conocer que el ruso lo tenía “medido” de antemano. Con lo cual los disparates de Alberto en Rusia no solo lo dejaron en falsa escuadra frente al mandatario, sino que además nos quedó el problema con EE.UU y el cierre del acuerdo con el FMI. La incompetencia en su expresión más pura de un gobierno que sigue sin entender cómo funciona el mundo.
Ya lo conocemos y sabemos que Alberto dice y se desdice sin pudor alguno haciendo de la moral y la ética atributos más flexibles que un elástico viejo. Es lo que hay, por obra gracias de la tácticamente “silenciosa” Cristina. Peleados entre sí, sólo les preocupa la forma en que llegarán al 2023, aunque el mundo se caiga a pedazos. Todo lo sucedido, nos lleva a la preguntarnos si el Presidente está cumpliendo adecuadamente con sus obligaciones como mandatario. No se puso al frente de la tragedia de Corrientes en tiempo y forma. La visita tardía para la foto fue una torpeza más. Sus desaguisados nos dejaron frente a una situación complicada en lo que hace a la política internacional.
Veremos si en su discurso del 1 de marzo formula un rechazo contundente usando las palabras adecuadas, y se para en la vereda correcta, o confirma nuestras sospechas y se vuelve a calzar un traje dos talles más grande. Es un buen momento para formular un rechazo enérgico a la invasión rusa. El gobierno del Frente de Todos hace rato ha perdido el rumbo, no solo en lo económico, en la política internacional, en el control de la inflación, en combatir el narcotráfico, en la emisión descontrolada de pesos. Perdió el rumbo en general, con una administración parcelada donde los que llegaron en 2019 para ser mejores, se terminaron convirtiendo en los peores.
Se nombran funcionarios que no están capacitados para los cargos que ocupan, por el solo hecho de pertenecer a una facción u otra del oficialismo. El problema es que nos perjudicamos todos. El Ministro de Medio Ambiente es un claro ejemplo, porque si hay algo que debería saber es que el cambio climático vino para quedarse. Las catástrofes ambientales son inevitables, no se les gana, sólo se puede, con una gestión adecuada, morigerar los efectos, contener y prevenir. Lo mismo sucede con el reciclado Cafiero, quien tampoco está capacitado para el cargo que ocupa. Que importante sería tener un canciller de fuste en momentos en los cuales el mundo entero entra en una nueva crisis, sin siquiera haber terminado aún la anterior, ya que los efectos de la Pandemia todavía persisten. Todo es muy complejo como para dejarlo en manos de gente que no está instruida en la materia, ni cuenta con experiencia y roce internacional. Son partidos que se juegan en una liga para la cual no damos la talla, y eso, lamentablemente no hace más que relegarnos, como por ejemplo la falta de apoyo de nuestro país a la condena que formuló la OEA (Organización de Estados Americanos) sobre la invasión rusa a Ucrania.
Rezar para que nada malo nos suceda es trabajo del Santo Padre, los delegados de Dios en la tierra y los fieles creyentes. No para los funcionarios que deben aceptar un cargo sólo si están preparados para el mismo. La falta de capacidad para la función pública sólo agrava las tragedias, que muchas veces no se pueden evitar, pero sí contener. El Estado “no nos cuida”, porque no tiene funcionarios capacitados para hacer su trabajo, mientras el Presidente gustosamente ataja penales en la playa como si estuviera en plena campaña electoral, aplicando su ya conocida “cronoterapia”, a la espera de que el paso del tiempo quite de la agenda nacional las críticas en su contra.
El mundo enfrenta una nueva crisis de proporciones que no sabemos dónde ni cómo pueden terminar. La improvisación nos puede costar muy caro y dejarnos parados en la vereda equivocada. Es hora de que los cargos públicos sean ocupados por personas idóneas, no por personas cercanas, típico de los países pobres y en plena decadencia como el nuestro.
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