Suisse Secrets: el secreto bancario es el superpoder de la cleptocracia

La investigación global a partir de una filtración de cuentas del Credit Suisse es una prueba más del papel facilitador que desempeñan los grandes bancos al proporcionar privacidad, seguridad y protección a los ricos y delincuentes, en detrimento de los más vulnerables

Por Paul Radu *

Hace más de una década comprendimos en Organized Crime and Corruption Reporting Project (OCCRP) que debíamos seguir a los bancos si queríamos rastrear eficazmente el dinero y denunciar adecuadamente la delincuencia y la corrupción.

Cuanto más investigamos a los déspotas, los mafiosos, los políticos corruptos y las redes de delincuencia organizada transnacional, más veíamos el papel tóxico que desempeñan algunas de las mayores empresas bancarias del mundo. Estas permiten que individuos destruyan, de un país tras otro, las esperanzas de democracia, equidad y justicia social.

¿Cambio de régimen político? ¿El fin del comunismo en Europa del Este? ¿La Primavera áÁrabe? ¿Acusaciones penales? ¿Escándalos de corrupción y evasión fiscal? ¿Sanciones internacionales? ¿Elecciones amañadas? ¿Violaciones documentadas de los derechos humanos?

Una y otra vez, los corruptos y los delincuentes han sido capaces de superar la adversidad y prevalecer.

Gracias en parte a que su poder financiero estaba asegurado en bóvedas secretas, bases de datos y una multitud de instrumentos financieros y esquemas de inversión amparados en los principales bancos internacionales.

La capacidad de mantener su dinero y sus posesiones financieras a salvo “pase lo que pase” es el superpoder secreto de los cleptócratas y los delincuentes. Es lo que les permite navegar en los malos tiempos, seguir ejerciendo su influencia en la sombra y, finalmente, resurgir con aún más brutalidad. Se esconden detrás de empresas offshore para comprar activos industriales, bancos e incluso medios de comunicación con el fin de acumular nuevo poder político e influencia.

Se convierten en ángeles - criminales - inversionistas mientras su dinero negro financia aún más fechorías y corrupción. No guardan su dinero en los países donde lo robaron. Quieren seguridad, tranquilidad y pocas preguntas sobre el origen de sus fondos.

Necesitan sólidas estrategias de inversión, acceso a instrumentos financieros innovadores y niveles de privacidad con los que la gente corriente sólo puede soñar.

Los banqueros se convierten en directores financieros al servicio de intereses ilícitos. La resistencia de los sistemas corruptos está profundamente anclada en el secreto que proporcionan los grandes bancos mundiales.

De manera repetida no han aplicado ni actuado con normas adecuadas de “conozca a su cliente” (KYC, por sus siglas en inglés) y “conozca al cliente de su cliente” (KYCC, por sus siglas en inglés), cuyo objetivo es mantener personas políticamente expuestas y delincuentes fuera de sus sistemas.

Recuerdo, allá por 2010, cuando fui testigo de primera mano de la resistencia a reformar o mejorar las anticuadas prácticas de KYC y KYCC. Entonces yo era miembro del Consejo de la Agenda Global sobre Comercio Ilícito y Crimen Organizado del Foro Económico Mundial. Hice una presentación ante un grupo de banqueros de alto nivel de algunos de los mayores conglomerados financieros del mundo sobre cómo la delincuencia organizada y los políticos corruptos estaban usando sus bancos para lavar dinero a gran escala, robar y sobornar.

De inmediato me miraron con desconfianza, y me explicaron con condescendencia que lo que yo les había descrito era imposible, gracias a los excelentes procesos de debida diligencia que sus bancos ya tenían. Desde entonces, muchas veces se ha probado que estaban equivocados.

Desde 2011, OCCRP y sus socios han investigado la serie de escándalos conocidos como “La Lavandería”, que revelaron cómo enormes volúmenes de dinero mal habido fluyó por estos bancos. Nuestras investigaciones generaron mayor conocimiento del problema y algunos cambios en las normas de cumplimientos en gigantes mundiales como el Deutsche Bank.

Pero para cuando empezaron esta tímida reparación, el daño ya estaba hecho.

Una cosa que me sorprendió durante las investigaciones de “La Lavandería”, fue lo barata que era la corrupción en Occidente y cómo cantidades relativamente pequeñas de dinero podían causar estragos en los países en desarrollo.

Analizamos transacciones bancarias por valor de más de 100.000 millones de dólares vinculadas al crimen organizado, la corrupción política o la elusión de sanciones en Rusia, Irán, Turquía o Azerbaiyán. Mientras tanto, sólo cantidades muy pequeñas - del orden de decenas de millones- alimentaron los bolsillos de políticos de la Unión Europea o de sus homólogos en Estados Unidos y otros países.

El grueso de la riqueza ilícita siempre estuvo a disposición de los oligarcas, los grupos de delincuencia organizada transnacional y sus socios políticos. Lo que para ellos eran centavos, podía transformar todo para peor en aquellos lugares donde las personas eran despojados del dinero.

A cambio de una tajada, los políticos occidentales dieron el visto bueno a elecciones fraudulentas, hicieron lobby por dictadores y permitieron que los cleptócratas se mantuvieran en el poder y siguieran robando y abusando de su pueblo.

Los bancos miraron para otro lado ante la corrupción y el crimen y siguieron contribuyendo a estas prácticas.

Nuestra investigación SuisseSecrets es una prueba más del papel facilitador que desempeñan los grandes bancos al proporcionar privacidad, seguridad y protección a los ricos y delincuentes en detrimento de los vulnerables.

Oficinas del Credit Suisse en Zurich, Suiza

Credit Suisse, uno de los bancos más antiguos y respetados del mundo, salvaguardó el poder financiero de algunos de los peores del mundo: criminales, dictadores, funcionarios de inteligencia, individuos sancionados y actores políticos con una riqueza desmesurada.

El modelo de negocio de Credit Suisse fue respaldado y protegido en todo momento por los políticos suizos, que legalizaron algunas de las penas más duras -años de cárcel y enormes multas- por violar el secreto bancario y la privacidad, sin importar el interés público.

Es la razón por la que no tenemos medios suizos como socios de esta investigación sobre una de las instituciones financieras más destacadas de Suiza.

Amordazar a los medios de comunicación es el sueño de los cleptócratas.

Rusia, Azerbaiyán, Turquía y, más recientemente, Kirguistán están acabando poco a poco con el periodismo de investigación. Mientras tanto, Suiza, un país en el corazón de Europa, hace años aseguró el silencio de sus periodistas paralizando su capacidad de seguir el dinero y de seguir a los bancos.

Caricatura publicada por el periódico suizo Tages-Anzeiger del grupo Tamedia en respuesta a Suisse Secrets

Como si esto fuera poco, seguir a los bancos podría ya no ser suficiente. Credit Suisse y otros grandes bancos de todo el mundo ya se metieron en las criptomonedas, las finanzas descentralizadas y el incipiente ámbito de la “Web3″.

Esto plantea nuevos retos para los reporteros de investigación, que tienen que cambiar y adaptar sus estrategias para seguir eficazmente las criptomonedas y otras plataformas de comercio e intercambio en las que se realizan negocios cada vez más grandes.

Para luchar contra una superpotencia, se necesita una superpotencia.

El periodismo de investigación tiene que ser uno. Tenemos que convertirnos en la Kriptonita de la cleptocracia.

*Paul Radu es un periodista de investigación con sede en Bucarest, Rumania. Es el director del Proyecto de Informe de Crimen Organizado y Corrupción (OCCRP por sus siglas en inglés=, por el cual él y el cofundador Drew Sullivan recibieron el Premio Especial del Premio de la Prensa Europea.

Suisse Secrets es un proyecto periodístico colaborativo basado en una filtración de datos bancarios de una fuente anónima al diario alemán Süddeutsche Zeitung, compartida con OCCRP y 46 medios aliados alrededor del mundo, entre ellos Infobae y La Nación, de Argentina. La investigación en nuestro país fue llevada adelante por Mariel Fitz Patrick, Sandra Crucianelli e Iván Ruiz (Infobae), y Hugo Alconada Mon (La Nación).

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